buscar

Paraíso de fauna marina

Navegación en la ría y excursiones de aventura dan la bienvenida al otoño patagónico. Los pingüinos son los únicos ausentes.

En esta época del año, todo es más tranquilo que en pleno verano, cuando los días más largos y el clima benigno atraen a los turistas que recorren la costa santacruceña y hacen un alto en Puerto Deseado, paraíso de la fauna marina y de los paisajes vírgenes.

“La temperatura es muy agradable, en torno a los 20 ó 22 grados, y casi sin vientos, un fenómeno que se da en marzo y abril”, dice Jorge Bernard, director de Turismo de la ciudad. Es una buena época de afluencia turística, porque es la despedida de la temporada. Luego se retiran las embarcaciones de los operadores hasta mediados de setiembre, cuando el ciclo de la naturaleza -y con el él ciclo turístico- se reanuda con la llegada de los pingüinos de Magallanes, agregó.

Los pingüinos, precisamente, son los únicos ausentes en esta época del año, ya que tanto los de Magallanes como los vistosos  penacho amarillo dejan las reservas de los alrededores, a las que volverán respectivamente en setiembre y octubre. Pero todo lo demás se ofrece, intacto, a la mirada y la exploración de los viajeros que llegan a Puerto Deseado en otoño.

Es una época ideal para las cabalgatas; para recorrer la ría en kayak, y para navegar mientras se observan los románticos  atardeceres, cuando está la mejor luz para sacar fotos en los Miradores de Darwin.

Los paisajes de Puerto Deseado son para todos.

Empiezan por los de la ría, uno de los más extraordinarios lugares de la Patagonia, que se formó cuando el río Deseado cambió su vertiente hacia el Pacífico y abandonó su lecho, que fue invadido por el mar.

La navegación, que tiene varias paradas en las distintas islas, loberías y barrancas que dibujan la geografía de la ría, permite divisar lobos marinos, numerosas aves y sobre todo cormoranes grises, imperiales y roqueros, asombrosamente cerca.

Las travesías se pueden hacer en lancha o bien en kayak, con guías experimentados: la opción más tradicional (y también la que permite aprovechar mejor los días un poco más cortos de este época del año) dura alrededor de dos horas y termina en el puerto exactamente frente a la ciudad, donde una boya indica el lugar donde se hundió a fines del siglo XVIII la corbeta Swift.

Este episodio justificó la creación de un museo a la vieja embarcación inglesa que es otro de los lugares que no hay que dejar de visitar. Se trata de un testimonio único de la navegación de antaño, con restos recuperados intactos y una historia digna de verdaderos aventureros.

Las tierras de Darwin. Recientemente, Puerto Deseado fue uno de los lugares protagónicos en ocasión de la celebración del bicentenario del nacimiento de Charles Darwin.

Ahí estuvo el naturalista inglés en el viaje que lo llevó a las más extremas lejanías patagónicas.

Después de una travesía en 4x4, por terrenos de estancias sólo habitados por manadas de guanacos y ovejas solitarias, se llega a uno de los lugares más impresionantes que depara esa geografía: enormes formaciones rocosas, rojizas en el sol del atardecer que se elevan sobre la hendidura del cañón del río Deseado y proyecta sombras de gigantes sobre el paisaje milenario. El lugar merece al menos un día completo ya que es una de las postales inolvidables de Puerto Deseado.

La otra es Cabo Blanco, reserva a la que se llega después de haber recorrido unos 80 kilómetros de meseta patagónica hacia el norte de la ciudad.

Se arriba a la más total soledad donde el mar golpea con fuerza las olas espumosas contra la costa.
Excepto la naturaleza, nada queda de lo que hubo alguna vez: hasta principios de los años ´40, vivieron ahí unas 500 personas que trabajaban en la explotación de una salina cercana.

Junto con ellos se fueron sus casas, y hoy sólo viven allí marinos que vigilan las costas y los apostaderos de lobos marinos. En el cabo también queda un faro, entre matas de calafate que, como dice la tradición, hay que comer para estar seguro de regresar, en cualquier otra época del año.