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Una travesía hacia el pueblo salteño que sorprende a turistas extranjeros

El camino hacia Cachi es un viaje en sí mismo. (Booking.com)
El camino hacia Cachi es un viaje en sí mismo. (Booking.com)

Llegar hasta Cachi es, también, la posibilidad de adentrarse en la diversidad geográfica de la provincia norteña.

"Lo importante no es llegar, lo importante es el camino". La frase patentada por Fito Páez podría aplicarse perfectamente a una de las excursiones más fascinantes que ofrece la provincia de Salta. Se trata de la travesía de montaña necesaria para arribar a Cachi, pequeña localidad del departamento homónimo situada a unos 2.500 msnm, en el corazón de los Valles Calchaquíes.

A 162 kilómetros de la ciudad de Salta y a 157 de Cafayate, Cachi se ha convertido en uno de los mayores atractivos turísticos de la provincia. Desde la capital, excursiones de jornada completa (desde $ 1.800 por persona) salen diariamente y ofrecen la posibilidad de disfrutar del recorrido y sus variantes.

Tomando la ruta nacional 68 hacia el sur y luego de 37 kilómetros, el camino lleva hasta El Carril. Allí, en el epicentro de la producción tabacalera a nivel nacional (Salta contribuye con el 60% de todo lo que se cosecha en Argentina), el desvío hacia la ruta provincial 33 inicia la segunda parte del viaje. Adentrándose hacia el norte del Valle Calchaquí, y entre cultivos de tabaco a ambos lados del camino, el paisaje empieza a cambiar.

De pronto, la vegetación comienza a ser más espesa y la humedad y los colores crecen en intensidad. La selva montañosa –o yunga– regala infinitas tonalidades de verde en copas de árboles frondosas, mientras el río Escoipe sigue su curso en forma de quebrada. En época de lluvia es común que el verde de la vegetación se confunda con los colores rojizos de la montaña, con tonalidades violáceas y grises aquí y allá.

Luego de cruzar el puente Mal Paso, inaugurado en 2017, el camino sigue hacia la Cuesta del Obispo, un tramo empinado y zigzagueante que lleva hacia la Piedra del Molino, el punto más alto del viaje a más de 3.300 metros sobre el nivel del mar. En ese mirador, el imponente paisaje montañoso del llamado Valle Encantado suele ser intervenido por las nubes que llegan hasta allí y chocan contra la inmensa pared de piedra que antecede al Parque Nacional Los Cardones.

Los Cardones

Ya en bajada, la misma ruta 33 cambia notoriamente de paisaje una vez más. Si las montañas y la vegetación habían dominado la vista unos kilómetros atrás, en las 64 mil hectáreas del parque nacional lo que predomina es la llamada sierra seca, con arbustos y guanacos al costado del camino y los imponentes cardones que dan nombre al parque.

Poco después, en la llamada recta del Tin Tin –un camino de 18 kilómetros trazado por los pobladores originales de la zona– se encuentra el área principal del parque, entre el cerro Negro y el que lleva el mismo nombre que la recta. Este último es una formación Yacoraite (al igual que la serranía del Hornocal, en Jujuy) destacada por sus pigmentos naturales dispuestos en forma de "v" invertida, característica que la convierte en una postal multicolor de la puna.

Continuando por la 33 hasta el final, se llega hasta la emblemática ruta 40, cuyo desvío inicia el último tramo hasta Cachi. Son poco más de 12 kilómetros de ripio hasta llegar al pueblo enclavado entre cerros de más de 5 mil metros de altura, con el imponente nevado homónimo como mayor atractivo.

En la coqueta plaza principal, una feria de artesanos, la iglesia San José de Cachi y el Museo Arqueológico Pío Pablo Díaz se erigen como los principales puntos distintivos de la localidad, que hace gala de sus fachadas blancas y convoca a turistas de todo el mundo. Escuchar alemán, francés o noruego en los alrededores de este centro histórico ya no llama la atención de sus habitantes.

Entre sabores locales, vistas imponentes y un ritmo completamente disociado de la locura urbana, Cachi es otra muestra de la riqueza cultural y geográfica del norte argentino. No obstante, el camino que conduce hasta allí desde Salta supone acaso un atractivo aún mayor que el del pueblo propiamente dicho. La variedad de climas y paisajes, la sorpresa a la vuelta de cada curva y la posibilidad de encontrarse con algún cóndor andino se combinan para dar forma a una travesía que, definitivamente, es un viaje en sí mismo.