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Pueblo con larga historia minera

La Carolina, el viejo pueblo minero de San Luis, cruzado por el río Amarillo, nombre inspirado en el color que hierro y azufre dan a esas aguas.
La Carolina, el viejo pueblo minero de San Luis, cruzado por el río Amarillo, nombre inspirado en el color que hierro y azufre dan a esas aguas.

Al norte de las Sierras Puntanas, por ruta provincial 9, se encuentra La Carolina, pueblo fundado por el marqués de Sobre Monte en 1792 y vinculado con la extracción de oro del cerro Tomolasta . Ocupa el punto más alto de San Luis y preserva una arquitectura uniforme.

El pueblo puntano La Carolina fue fundado por el marqués de Sobre Monte hacia 1792 cuando comenzó la extracción de oro del cercano cerro Tomolasta.

La explotación minera tuvo tres momentos históricos: desde 1794 a 1810 con la extracción de los españoles; de 1860 a 1890, por una compañía inglesa y, entre 1920 y 1955, por una empresa argentina.

Hoy se contabilizan una centena de túneles abandonados con sus correspondientes chimeneas de ventilación en el cerro.

La Carolina es el pueblo más alto de la provincia de San Luis, supera los 1.600 metros sobre el nivel del mar y se extiende a lo largo de una angosta calle, empedrada con lajas, que comienza en la ruta 9 y llega hasta la base del cerro Tomolasta. En su extensión la acompaña el recorrido del río Amarillo.

Las viviendas de La Carolina están ubicadas a lo largo de la calle y guardan una uniformidad arquitectónica ya que todas fueron construidas con piedras del lugar y techos de chapa o paja. Aún se observan algunas casas muy antiguas que son testimonio de la época de la fiebre del oro.

Fisonomía antigua. Los pobladores cuentan que en el almacén de ramos generales que tuvo la familia Poblet se recibía mineral a cambio de mercadería. Ese comercio se encuentra en calle 16 de Julio donde a pocos pasos sorprende con otra antigua casa que data de 1792 y ofició de estafeta postal.

Todas las edificaciones siguen ese estilo constructivo, hasta la iglesia utiliza como base la piedra mientras el techo es de chapa proveniente de un viejo galpón minero.

El uso de la piedra con diversas técnicas constructivas genera variadas texturas y una homogénea coloración. Así al deambular por las callecitas se transita y escucha la historia de ambiciosos mineros que buscaron un golpe de suerte que les cambiara la vida. También se evocan a los malones de aborígenes ranqueles que asolaron la zona, y a los fríos inviernos que los habitantes debieron enfrentar.

Recorridos. La Carolina posee un ambiente natural donde la actividad volcánica dejó su huella y hermosos valles por los que corren ríos de aguas cristalinas.

En esa geografía el hombre se dedicó a la actividad minera que hoy se recuerda en los pirquineros, las viejas maquinarias y los túneles.

El recorrido urbano impone partir desde la ruta 9 hacia la calle principal del poblado, llamada 16 de Julio, en cuyo trazado se va estructurando el recorrido.

El paisaje invita a introducirse por cada uno de los pasajes, donde la piedra aporta la tonalidad ocre a las calles y muros. La plaza, la iglesia y el centro comunitario conforman un combo que oficia de corazón del casco urbano y unos vagones de arrastre de las minas colocan el tema minero en el espacio público.

Un vecino comenta: “la piedra es el principal material de construcción porque está en el lugar y además una camionada cuesta $ 500, con eso usted se hace dos habitaciones”.

Hacia el este, se suceden las viviendas y algunos almacenes, se destaca una casa por las inscripciones en los muros de indudable alegoría política que   invoca a Leandro N. Alem.

A poco de andar se encuentra la sede de Huellas Turismo, encargada de la visita a las minas de oro (provee guía y equipamiento especial).

Ese paseo es muy recomendable porque permite conocer el paseo donde se observan las condiciones de explotación que imperaron pero también se experimentan las sensaciones que provocan la oscuridad y el silencio total, en la profundidad de las galerías.

Se pueden identificar algunos minerales, principalmente uno de color rosa llamado “andesita” que se presenta junto al oro; pequeñas estalactitas en formación y miles de gotas de agua que brillan al iluminarlas.

Un sinnúmero de vertientes inunda el suelo y que al pasar a través de las rocas se colorean por el azufre y el hierro hasta quedar totalmente amarillas. Dentro de la mina la temperatura se mantiene siempre a 17º con una humedad del ciento por ciento.

Donde el camino se bifurca aparece el Museo de la Poesía Juan Crisóstomo Lafinur, en homenaje al gran poeta puntano. Se destaca como obra de arquitectura y lugar reservado a la cultura literaria.

En ese espacio se expone sólo poesía manuscrita de diversos autores nacionales y se proyecta un video sobre la vida de Lafinur.

Grandes cubos de granito gris y rosa, como un damero, conforman la tumba del mencionado poeta. El diseño obedece a la interpretación de un poema que Jorge Luis Borges le dedicara.

Al alzar la vista, se observa en el filo de la ladera un laberinto de piedra allí, donde las montañas cierran el paso y sólo avanza el río Amarillo.

El cerro Tomolasta se alza como un guardián en la retaguardia.

Sendero del Oro. Ya transitado el circuito principal y disfrutado de sus atractivos, se puede regresar hacia el punto inicial por un camino alternativo a orillas del río Amarillo, llamado así por el color de las aguas que contienen azufre y hierro.

Las ruinas de viejas construcciones mineras ofician de portal de ingreso y las piedras están asentadas con tierra a la vieja usanza. Al ingresar a esas habitaciones se dispara la imaginación por los vanos de ventanas ausentes.

A pocos pasos se encuentra el Museo Mineralógico El Cóndor, donde se exponen al aire libre distintos minerales y rocas. La muestra se compone de gran variedad de piezas que un particular guía /dueño de casa, se encarga de comentar.

A partir de este punto comienza el recorrido pirquinero (minero que trabaja solo).

Varios puentes de madera atraviesan el río y conducen al caminante de orilla a orilla y un sendero costero con cartelería y esculturas alegóricas, informa sobre la actividad de los buscadores de oro.

Los vecinos comentan sobre viejos pirquineros que son parte de la historia, tal el caso de doña Macucha y don Guillermo.

En la actualidad, todavía hay quienes con sus zarandas logran vivir de la actividad que con mucho esfuerzo les permite obtener de uno a tres gramos diarios. En la ciudad, el gramo de oro cotiza $ 150.

El visitante puede probar suerte guiado por un pirquinero local y así experimentar la ansiedad de conseguir alguna pepita de oro.

El sendero culmina en un túnel, que aún posee los rieles y pequeñas volquetas, ubicado en terrenos donde funcionó hasta 1955 una compañía minera argentina. En parte de esas instalaciones se instala la hostería Posta del Caminante.

En este punto geográfico, el río Amarillo se encuentra con el río Grande y una arboleda da lugar a un pequeño camping.