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Jericoacoara: naturaleza en estado puro

Fortaleza Jericoacoara. Esta playa, ubicada a 300 kilómetros de Fortaleza, en el nordeste brasileño, fue catalogada como una de las 10 mejores del mundo por el diario The Washington Post. “La vida en ojotas” es la mejor definición que se puede hacer de ella.

Todas las tardes, un mismo ritual. Decenas de personas, como hormigas, peregrinan hacia la montaña. La enorme duna de arena se eleva 28 metros sobre el mismo borde del mar, que la golpea una y otra vez en forma ininterrumpida.

Faltan minutos para las 17.30 y el enorme círculo brillante se detiene brevemente. En un instante se convierte en una enorme bola de fuego rojo y comienza a descender rápidamente. El mar, furioso e implacable, devora la bola ardiente y la apaga en sus aguas en una ceremonia fantástica que se renueva día a día y no por eso deja de emocionar.

Esa tarde, camino entre la gente que disfruta el espectáculo. Veo parejas de enamorados fundidos en un abrazo. Familias perfectas, con padres relajados e hijos asombrados. Un vendedor de caipirinhas con su carrito, precario pero eficiente. Un joven negro y atlético que deleita a todos tirándose en la pendiente de casi 90º con su tabla de sandboard y compitiendo con él, un niño que despega pocos centímetros del piso, pero que salta al vacío haciendo piruetas imposibles. El señor cincuentón, que observa a la joven bella y estilizada, quien en un juego de perspectivas, atrapa el sol en la palma de su mano.

Esta pequeña multitud conforma una rara mixtura; sin embargo, todos están en una amable comunión, convocados por la belleza del milagro diario. Todos están relajados y disfrutando, porque de eso se trata la experiencia Jericoacoara.

Cueva de las tortugas. Jericoacoara, esa extraña cacofonía que los antiguos aborígenes en lengua tupí usaban para nombrar a la cueva de las tortugas, es una pequeña playa y poblado ubicado en el nordeste brasileño, bien cerca de la línea del Ecuador, más precisamente a tres grados debajo de ella. Rodeada de inmensas dunas de arena blanca salpicadas por lagunas de agua dulce de increíble belleza, pasó de ser un apacible pueblo de pescadores, a top ten entre las más bellas playas del mundo según el diario "The Washington Post". Semejante distinción, generó la llegada de turistas ávidos de cambiar por unos días sus vidas estresadas y andar en ojotas por la vida.

Porque Jericoacoara es eso. Naturaleza en estado puro, disfrutar el día sin horarios ni obligaciones y caminar placenteramente sintiendo la arena bajo los pies. Llegar a Jericoacoara no es algo demasiado sencillo. Quizá por esta razón (afortunadamente), aún hoy no recibió un flujo masivo de turistas, peligrosa situación que podría modificar su estilo pueblerino y sus sanas costumbres.

Desde el aeropuerto de Fortaleza, son 300 kilómetros de carretera en dirección oeste. Para llegar, tomamos un colectivo que cubrió el trayecto en cuatro horas y nos dejó en Jijoca, el pueblo más cercano a nuestro destino. En ese punto, debimos cambiar de vehículo. Para llegar a la playa de Jericoacoara, hay que atravesar el parque nacional creado para proteger la flora y las dunas del lugar y esto sólo puede hacerse con vehículos especiales.

Mientras esperábamos la jardinheira (especie de ómnibus abierto, ideal para sortear la arena blanda) en un pequeño parador en la entrada del pueblo, una perseverante vendedora intentó convencernos de las bondades de sus productos tejidos: "Filha de Mae es mi nombre y usted tendría que comprarme. Este producto es para usted. No se olvide de recomendarme a sus amigos cuando vengan por aquí".

De acuerdo a la respuesta del potencial cliente, iba aumentando la presión. Casi en el momento en que una de las pasajeras estaba por ceder al acoso, apareció la salvadora jardinheira.

La travesía por el parque es una maravillosa experiencia. El paisaje atrapa y es un fiel anticipo de lo que nos espera.

Todo el pueblo de Jeri (como la llaman en Brasil), está construido íntegramente sobre dunas. Aún hoy sus calles muestran la pesada arena que hace casi imposible transitarla en automóvil. No hace más de 13 años que la villa tiene energía eléctrica, aunque sus calles no tienen iluminación pública y reciben el reflejo que proviene de las tiendas, bares y restaurantes que se alinean a los lados.

"En Jeri, como es verano el año entero y con la cantidad de deporte que se practican, la gente libera endorfinas... todos estamos siempre con buena onda y con pilas", nos confiesa Gaia, la simpática recepcionista de Mosquito Blue, la posada más tradicional del lugar. Gaia nació en Mar del Plata, pero hace casi dos años vive aquí y es, además, instructora de windsurf y surf, los deportes elegidos por la mayoría.

La temperatura de la Villa se mantiene constante todo el año entre 22 y 35 grados, pero el clima es más que agradable gracias a la brisa constante del mar. Esta brisa, que en realidad son los vientos Alisios, se convierten en muy intensos entre julio y noviembre y convierten a esas costas en uno de los dos mejores lugares del mundo para la práctica de kitesurf, wind surf, surf y vela.

"Yo podría viajar a otros lugares, pero Jeri tiene un encanto particular que atrapa y que te invita a repetir la experiencia. Aquí hay viento extremo garantizado y eso me permite testear los nuevos equipos de Vari Kites, una famosa marca de la cual soy rider-pro, nos cuenta el cordobés Fernando Miller, quien desde hace tres años elige a Jeri para montar sus clínicas de kitesurf, a la que acuden grupos de adeptos que buscan progresar en ese deporte.

La cercana duna Pôr-de-Sol (puesta de sol), es el escenario obligado de los atardeceres, aunque también es divertido quedarse en la playa del centro y ver el constate paso de los carros con caballo, las bicicletas y los vendedores ambulantes.
O perder el tiempo mirando los frenéticos partidos de fútbol de hombres y mujeres (casi nunca mezclados) o a los artistas de capoeira que invitan a los turistas a intentar imitar sus movimientos.

Se puede disfrutar de un masaje frente al mar o experimentar los primeros pasos de forró alentados por las pulposas bailarinas. Todo vale, mientras sea relajado y para disfrutar.

Cuando el mar está bajo, es obligatorio caminar unos cuarenta minutos hasta la Pedra Furada, una formación rocosa natural con forma de arco y un enorme agujero central, donde se puede fotografiar al sol centrado en él; claro que sólo en julio, y al atardecer.