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Cabo Polonio, poderosas imágenes

Un viaje que comienza impulsado por una canción y algunas imágenes y se convierte en todo un descubrimiento.

¿Cuál es el verdadero poder de una canción? ¿Y el de algunas imágenes? Creo que no hay una respuesta cierta para estas preguntas, pero en nuestro caso ese poder inconmensurable de una canción y algunas imágenes nos llevó a Uruguay, más exactamente a Cabo Polonio.

Junto a un grupo de amigos, partimos hacia Montevideo para, luego de un par de días, dirigirnos hacia el departamento Rocha, donde visitamos la Reserva Natural Santa Teresa y posteriormente Valizas, una pequeña ciudad ubicada al sudeste del departamento y distante 271 kilómetros de Montevideo.

Si bien Valizas posee encanto propio, fueron dos las razones que justificaron nuestra estadía en ese lugar: la primera, que hay campings, y la segunda, que dada su ubicación se puede acceder a Cabo Polonio a pie.

Para quienes realizan el recorrido desde Valizas hasta el cabo, las alternativas son tres: recorrer las ocho kilómetros que separan estos dos puntos por la playa, por las dunas o bien optar por la comodidad de un ómnibus hasta la entrada del cabo y luego en un camión hasta la costa, por 140 pesos uruguayos.

Aquí es bueno aclarar que los únicos transportes que entran al cabo son precisamente los mencionados camiones, ya que es un parque nacional y reserva de lobos marinos por lo cual tampoco está permitido acampar.

Pero, las dos horas de viaje costeando el mar tienen la enorme ventaja de ofrecer una vista magnífica cuando se está llegando: figúrese una playa inmensa, de finas arenas; coronada por un faro, que se erige majestuoso con sus ojos de buey, bandas blancas y techo rojo y blanco, y además custodiado por rocas a sus pies y un caserío a sus espaldas.

Si a eso se le agrega una llegada al atardecer, como ocurrió en nuestro caso, la postal es perfecta.

Luego de acomodarnos, fuimos a recorrer la pequeña villa de “ranchos” de madera y chapa, mientras la oscuridad ganaba cada vez más terreno y los faroles y portavelas iluminaban los bares y restaurantes de relajada atmósfera, que amenizaban tertulias en más de un idioma.

Para ese entonces, el haz de luz del faro recorría el firmamento de mil estrellas en un ciclo de 12 segundos y lejanos aullidos de lobos marinos, residentes de las vecinas islas de La Encantada, La Rasa y EI Islote, se fundían con el sonido de las olas en una experiencia onírica.

Al otro día, la propuesta era ver el amanecer al pie del faro y cuando nos despertamos, las siluetas lentamente comenzaban a delimitarse. Ya desprovista de la cuestión romántica y hasta primitiva de las velas, el caserío se desperezaba a fuego lento, como nosotros.

El silencio, salpicado por algunos breves comentarios, nos acompañó hasta nuestra platea preferencial ubicada a metros del faro, sobre las piedras, con algún lobo marino jugando en el agua no muy lejos y con vista al mar. Algunas nubes caprichosas quisieron ser parte de la función y acompañaron el alborear de este nuevo día.

Más tarde, cuando el reloj anunciaba las 9 y después de un improvisado desayuno, entramos al faro, al mismo que forma parte de la fotografía obligada de quien visita este lugar y que separa la base de su cima con 142 escalones en caracol.

Una vez que se logra controlar el vértigo que puede producir el estar a casi 40 metros de altura, en un espacio reducido y con una baranda blanca de metal impidiendo caer al vacío, la vista es magnífica. Si bien apenas subimos una espesa niebla no dejaba ver a más de 10 metros, con la misma pereza o lentitud de los lobos marinos se retiró, para revelar el tan ansiado panorama de mar, playa y casas; de tierra, dunas y árboles, y de pequeñez ante tanta inmensidad.

Al bajar, encontramos en la vitrina de souvenirs el mismo libro de fotografías que nos había llevado hasta ese lugar y que había llegado a nuestras manos por esas cuestiones del camino. Sabíamos que el autor residía en el cabo ,pero que era toda una cuestión de azar encontrarlo, ya que viaja bastante.

Consultamos a quienes cuidaban el faro, quienes nos indicaron cómo llegar: “¿Ven aquel rancho de tal color?, bueno, sigan derecho, crucen la loma hasta donde está el caballo y ahí lo van a ver”. La indicación tuvo un carácter tan simple, tan desprovisto de nombres y cantidades de calles y direcciones, que resultó sumamente efectiva, aunque es justo decir que contamos con la ayuda de que el “rancho”, o la casa, de Stephan, el fotógrafo, es bastante particular. Casi sin quererlo, es un atractivo más a visitar o fotografiar.

Lo encontramos leyendo bajo la galería de su refugio y enseguida nos invitó a sentarnos, dando paso a una conversación distendida que por momentos se colmó de consejos de vida y opiniones de este interesante artista, con tanto para decir que además del mencionado libro, tiene editado otro sobre el norte argentino.

Gracias a él, pudimos conocer el cabo desde la mirada de unos de sus 350 habitantes estables; de las consecuencias del cambio climático, como la disminución del tamaño de las dunas, o bien sobre el impacto del turismo en la economía y forma de vida en tan remoto paraje.

Después de cuatro horas de amena charla, nos despedimos con muchos pensamientos dando vueltas en nuestras cabezas. Recorrimos la playa sur y más tarde volvimos rumbo a otro atardecer, similar a aquel que nos había traído.

Esta vez fuimos un trecho por las dunas y otro por el bosque, el mismo bosque que está afectando el proceso natural por el cual se forman las dunas. Un último vistazo al caserío y el faro retornó a su categoría de postal.

Cansados, pero agradecidos, retornamos a Valizas. En los días siguientes visitamos el balneario de La Paloma, Colonia del Sacramento e incluimos un city tour por Montevideo, donde conocimos el puerto, el barrio Sur, la Ciudad Vieja y el teatro Solís, en una suerte de regalo charrúa.

En verdad, valieron la pena los 1.270 kilómetros recorridos, no sólo para entender sino para vivir, porque “no es la luz lo que importa en verdad, / son los 12 segundos de oscuridad” (Jorge Drexler).

Fotos gentileza de Juan Manuel Cannizzo y Federico Molina.ç

Datos

Nombre oficial: República Oriental de Uruguay.
Capital: Montevideo.
Gobierno: República democrática sistema presidencial.
Población: 3.455.000 habitantes (según censo de 2004).
Superficie total: 176,220 kilómetros cuadrados.
Idioma: español.
Moneda: peso uruguayo.