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Pirenópolis, la joya escondida de Brasil

Muchas zonas son parte colonial de Pirenópolis, donde parece haberse detenido el tiempo. (Gentileza: Pierre Dumas)
Muchas zonas son parte colonial de Pirenópolis, donde parece haberse detenido el tiempo. (Gentileza: Pierre Dumas)

La pequeña ciudad refugiada al pie de los Pirineos brasileños es un museo a cielo abierto que conserva el aspecto de tiempos heroicos y tradiciones hasta la actualidad.

Pirenópolis tuvo dos épocas de prosperidad a lo largo de su extensa historia. Las separan los motivos y los siglos, ya que la primera ocurrió hace 300 años, gracias a la fiebre del oro, mientras la segunda se da ahora y se la debe a la fiebre del turismo. Como está relativamente cerca de Brasilia (150 kilómetros) se convirtió en el destino de fin de semana preferido de los funcionarios y los extranjeros que viven en la capital de Brasil. Aunque es muy conocida en la región del distrito federal brasileño, lo es muy poco fuera de Brasil. Sin embargo, es una verdadera joya que espera sorprender y deslumbrar a sus visitantes.

Fiestas de El Divino, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial. Estas fiestas están llenas de diversión y se realizan cada año en torno a Pentecostés. (Gentileza: Pierre Dumas)
Fiestas de El Divino, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial. Estas fiestas están llenas de diversión y se realizan cada año en torno a Pentecostés. (Gentileza: Pierre Dumas)

Lo que más se valora de la Pirenópolis de hoy es su aspecto de “museo al aire libre”. Este término, que se usa con mucha frecuencia para promover pueblos y ciudades turísticas, cobra todo su sentido en este caso. Porque tanto la iglesia de Nuestra Señora del Rosario como las pequeñas calles adoquinadas, bordeadas de casitas bajas y techos de tejas rojas, atravesaron los siglos gracias a restauraciones y nuevas manos de pintura multicolor, pero sin otras modificaciones. Son recuerdos de los tiempos de la fulgurante y efímera “primera temporada” de la historia de la localidad. Los pocos portugueses que se animaron a enfrentar lo desconocido y la naturaleza extrema de la región vieron sus sueños cumplidos al encontrar oro en abundancia en los ríos y los suelos. En poco tiempo, el pueblito que fundaron se convirtió en el más opulento de todo el interior de Brasil. Pero cuando la fiebre del oro decayó, muchos se fueron y la pequeña ciudad entró en un letargo de varios siglos, abandonada a su suerte lejos de todo y de todos.

Nossa Senhora, la iglesia luce colonial pero fue reconstruida tras un incendio posterior a su restauración. (Gentileza: Pierre Dumas)
Nossa Senhora, la iglesia luce colonial pero fue reconstruida tras un incendio posterior a su restauración. (Gentileza: Pierre Dumas)

Durante aquellos tiempos, el mayor acontecimiento fue un cambio de nombre, en 1890, cuando Minas de Nossa Senhora do Rosário de Meia Ponte —cuyos habitantes ya tenían sólo un vago recuerdo de las minas y del medio puente arrastrado por una crecida del río da Alma— pasó a nombrarse Pirenópolis, cediendo a la moda de nombres helenizantes en boga en el Brasil republicano de los primeros tiempos. El antiguo pueblo minero se transformó así en la ciudad de los Pirineos. No aquellos Pirineos que separan la Península Ibérica del resto de Europa, sino los del sur, las montañas vecinas que algún colono catalán nostálgico bautizó así.

El oro que no brilla

El nuevo oro que sacudió al pueblo de su eterna siesta no brilla, pero tiene el mismo poder de atraer la prosperidad y la riqueza. Se llama hormigón y fue el material con el cual se levantó Brasilia de la nada, a mediados del siglo 20, a sólo 150 kilómetros de Pirenópolis. La pequeña localidad, que vivía a duras penas de algunas tareas agrícolas bajo un clima inclemente de largos períodos de lluvias arrasadoras y sequías interminables, puso en valor su pasado y se convirtió en el destino de fin de semana preferido de los funcionarios del gobierno federal y de los empleados de embajadas extranjeras.

El antiguo lugar minero es a la vez una población donde se conservan tradiciones y celebraciones de los viejos tiempos, un polo gastronómico importante, la puerta hacia paseos en la naturaleza donde abundan las cascadas y las reservas, y un lugar ideal para el nuevo turismo de ahora, aquel de las redes sociales.

El puente sobre el río da Alma, una de las postales de la localidad. (Gentileza: Pierre Dumas)
El puente sobre el río da Alma, una de las postales de la localidad. (Gentileza: Pierre Dumas)

Hasta el puente es pintoresco y sale bien en las fotos, con sus gruesas vigas de madera pintadas de rojo y blanco. No tiene nada que ver con aquel del primer nombre, aquella versión tropical del Puente de Aviñón que se había quedado trunco, en medio del río. Para remontarse a los tiempos de la primera prosperidad, están las iglesias y algunas calles típicas en el centro. También hay varios festejos, como el más grande de todos, la Festa do Divino Espírito Santo. Durante días, bandas de música callejeras y grupos de jinetes recorren y animan los espacios públicos, con máscaras y disfraces. Las cavalhadas escoltan el Emperador y las celebraciones se estiran hasta muy tarde por las noches. La Festa do Divino se realiza todos los años en torno a la fecha de Pentecostés y, con el renacer del pueblo gracias al turismo, cada edición es más fastuosa y más convocante que la anterior.

