Y ahora, que salga el toro

El tiempo pasa, ya es media mañana y la gente va llegando; los turistas comienzan su peregrinar y a lo lejos se puede ver la cortina de polvo que levantan los vehículos; el pequeño poblado que vimos al llegar, se transforma en una ciudad llena de viajeros de todo el mundo.

La plaza principal está cerrada por tapiales de piedra y concreto de 1,60 de alto aproximadamente, una pequeña casilla en el medio, un árbol y sólo tres entradas. Fuera de la plaza hay tribunas, con poca capacidad, por lo que quien no se acomoda en ellas, tiene que buscar de alguna forma un lugar alrededor de la plaza si quiere tener una vista privilegiada.

Por lo general, los lugareños que llegan temprano “reservan” un sitio en el tapial con sus ponchos y mantas, espacio que se respeta como si la persona estuviera ahí.

Cerca del mediodía comienza la procesión mayor: suenan las campanas y las bombas y una banda de músicos local, con sikus, flautas, tambores y una enorme corneta, llamada erke, tocan música típica del lugar. Además de la Virgen, hay un desfile de santos; niños vestidos de suris (ñandúes); las “cuarteras”, que llevan cuartos de corderos en medio de la procesión, y un grupito de fieles que, adelante, hacen un pequeño simulacro de lo que es el toreo, con un gorro con forma de toro y dos o tres personas que intentan sacarle la vincha.

La poca sombra hace que se sienta mucho el sol, por lo que hay que estar preparado con una buena cantidad de agua y siempre con un sombrero que cubra la cabeza. El aire se torna pesado, no sólo por la temperatura sino también por la gran cantidad de gente que se da cita en el poblado y se amontona para poder llegar a ver la plaza y para ello se trepan a las pircas.

El toreo se respira en el aire, la gente está lista, ansiosa y con muchas ganas de ver la corrida. Pero, falta un detalle que no es menor: la presentación de varios números artísticos.

Grupos de danzas típicas y tradicionales hacen su presentación, como en un festival de escuela, pero con alrededor de 8.000 espectadores de testigo. Coplas y cantos acompañan la espera y el calor la hace interminable.

Los lugareños respetan el ritual, es de ellos, es para ellos y no les importa sólo ver el toreo, que es lo que esperan los turistas. Ellos ven, viven y disfrutan cada presentación de su cultura, de su fe, de su momento en calendario de la Argentina. Los visitantes, ansiosos, lo único que desean es ver a los toros. Incluso, en más de una oportunidad, se atreven a silbar o aplaudir en señal de protesta por la demora.

A la hora señalada

Finalmente, la espera y el calor desaparecen; el público queda paralizado: los toreros se presentan en la plaza, se arrodillan ante la Virgen y le ofrecen tributo; piden su protección, y le prometen conseguir la tan deseada vincha de plata.

Es un momento mágico, ansiado por todos los presentes: a las 3 de la tarde, con la explosión de una nueva bomba de estruendo, sale el primer toro. Los gritos y el fervor hacen que esa pequeña plaza, perdida en medio de la cordillera, sea por un momento, por un instante, el estadio olímpico más grande del planeta donde el asombro, la valentía, la fe y la tradición se mezclan para poder dar paso a un espectáculo único.

Contrariamente a otros espectáculos similares en el mundo, ahí tanto el toro como el torero nunca salen lastimados: sólo es una cuestión de fe, como ellos dicen, para quitarle la vincha de plata de entre las astas, y de agilidad y valentía como lo ven desde afuera quienes están de paso por el lugar.

Uno tras otro, salen los toros y los toreros intentan quitarles la vincha, algunos con éxito, otros no; con caídas y golpes; con sonrisas y alegrías por cada conquista; con aplausos, ovaciones y murmullos, pero por sobre toda, con ese valor agregado que tiene Casabindo: la devoción y la entrega de fe.

Cada 15 de agosto, en Casabindo se moviliza un pueblo, una provincia y un país, para ver un espectáculo único que, según de qué lado estemos, será un espectáculo turístico y pintoresco o una gran movilización de fe.

Como lo relatamos en Informe Telenoche (https://www.youtube.com/watch?v=7EIIsrug5F4) la leyenda cuenta que en época de la independencia de la dominación española, un virrey arrojó una vincha roja a los toros y retó a un cacique de la comunidad aborigen para que la sacara, en un desafío a los colonizadores. El cacique logró ganarle a los toros y, moribundo, llegó a la iglesia, miró a la Virgen y le entregó la vincha como ofrenda.

Luego de todo el día en el lugar, nos preguntamos: ¿puede un lugar mantener la cultura y hacer viva la tradición; pueden cientos de personas entregar su corazón a una profesión de fe; puede un pequeño poblado, de serenos habitantes, sostener un mito? La respuesta está ahí, cada 15 de agosto, en Casabindo.

Lo que hay que saber 

Cómo llegar: por ruta nacional 9 norte y luego ruta nacional 60 (Deán Funes); pasando Quilino, por ruta nacional 157, Recreo, Frías, hasta San Miguel de Tucumán; se retoma la ruta nacional 9, por Tafí Viejo, Rosario de la Frontera y Metán, hasta el cruce con la ruta nacional 34 y por esta hasta la ruta nacional 66; San Salvador de Jujuy, donde se retoma la ruta nacional 9 y luego de pasar por Maimará, Tilcara y Humahuaca, se llega a Abra Pampa, desde donde, por camino de ripio (ruta provincial 11) se llega a Casabindo.

Por vía aérea hasta Jujuy, tanto Aerolíneas Argentinas como LAN ofrecen promociones.

Informe Telenoche: esta nota fue realizada por los periodistas Mariano Miguel Cardarelli y Lucio Casalla y las fotos son de Emilio "Keko" Enrique, enviados especiales de Canal Doce a Casabindo, para elaborar el Informe Telenoche que se puede ver en https://www.youtube.com/watch?v=7EIIsrug5F4