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Paisajes fuera de catálogo

Universo blanco en las salinas del norte de Córdoba. Lugar conmovedor donde el sol enceguece al tomar contacto con la superficie de sal.
Universo blanco en las salinas del norte de Córdoba. Lugar conmovedor donde el sol enceguece al tomar contacto con la superficie de sal.

Con el propósito de descubrir el interior provincial, aquel que poco se difunde, se organizó un fin de semana de cicloturismo por pueblos que unen San José de las Salinas con Serrezuela.

El territorio de las Salinas Grandes tiene unos 8.900 kilómetros cuadrados y se extiende por Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero y Córdoba. En esta provincia abarca los departamentos Ischilín, Tulumba y Cruz del Eje. Con pocos habitantes dispersos las Salinas Grandes cordobesas constitu­yen un medio natural muy duro para la vida, con un gran contraste entre el campo de sal y el monte de cactáceas, arbustos y quebrachos, castigados por el viento constante.

Dos enormes quebrachos ofician de custodia de la iglesia San José de las Salinas, el soleado atrio fue el punto de partida de la travesía en bicicleta. Tras la estación del ferrocarril comienza el camino vecinal que bordea las salinas.

Cuando el ferrocarril atravesaba el pueblo la historia era otra. Al menos, eso hacen pensar las casas linderas a la estación. Se trata de hermosas casonas de diversos estilos que hoy están sumidas en el abandono.

Apenas partir se rueda por una calzada sinuosa con enormes huellas en las banquinas y la lluvia y la circulación de vehículos destruyeron lo poco que quedaba. Seguimos el serpenteo unos pocos kilóme­tros hasta quedar enfrentados a una enorme superficie blanca sin límites, con reflejos del agua que hacen vibrar el horizonte. Avanzamos hasta donde las bicicletas se comenzaron a enterrar en un punto donde a los cuatro rumbos rodea la sal. Allí hay algunas viejas instalaciones donde se procesa el mineral, un camión y una tolva al que la ­naturaleza salitrosa carcome de a poco.

Es un lugar de fuertes sensaciones que se puede caminar sin encontrar límite, a cada paso el piso cruje cuando se quiebra la sal mientras el sol se refleja en el blanco del suelo. Parece increíble encontrar plantas en los bordes del salar pero sí las hay: jume, palo azul de flores amarillas, algunos cactus y esporádicos algarrobos y quebrachos echaron allí raíces.

Continuamos la marcha por el paraje Las Cañas, identificado sólo por un oxidado y casi invi­sible cartel y más adelante, un prolijo cerco de palos frente a una vivienda llamó la atención.

Nos recibieron los hermanos Contreras, moradores de esa inmensa soledad. No tardaron en informar que ese perímetro pertenece a Ucucha, un pequeño paraje.

Un burro manso se acercó al grupo mientras informaban que esa temporada no trabajaban en la sal porque no había. “El año pasado se abusó del lugar al entrar con máquinas, se sacó a más profundidad y ahora no hay más”, sentenciaron mientras manos y rostros revelaban años de trabajo en un clima riguroso.

Enseñaron sobre las plantas del lugar y el uso que le daban como terapia para problemas de salud.

Retomamos la ruta por la huella del camino de tierra que cede espacio a extensos medanales.

Más adelante se atraviesa el paraje abandonado Árbol Blanco donde hay un desvío hacia Quilino. En el kilómetro 37 de la travesía se llegó a Las Toscas donde un pequeño caserío con escuela e iglesia es también ingreso al Refugio de Vida Silvestre Monte de las Barrancas (reserva provincial). Interesados en visitarlo preguntamos a algunos lugareños quienes nos desalentaron ya que hay que tener permiso de la Secretaría de Ambiente con sede en Córdoba Capital.

Tal vez deberían habilitar a algún puestero de la zona para el control de las visitas y así integrar a esa comunidad al proyecto.

Con frustración y rabia retomamos el camino con 40 grados de temperatura hacia los Baños de Unquillo.

El paisaje se transforma de a poco a medida que se aproxima al paraje denominado Baños de Unquillo. Aquí vuelve a aflorar la sal, que parece estar en el lecho de una laguna. El lugar es un desolado páramo pero hay una pequeña capilla y a continuación, bajo un tinglado la imagen de la Virgen del Valle, que dicen es muy milagrosa.

En el entorno afloran aguas termales en distintos puntos en forma de pequeños pozos donde se bañan los lugareños. Aseguran que las aguas tienen virtudes curativas.

Se trata de otra postal interesante, tanto como las otras que se articulan en el camino compuestas de paisaje, mística y salud. De a poco el camino va subiendo de nivel hasta llegar al paraje Las Ollas donde dominan largos y profundos guadales y que al atravesarlos queda detenida una estela de polvo en suspensión.

El objetivo es llegar a Los Leones pero los kilómetros que faltan son verdaderos médanos, imposibles de rodar, que obligan a intercala caminata con tramos en bicicleta hasta que finalmente se divisa el cartel que anuncia: Los Leones: latitud sur 30º19´ y longitud oeste 65º07´.

Los Leones. Los Leones es un caserío de pocas casas dispersas en el monte, cabras que cruzan la ruta e ingresan solas al corral de palos y espinas, mientras los vecinos matean a la sombra, frente a su casa.

El paraje Los leones debe su nombre según los relatos de los ascendientes de estas familias, a la existencia de un pozo con agua dulce que congregaba a los leones (pumas) para saciar la sed.

Con el deseo de buscar bebidas frescas llegamos a la casa de Doña Lola, a 100 metros del camino, entre un tupido monte. Una enramada de gruesos horcones ofrece una profunda sombra y al lado se levanta una pequeña casa hecha de material con un jardín lleno de flores, patio de tierra y un estanque “de agua llovida” con patos y gansos. Se trata de un lugar fuera de lo común en esa geografía. Una sola hoja en el piso barrido y regado.

Lola rápidamente acomodó unas sillas con una mesa y sirvió bebidas frías, increíble en esos parajes tórridos y sin electricidad.

Aprovechamos para descansar y distendernos, mientras conversamos sobre la vida en esos parajes tan distantes e inaccesibles. Doña Lola contó que Los Leones es un paraje rural que tiene “código postal y todo, antes venía el colectivo todos los días ahora ya no quiere entrar más, se hicieron pedazos con estos caminos, cuando viene la ambulancia les encargamos cosas”.

En la represa los patos y gansos paseaban escandalosos y con el atardecer otros parroquianos se acercaron a la animada charla.

Pluto y Sadam, los perros de la casa, anuncian con ladridos las visitas con mucha anticipación y en medio de la oscuridad. Bajo la enramada, con el farol a gas que ilumina una gran mesa, de rústico algarrobo, se hizo una cena general consistente en fideos con salsa y tortilla casera, con el disfrute de los silencios y la sencilla sabiduría de quienes viven en el campo.

Nos retiramos a descansar en la carpa custodiados por Sadam bajo un límpido cielo poblado de luminosas estrellas.

Poco antes del amanecer nos despertó el ímpetu de la escoba de jarilla que rozaba el suelo del patio.

Compartimos unos mates con Doña Lola y antes de que el sol se sintiera partimos.