Donde el tiempo no pasa

Los pirenopolinos descubrieron así que el oro no siempre es amarillo, pero siempre brilla. Pusieron en valor sus monumentos y sus casas, acomodaron habitaciones y bares en las viejas moradas coloniales y refaccionaron sus monumentos, entre ellos las iglesias. La pequeña localidad tiene cuatro templos católicos construidos entre 1730 y 1800. Muchos se limitan a visitar Nossa Senhora do Rosário, que eleva su sencilla silueta geométrica al costado de la calle principal del centro. Aunque luzca más colonial que cualquier iglesia de ese tipo, fue totalmente reconstruida luego de un tremendo incendio en 2022, a pocos años de haber sido restaurada y puesta en valor. Se logró salvar piezas de arte y lo poco que sobrevivió de su arquitectura original se muestra en una pieza vecina al coro.

Esta zona, por la noche, cuando todo el mundo sale a disfrutar la oferta gastronómica local se transforma en la calle de los placeres. (Gentileza: Pierre Dumas)
Esta zona, por la noche, cuando todo el mundo sale a disfrutar la oferta gastronómica local se transforma en la calle de los placeres. (Gentileza: Pierre Dumas)

Por la noche se ilumina y sus luces compiten con las de los locales de la rua do Lazer, la Calle de los Placeres que se transforma en el corazón de Pirenópolis cada noche, especialmente los viernes y sábados. La mayoría de sus casas antiguas fueron transformadas en restaurantes, bares y heladerías, y concentran una dinámica vida nocturna, a pasos del puente do Carmo, de la iglesia y del Museo del Divino, donde se exhiben piezas y documentos relativos a los festejos pentecostales.

Las visitas a la “ciudad de los Pirineos” transcurren entre paseos por sus pintorescas calles, excursiones a los sitios naturales vecinos (para refugiarse durante los momentos más calurosos del día en la frescura de los ríos y las cascadas), las tiendas de los joyeros locales y las buenas mesas que se fueron sumando a este pueblo mágico, donde el tiempo no pasa.

Tienda de antigüedades da Bibba. (Gentileza: Pierre Dumas)
Tienda de antigüedades da Bibba. (Gentileza: Pierre Dumas)

Con un poco de suerte, durante las caminatas es posible ver pasar algunos tucanes o una bandada de guacamayos por encima de los techos de tejas, que nos recuerdan que si bien Brasilia está a sólo un par de horas por la carretera, Pirenópolis sigue siendo una isla en medio del inmenso Cerrado, la sabana que ocupa el centro de Brasil. Cercana, pero alejada, actual pero fijada en el tiempo, es un lugar donde todavía se organizan festejos en honor al Emperador do Brasil y donde los ríos aún regalan alguna pepita de oro a quienes tienen la paciencia de buscarlas.

Datos útiles

Cómo llegar. Brasilia es el punto de partida para realizar una excursión a Pirenópolis. La capital de Brasil está comunicada con Buenos Aires por medio de un vuelo directo de Aerolíneas Argentinas, con varias frecuencias por semana. Se recomienda pasar un fin de semana completo y pernoctar entre una y dos noches en la pequeña ciudad para disfrutar de su ritmo apacible y conocer varios de sus establecimientos gastronómicos. Para los que no se animan a alquilar un auto para realizar el viaje, la empresa Goianesa ofrece varios servicios diarios en buses de categoría ejecutiva. El precio varía según los horarios y los días, a partir de 32 reales por tramo.

Los imprescindibles. El centro de Pirenópolis es lo suficientemente chico para recorrer caminando. El circuito histórico incluye la iglesia Nossa Senhora do Rosário, el Cine Teatro Pireneus, el Museo do Divino y el Puente do Carmo. Por la noche, la vida se concentra en la corta pero muy atractiva Rua do Lazer y en las boutiques de los alrededores.

Una experiencia natural: el santuario natural Vaga Fogo es un emprendimiento privado. La reserva ocupa buena parte de una gran estancia que se dedica a la producción de quesos y varios otros productos lácteos. Se conservó una porción de la selva original de las sierras de los Pirineos del Sur, que se recorre gracias a un camino interpretativo. Internet : www.vagafogo.com.br. Abierto todos los días. El brunch con 45 productos de la finca cuesta 95 reales por persona. La visita a la reserva natural: 25 reales.

Qué comer. Bacalhau da Bibba es un restaurante especializado en la preparación de ese pescado típico de la cocina portuguesa. El local es una tienda de antigüedades de día que se convierte en restaurante por la noche. Sus pocas mesas están entre los objetos y muebles a la venta. Como tiene la fama de ser la mejor dirección de la ciudad, hay que reservar con antelación. Abre de jueves a domingo. https://restaurantebacalhaudabibba.business.site/. Calcular unos 200 reales por persona para una cena completa con vinos.

Las joyas de Pirenópolis. El pasado minero sigue vivo entre las manos de los joyeros que venden sus creaciones en boutiques del centro, cerca de la Rúa do Lazer. Las piedras preciosas de la región y sobre todo las esmeraldas y las aguas marinas son transformadas en joyas que tienen precios abordables y diseños de autor.

Cuándo viajar. Durante las fiestas del Divino Espírito Santo, que atraen a una multitud de gente. Aunque sea más complicado encontrar alojamiento, es -sin lugar a dudas- el periodo de predilección para pautar una visita.

Más información. www.pirenopolis.tur.br ; www.turismo.df.gov.br/brasilia-tour-virtual

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