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Paraty, historia, cultura y playas en Brasil

A mitad de camino entre San Pablo y Río de Janeiro, la pequeña ciudad del litoral fluminense ostenta un valioso casco histórico y numerosas islas cercanas.

Todos los años, cuando termina el verano y con cada luna nueva, el mar crece y avanza sobre Paraty. Anegada, es una ensoñación lusitana varada en el ínterin de las mareas.

Recién llego y ni siquiera he dejado la valija en el hotel, pero los pasos que he dado en pleno despertar del día sobre las calles adoquinadas ya me permiten saber que despedirse no será tarea fácil. ¿Por qué? Simplemente porque la ciudad es un tesoro oculto. En realidad ya no, pero lo fue hasta mediados del 1900 y ese fue su mejor aliado: le permitió conservarse intacta.

Aquí, “los caminos de la tierra se encuentran, mejor, se armonizan”, tal como describió el urbanista brasileño Lúcio Costa sobre la gema barroca que encarna la memoria viva del Ciclo de Oro, cuando florecía como uno de los puertos importantes de la colonia. Pasaron los años y las etapas prósperas, y al final el puerto se hizo pesquero para sobrevivir, vacío de glorias ajenas. Llegó la primera mitad del siglo 20 y el turismo propuso una nueva manera de renacer.

Ahora, pueden verse carteles de venta en algunas casas históricas, pero el precio resulta inabordable hasta en el pensamiento.

Paraty es para todos, pero especialmente para los más románticos o quienes gustan de la evidencia de otros tiempos. No sólo se trata de arena, sol, palmeras y caipirinha, como buen destino brasilero, sino también de encanto urbano, historias, comer cada día en un restaurante distinto o tomar algo en alguno de los tantos bares, además de disfrutar de playas y paseos en barco. Y tampoco hay que olvidarse de los morros frondosos plegados sobre el mar, las cascadas escondidas, las piletas naturales rodeadas de rocas y las más de 60 islas distribuidas sobre agua esmeralda.

A medida que el sol va cediendo espacio, desandar el empedrado del casco histórico, ese que fue puesto hace cientos de años y allí permanece, intacto y desprolijo, obliga a mirar hacia abajo para calcular pisadas y evitar disgustos. Al paso, es posible encontrar construcciones con simbología masónica y escenarios que se mantienen indemnes a pesar de tener más de cuatro siglos de historia.

DATOS. Información útil para conocer Paraty.

33 manzanas y unas 400 edificaciones coloniales en un trazado que se dibuja a partir del río Perequê Açu, en seis calles perpendiculares por otras ocho. Esos son los números de la antigua postal que vive en el presente, luciendo techos de tejas, paredes blancas y marcos coloridos –entre azul marino, verde inglés y amarillo ocre– que resaltan las aberturas.

De las cuatro iglesias que guarda el casco céntrico, la de Santa Rita de Cássia (1722) es la más fotografiada, postal clásica desde el agua. Andando sin prisa, entre sus callecitas se va revelando la existencia de varios ateliers, porque son unos cuantos los artistas plásticos que decidieron quedarse a vivir en este reducto, delimitado con cadenas para prohibir el ingreso de automóviles en pos de preservar la tranquilidad y el cuidado del conjunto arquitectónico.

Amparadas en el atardecer, las posadas encienden las farolas y las mesas de los bares y restaurantes empiezan a poblar las calles, que entrada la noche se cubren de viajeros de todas partes, incluso de brasileros; paulistas y cariocas que suelen ser huéspedes frecuentes durante los fines de semana.

Poner un pie en Paraty permite entender que los portugueses establecieron base en un lugar privilegiado, en el fondo de una bahía profunda que mira de reojo la boca abierta del Atlántico, hacia donde rumbean las escunas (embarcaciones) en busca de una sucesión de islas, arenas, verdores, ensenadas y algunas formaciones rocosas.

Como siempre los viajes concluyen. Pero, por suerte, ciertas vivencias hacen que algunos lugares queden bien atesorados y el saludo de despedida duela un poco menos.