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Perdido en la montaña: trekking a Pueblo Escondido

En un entorno privilegiado del Valle de Calamuchita se asienta este pueblo de historia minera, cada vez más popular entre los fanáticos del turismo aventura.

Ir a Pueblo Escondido implica tomar decisiones al estilo de Elige tu propia aventura, esos libros que ofrecían una serie de posibilidades y, en función de la elegida, alteraban el curso del relato. Aquí, la experiencia varía según qué camino se tome para llegar, qué medio de transporte se prefiera y dónde se quiera pasar la noche.

Vamos por partes. Pueblo Escondido queda en el Valle de Calamuchita, en las Sierras de los Comechingones. Uno de los accesos está sobre el camino de montaña que une Merlo (San Luis) con La Cruz (Córdoba). Concretamente, se encuentra a 25 kilómetros de la ciudad puntana, de los cuales 20 son asfaltados, y a 65 de la localidad cordobesa. Otra forma de llegar, más complicada, es atravesando el cerro Áspero por “Los Caracoles”. Para eso se parte también desde La Cruz y hay que pasar por Río de los Sauces y las minas de San Virgilio.

DATOS ÚTILES. Información útil para pasear por Pueblo Escondido.

La travesía puede hacerse caminando (con guía o por cuenta propia), en mountain bike, a caballo, en moto enduro, en cuadri o en camioneta 4x4 (algunas vías sólo se pueden recorrer con este último medio). No es posible usar otro tipo de vehículo.

Por otro lado, si la idea es pasar la noche en Pueblo Escondido, el lugar ofrece zona de acampe delimitada. Otra alternativa es ir hasta el pueblo y volver en el día, y elegir hospedarse en Merlo o en Los Vallecitos.

Paso a paso

Supongamos que la elección es a) tomar el acceso sobre el camino que une Merlo con La Cruz, b) ir caminando y c) hacer el recorrido en el día.

Desde Merlo, hay que hacer 25 kilómetros en auto hasta llegar al punto de acceso. Se pasa el Filo, que marca el límite entre San Luis y Córdoba, y unos kilómetros más adelante una piedra escrita con aerosol indica el ingreso al sendero que va a Pueblo Escondido. Luego de dejar el auto al costado de la ruta, hay dos opciones: tomar esa senda (que pasa por el puesto de El Tono, donde hay que pagar por atravesar su propiedad) o ir por el mismo camino de las motos y las 4x4, cuya entrada está unos metros más adelante.

Como es utilizado por los vehículos, está bien marcado. La ida, en bajada, lleva entre una hora y media y dos a ritmo tranquilo pero sostenido, dependiendo de las condiciones del clima. No tiene grandes pendientes, por lo que no resulta exigente a ese nivel, pero sí hay que prestar atención al terreno porque en gran parte está cubierto por piedras flojas.

Lo mejor es iniciar el trekking alrededor de las 11, para llegar al pueblo a almorzar y tener tiempo suficiente para recorrerlo antes de emprender el regreso. El camino se disfruta en todo momento y las vistas son increíbles. En invierno, las sierras están teñidas de gris y amarillo, y si la nieve acompaña hay postales que parecen salidas de un cuento.

Los otros protagonistas

Durante el recorrido los caminantes se cruzan con aquellos que eligen ir en moto, cuadri o camioneta. Para este tipo de vehículos, es una experiencia exigente por las características del terreno, con grandes escalones de piedra. En general van en grupo y se distribuyen herramientas y repuestos, para poder subsanar cualquier inconveniente.

¿Cómo transcurre la “convivencia” en el camino? Sin mayores problemas. Al escuchar el ruido de los vehículos que se acercan, alcanza con dar un paso al costado y esperar que pasen. Si son los autos o las motos los que se quedaron, indican a los caminantes que sigan. Y más adelante, quizás, otro viajero motorizado pregunte por la “chata” blanca o la moto que se trabó entre las piedras.

Ya cerca del destino, una curva ofrece la mejor panorámica de Pueblo Escondido: un puñado de casas abandonadas junto al río Paso del Tigre, vigilado por el cerro Áspero.

Pasado minero

Entre 1895 y 1969, el cerro Áspero fue un ícono de la minería en Córdoba. A sus pies, para alojar a los mineros, se construyó Pueblo Escondido. El wolframio o tungsteno extraído de las minas se utilizaba con fines bélicos, por lo que la época de mayor producción se registró durante la Segunda Guerra Mundial.

Luego de unos años de abandono, desde los ’90 el pueblo se restauró, y algunas construcciones se reformaron para adaptarlas a los visitantes, aunque manteniendo su perfil original.

Al llegar, unos puentes colgantes dan la bienvenida. Del otro lado del río hay un conjunto de casas, algunas cerradas y otras que se pueden recorrer. En las ramas que se asoman por las ventanas y el pasto que crece junto a una estufa a leña se puede ver cómo la naturaleza reclama su espacio.

Conocer los restos del pueblo, caminar junto al río y almorzar en el único restaurante del lugar es el plan para las siguientes horas. Después tocará dejar atrás la historia y volver.