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Una trepada al cielo

A poco más de 20 kilómetros del refugio se llega al valle de Chaschuil, donde la ruta gira hacia el norte y el paisaje cambia radicalmente.

A  poco más de 20 kilómetros del refugio se llega al valle de Chaschuil, donde la ruta gira hacia el norte y el paisaje cambia radicalmente. La vegetación casi desaparece y sólo los aromáticos arbustos de “pájaro bobo” llenan de perfumes la ruta en determinados momentos. El resto, son grandes extensiones que intercalan una especie de praderas de pedregullo fino; dunas y salinas y a lo lejos, los primeros picos con nieve que anticipan la Puna.

Hacia el oeste, detrás de los cordones montañosos, aparece el primero de los seis volcanes  con su cumbre nevada en este caso se trata del Inca Huasi (6.640 metros).

Cerca de las 4 de la tarde llegamos a Cortaderas, luego de recorrer 103 kilómetros y trepar a 3.300 metros sobre el nivel del mar.
Una moderna hostería inaugurada en 2007 recibe en el lugar aunque, inexplicablemente, aún no funciona. Más adelante, una represa embalsa al río y forma un lago al que llegan a reproducirse algunas especies de patos cordilleranos y flamencos. Algunos pastizales pintan de verde el paisaje.

Refugio Las Losas. Seguimos viaje hasta el refugio Las Losas donde llegamos al atardecer y decidimos  hacer noche. Había algo de leña y se mantenía a buena temperatura por un fuego reciente.

El sol se escondió detrás de las montañas y bajó la temperatura rápidamente. Estábamos a 3.900 metros sobre el nivel del mar.
Nos levantamos cuando todavía estaba oscuro con el fin de  partir con las primeras luces. A  las 7 emprendimos la marcha. El termómetro marcaba cero grado y una nube cubría todo, apenas se veía la ruta a unos metros.

Salimos a rodar metiéndonos en la neblina y en los pliegues de las mangas de nuestras camperas se formó escarcha, es que avanzamos con casi cuatro grados bajo cero.

Lentamente, el sol transformó el paisaje, con amplios contrastes de luces y sombras.

La Puna tapizada a ambos lados de la ruta, nieve en las cumbres y manadas de vicuñas pastando. Sin embargo, esa placidez duró poco.
El viento se hizo presente desde el norte con mucha fuerza. Los 27 kilómetros que restaban para llegar al refugio Las Peladas, demandaron casi cuatro horas a todo pedal.

Últimos pedaleos. Sobre el pasto de los llanos se destacan rocas negras volcánicas. Según dicen hace unos 80 millones de años atrás, el pacífico lugar fue un infierno de volcanes en erupción mientras surgía desde el fondo del océano la cordillera de los Andes.

El valle que atravesábamos cambiaba de manera paulatina: diversos colores, aguas heladas que un poco más allá humeaban; dunas, salinas, y más adelante, verdes con fondo de nieve. También hay enormes cráteres calcinados, cerros de basalto, arenales negros y coladas de lava. Un paisaje natural para quedarse a contemplarlo.

Cerca del mediodía el viento hizo imposible pedalear.

Un arco sobre la ruta marca 4.000 metros sobre el nivel del mar y cerca, está la Aduana.

Llegamos al portón que cierra la ruta donde está Gendarmería y un puesto de Vialidad Nacional.

Los molinos generadores de energía eléctrica giraban de tal manera que parecían que se iban a salir de su mástil, un zorro congelado confirmó las duras condiciones de vida en el lugar.

La Gruta está en las llamadas vegas de San Francisco, valle húmedo y fértil y rodeado de volcanes apagados de más de 6.000 metros de altura tales como el Incahuasi y Ojos del Salado, entre otros.

En este punto se acabó el viaje en bicicleta.

De ahí en más, en camioneta recorrimos los 20 kilómetros faltantes hasta la frontera con Chile donde un oxidado cartel recuerda el límite entre ambos países.

Altura y viento. En la cima el viento no permitía estar parado. Por suerte la altura no nos produjo el mal de la Puna, tal vez por que subimos despacio. Así, el cuerpo frente a los esfuerzos se mantuvo inalterable. Comprobamos una vez más el valor de la mente frente a los desafíos.
Desde la altura se veía el salar y el cerro San Francisco de 6.018 metros sobre el nivel del mar que domina todo el horizonte. Hacia abajo, pequeños hilos de agua que despiden vapor.

Para terminar la travesía nos dirigimos a las pequeñas termas de La Gruta, una habitación de piedra con techo de chapa alberga una pileta de dos por dos con agua humeante.

No resistimos la tentación y nos metimos en el agua. Relajamos los músculos mientras los turistas que llegaban se sentaban a conversar con nosotros.

El camino de regreso sirvió para observar el trayecto recorrido: una subida permanente de 202 kilómetros.

La vuelta a Córdoba fue  por La Rioja donde descubrimos nuevos pueblos y rutas para próximas travesías.