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Belén y la isla de Marajó: localidades brasileñas para disfrutar río y mar en la Amazonia

Verde y agreste es el paisaje de la isla de Marajó, que abarca una superficie de 42 mil kilómetros cuadrados.
(Gentileza: Patricia Veltri)
Verde y agreste es el paisaje de la isla de Marajó, que abarca una superficie de 42 mil kilómetros cuadrados. (Gentileza: Patricia Veltri)

La ciudad de Belén y la Isla de Marajó ofrecen una mezcla exuberante de tradiciones indígenas, africanas y portuguesas entre selvas y playas.

La ciudad de Belén está situada a orillas de una bahía, sobre la línea del Ecuador y en la desembocadura del río Amazonas. Esto significa que cualquier día, a toda hora de todo el año, envuelve un calor húmedo por las calles de esta capital del estado de Pará, en el norte de Brasil.

Un aterrizaje nocturno muestra por la ventana del avión una alfombra de luces de una gran metrópolis: la ciudad alberga una población que ronda los dos millones de habitantes, que creció a partir del Forte do Presepio (hoy museo, llamado Forte do Castelo), construido en 1616 por la corona portuguesa. Es uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad con puntos panorámicos desde los miradores intercalados con cañones y que alberga, a su vez, al Museo del Encuentro, donde se exponen piezas arqueológicas amazónicas, de las culturas marajoara y tapajós.

Impronta de capital de estado

Belén alcanzó esplendor económico a nivel mundial, a partir de la producción y comercio del caucho. De ese período opulento, conocido como Fiebre del Caucho, queda una arquitectura señorial con palacetes y otras construcciones como el Teatro da Paz, una joya edilicia de 1878 que aún hoy acoge conciertos de ópera y recibe elencos de todo el mundo. Se puede visitar en un recorrido que atraviesa cortinados espléndidos, espejos inmensos, escaleras señoriales de mármol y alfombras que fueron pisadas por la aristocracia que habitó la llamada París de las Américas.

En contraste, del mismo período, está el mercado municipal Ver-o-Peso -ubicado en la zona del puerto, frente a la antigua Aduana-, que nació creado por los portugueses para recaudar impuestos del comercio de productos del Amazonas y que hoy sintetiza la cultura de Belén distribuida en dos mil puestos. Es un punto turístico muy recomendado al que dedicar buena parte del día. Se trata de una de las ferias a cielo abierto más grandes del mundo. Allí se encuentra de todo y es un mundo de gente, básicamente lugareños haciendo compras.

Visto en perspectiva es una estructura de tiempos florecientes, con cúpulas y techos de chapa verde y azul a dos aguas y herrería repujada, todo importado de Europa. A medida que se transita por los pasillos, se envuelve una mezcla de colores, olores y bullicio.

Mar o río. Las playas de arena clara y agua muy cálida pueden ser de mar o de río, pues -según la estación del año- ingresa uno a la bahía y se retira el otro. (Gentileza: Carlos Borges)
Mar o río. Las playas de arena clara y agua muy cálida pueden ser de mar o de río, pues -según la estación del año- ingresa uno a la bahía y se retira el otro. (Gentileza: Carlos Borges)

Un sector con forma de galpón custodiado por la imagen de una virgen está íntegramente dedicado a los pescados que llegan a la madrugada directamente de las lanchas pesqueras. Otro, de una estructura señorial de hierro pintado de verde, está asignado a la carne. También hay un edificio diferenciado para las artesanías en cerámica, telas y madera.

El sector principal abarca los puestos de productos frescos, como mariscos (cantidades industriales de camarones y uñas de cangrejo), también frutas y verduras, donde se encuentra el fruto del cacao del que se extrae el chocolate. Un número sorprendente de puestos está dedicado a los frutos secos que se venden sueltos a granel, y entre los que destacan variedades de castañas.

Es el que se puede disfrutar en Amazonia, donde se amalgaman las tradiciones, la vida cotidiana y los servicios para los visitantes.  (Gentileza: Carlos Borges)
Es el que se puede disfrutar en Amazonia, donde se amalgaman las tradiciones, la vida cotidiana y los servicios para los visitantes. (Gentileza: Carlos Borges)

Hay puestos dedicados exclusivamente al açaí, el fruto típico por excelencia del Amazonas. Es básico en la dieta local: se parece al arándano en tamaño y color (tiñe de morado la boca) pero con carozo. Procesado se lo consume como sopa fría que acompaña las comidas. Pero también hay una variedad de sus preparaciones: jugos, dulces, repostería, licores, entre otros. Un sector llamativo es el que agrupa a los remedios y ungüentos medicinales derivados de plantas: a juzgar por la cantidad y variedad, no debe haber mal (hasta espiritual) que no se cure de manera natural, según la cultura marajoara.

