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Viaje a las entrañas de la Tierra

Desde el cerro Rico, de coloradas laderas, se observa abajo la ciudad de Potosí, que fue declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad.
Desde el cerro Rico, de coloradas laderas, se observa abajo la ciudad de Potosí, que fue declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad.

Al sur de Bolivia y a 3.870 metros sobre el nivel del mar, se encuentra Potosí. La historia de la ciudad está ligada al cerro Rico, del que se extraen minerales desde 1545, que dieron una vida de lujo a unos pocos y pobreza y muerte a muchos otros. Visita a la mina El Rosario. 

En 1625 Potosí llegó a tener 160 mil habitantes por la frenética extracción de plata hasta que en 1825 la explotación redujo la población a ocho mil. En la actualidad, el desarrollo de la ciudad concentra a 166 mil personas estables de las cuales 16 mil continúan con el arriesgado trabajo de sus ancestros en el cerro.

De los tiempos de esplendor en Potosí quedó un gran patrimonio arquitectónico con decenas de templos de hermosos trabajos en piedra en sus fachadas; la Casa de la Moneda y diseños domésticos que generan un ambiente urbano de alta calidad que en 1987 la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad.

Desde cualquiera de las calles por donde se transite la enorme masa colorada del cerro Rico es protagonista. De forma cónica y con un permanente movimiento de personas y equipos, parece una masa viva que modifica todo el tiempo su fisonomía.

En enero de 1545 el aborigen Huallpa buscaba su majada de llamas en las laderas del cerro donde se vio obligado a pasar la noche. Para sobrevivir al frío hizo una fogata cuyo calor fundió en hilos de plata. Al difundirse el hecho los españoles tomaron posesión del lugar el 1 de abril del mismo año y en 1570 hicieron los túneles que hasta hoy perduran.

La ambición descontrolada arrojó para la historia las siguientes cifras: 62.206.000 kilogramos de plata extraída; ocho millones de aborígenes y esclavos muertos; extracción actual de 2.500 toneladas diarias de material; ingreso diario de 16 mil mineros al cerro y entre 160 y 500 kilómetros de galerías.

Fray Antonio Calancha sacerdote y cronista peruano en 1638 decía “cada peso que se acuña en Potosí cuesta diez muertos en las cavernas de las minas”. Desde que comenzó su explotación jamás se detuvo la extracción de plata, cinc, estaño, antimonio y plomo.

El director de la Casa de la Moneda e impulsor de la preservación del cerro Rico dice que los primeros cronistas españoles fijaron la cima a 5.183 metros y en el presente tiene una altura de 4.702 metros.

Ingreso a las entrañas

Desde 1990 se puede visitar el cerro con la asistencia de agencias que realizan el tour y trabajan con las cooperativas mineras.

Nos interesa la excursión aunque se nos plantea la inquietud de si vale la pena ver hombres trabajar en precarias condiciones. Finalmente decidimos enfrentar la realidad. Contratamos por 50 pesos bolivianos la excursión que parte del centro de Potosí en furgoneta. Ellos proveen de mamelucos amarillos, cascos, botas y linterna frontal a todo el grupo de visitantes.

En el camino nos detenemos en el mercado minero, lleno de tiendas de abastecimiento donde adquirimos algunos obsequios para los mineros, según la costumbre. Recomiendan entregarles hojas de coca, gaseosas, cigarros de tabaco negro con anís y canela y alcohol, entre otras cosas.

El guía hace una ofrenda a la Pachamama con una botella de alcohol del cual todos los viajeros bebemos y cuya graduación resulta insoportable.

Comienza el ascenso por caminos entre escombreras de mineral y barro y con un intenso frío hasta llegar a las pequeñas casas de adobe que se alinean ante la entrada de la mina Rosario en el cerro Rico. En algunas de esas viviendas las mujeres se encargan de la seguridad de la mina en ausencia de los mineros. Ellas guardan ropas y herramientas en un constante movimiento de carretillas y carros, mientras los mineros ingresan en el profundo agujero negro por un suelo de agua.