Monumental manifestación religiosa

La virgen Nuestra Señora de Nazaré convoca una monumental manifestación de fe católica: a partir del segundo domingo de octubre, durante dos semanas, congrega a dos millones de feligreses que llegan en procesiones fluviales, a pie y en moto que conforman mareas humanas que concluyen en la basílica. Se trata de la festividad Cirio de Nazaré, declarada Patrimonio de la Humanidad. La primera procesión registrada data de 1793 para rendir devoción a la protectora de inmigrantes y pescadores. Cuenta la tradición que la imagen de apenas 28 centímetros exhibida en el altar mayor de la basílica fue encontrada por un pescador mestizo llamado Plácido. Toda la historia y el arte tiene que ver con esta devoción y se muestra en un museo enfrentado a la iglesia.

Rumbo a la Amazonia profunda

Una navegación de dos horas en catamarán por el estuario del río Amazonas, partiendo desde la colorida Terminal Hidroviaria de Belén, conducirá a la Amazonia profunda. Lentamente va quedando atrás la costa con la postal de edificios altos para dar lugar a una verde y agreste mirada por la isla de Marajó, que abarca una superficie de 42 mil kilómetros cuadrados.

Una opción es visitar Soure, una de las ciudades principales de la isla. Lo primero que se destaca en la romería del puerto de pasajeros es que los taxis son motos. Las calles son anchas, casi no hay autos, y las casas son de madera sobre pilotes y pintadas de colores llamativos.

Las experiencias en la isla de Marajó son un viaje en sí mismo a la Amazonia profunda.
(Gentileza: Carlos Borges)
Las experiencias en la isla de Marajó son un viaje en sí mismo a la Amazonia profunda. (Gentileza: Carlos Borges)

Hay hoteles inmersos en una vegetación exuberante. Lo siguiente que llamará la atención es la presencia del búfalo como animal en pie; en murales callejeros; en muebles, como sillones tallados con esa forma; artesanías; como mascota para paseos y fotos de recuerdo; en la gastronomía; y hasta como medio de transporte del cuerpo de policía montada. Se dice que la presencia del búfalo surgió de manera fortuita a partir de un naufragio y tanto el animal como los humanos se adaptaron y adoptaron. Hay una curtiembre que va por la cuarta generación de productores. Lo cierto es que Marajó concentra el mayor número de cabezas de búfalo en el mundo. Puede suceder que, de camino a una hacienda turística o una playa, haya que esperar que cruce la calle una manada mansamente.

Desde Soure también es posible trasladarse a otras ciudades o comunidades pequeñas, ya sea en balsa o botes. Por ejemplo, a Salvaterra -la ciudad principal de la isla de Marajó- o la pequeña aldea Del Cielo de tradiciones arraigadas, con una playa paradisíaca y cabañas como alojamiento para turistas.

Las experiencias en la isla de Marajó son un viaje en sí mismo a la Amazonia profunda, en el que la gastronomía es la mejor representación cultural dada por los habitantes indígenas que recibieron la influencia de los esclavos durante el apogeo de la Fiebre del Caucho.

Del conjunto resulta una práctica orientada hacia el turismo sustentable impulsado por Embratur -el instituto de promoción turística brasileño- y el Sebrae -institución que promueve los micro emprendimientos- en el que se amalgaman las tradiciones, la vida cotidiana y los servicios para los visitantes.

Finalmente, quedarán vivencias y postales que zambullen en la Amazonia de un Brasil y sus consabidas playas, pero diferente a aquellas que proponen el sur o nordeste con el que se está más familiarizado.

Playas y gastronomía

En esta región existe la particularidad de que confluyen el océano Atlántico y el delta del Amazonas. Tiene dos estaciones: el invierno amazónico y el verano. Duran seis meses cada uno con una temperatura promedio de 28 grados (trepa hasta los 35 grados) y la única diferencia son las lluvias del invierno.

Las playas de arena clara y agua muy cálida pueden ser de mar (verano) o de río (invierno). Es que, según la estación del año, ingresa uno a la bahía y se retira el otro. Tienen servicios de sombrillas, puestos de souvenirs y restaurantes.

La comida se basa en la carne de búfalo, pescados y mariscos, frutos tropicales y algunos platos autóctonos. Por ejemplo, el ceviche que se prepara con turú, un molusco que vive dentro de los troncos de los manglares -bosques que crecen en las orillas de las playas-, cuyos árboles tienen las raíces expuestas fuera del suelo.

Hay haciendas familiares donde se realizan experiencias con búfalos y aprender acerca de la selva amazónica, sus especies y utilidades. En todas es posible hacer degustaciones.

Cómo llegar a Belén

La capital del estado brasileño de Pará tiene un aeropuerto con múltiples conexiones. Desde Córdoba o Buenos Aires se puede ir hasta Río de Janeiro o San Pablo y desde allí hacer conexión con Belén. Detalle: entre conexiones puede haber una espera de seis a ocho horas. El aeropuerto de San Pablo tiene pequeños hoteles con mini habitaciones y baño privado con todos los amenities, a un precio promedio de 80 dólares (en mostrador) por una estadía de hasta ocho horas. En este aeropuerto, aunque se tenga el check-in web realizado, es preciso iniciar el embarque con dos horas de anticipación.

Excepto en shoppings y restaurantes de Belén, en el resto es preciso manejarse con dinero en efectivo, sólo reales.

Más info: www.embratur.com.br

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