Antes de ingresar el guía informa las medidas de seguridad y da algunas advertencias.

Finalmente ingresamos entre un cementerio de carros y restos de vías.

Hacia abajo se extiende la ciudad y decenas de caminos con camiones que mueven el mineral. En el cerro sólo se hace la extracción, en los ingenios el análisis, la molienda y separación de minerales.

Encolumnados detrás del guía penetramos por un túnel abovedado de piedra que data de 1651 mientras pisamos agua helada. Más adelante debemos agacharnos para esquivar los rollizos de eucaliptus que hacen de soporte del techo.

La oscuridad es total y sólo la luz de las linternas muestra un camino muy estrecho (el túnel no tiene más de 1,20 metros), con numerosos desvíos. Sentimos ruidos y aparece un carro cargado de mineral empujado por tres agotados mineros. Más adelante arribamos a un espacio más amplio donde está entronizado el Tío, protagonista de las profundidades al cual los mineros realizan “pagas” con hojas de coca, alcohol, cigarrillos y fetos de llama. El primer viernes de cada mes se le pide protección y producción y el último viernes, se le agradece.

La imagen del Tío es del tamaño de una persona sentada, con dos cuernos de chivo, grandes orejas, brazos extendidos y enormes genitales. Está casi cubierto de hojas de coca y serpentinas y a sus pies hay un feto de llama.

Los visitantes respetamos la tradición y sentados en bancos tallados en la roca asistimos a la solicitud de visita de la mina contraentrega de una ofrenda.

El guía nos cuenta que el Tío representa al diablo y afuera, en la luz, está Jesucristo.

Al retomar la marcha bajamos de nivel por pequeñas galerías que obligan a reptar hasta llegar a un agujero de no más de 0,50 centímetros para descender luego a través de una escalerilla de madera. En ese punto aumenta la temperatura, hay olor a azufre y polvillo.

En un espacio tres mineros llenan unos cubos de goma y los izan hasta el nivel donde aguardan los carros en un trabajo demoledor. La visita ya dejó de ser turística y es una dura realidad.

Llevamos más de tres horas de marcha entre distintos niveles. Nos encontramos a 150 metros de profundidad y a más de 1.500 metros de la salida.

Hacia el final del túnel se observa movimiento de luces proveniente de una cuadrilla que sigue un socavón de nuevas vetas. El lugar es muy estrecho pero allí entregamos los presentes a los sufridos trabajadores que los reciben con agrado.

El guía nos comenta que después de extraer la piedra la cargan en mochilas con capacidad para 50 kilos y las llevan en sus espaldas por las galerías. Una devastadora tarea por la que cobran 100 pesos bolivianos diarios.

Volvemos al exterior y nos despedimos de los trabajadores con la nítida imagen del minero sentado con la bolsa de coca entre las manos y que mira la roca.

Lo que hay que saber

Estado físico. La altura y desplazamientos exigen un muy buen estado físico de los excursionistas. No recomendable para claustrofóbicos y quienes padecen enfermedades respiratorias.

Tarifas. El costo de la visita varía entre 50 y 100 pesos bolivianos según la agencia elegida. La prestadora Big Deal Tours pertenece a ex mineros.

Riesgos. No se ingresa a zonas donde se están haciendo exploraciones para evitar eventuales derrumbes y para los excursionistas hay una profundidad límite. Sin embargo, hay cierta exposición a peligros.

Regalos. Se acostumbra llevar presentes a los mineros. Una cortesía que hay que tener en cuenta.

Temperatura. En Potosí siempre hace frío. En invierno (junio /julio) entre 10 a 20 bajo cero y en verano entre 4 ó 5 bajo cero de noche y de día 10 a 15. La diferencia de temperatura entre afuera y dentro de la mina llega a ser de 40° a 45°.