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A navegar rumbo a CBA

Monarch, el crucero que Pullmantur destinó a recorrer el Caribe sur, con partida desde Cartagena.
Monarch, el crucero que Pullmantur destinó a recorrer el Caribe sur, con partida desde Cartagena.

Si no fuera mediterránea, Córdoba tendría puerto y podría ser destino de algún crucero, o muchos. Pero el apócope del título no hace referencia a esta ciudad, sino que son las iniciales de Curazao, Bonaire y Aruba, que conforman una increíble trilogía caribeña.

Si le sugiero que haga un crucero por CBA, no es que lo esté invitando a embarcarse en un bote por La Cañada. Si bien ese es el apócope de Córdoba, también son las iniciales de Curazao, Bonaire y Aruba, tres islas paradisíacas del Caribe sur.

En este caso, le vamos a pedir que nos acompañe en un crucero de la compañía Pullmantur, que parte de Cartagena de Indias, en Colombia, y recorre las tres islas mencionadas, hace una escala en Colón, Panamá, y regresa a Cartagena.

Ahora, desde el 5 de diciembre, el itinerario varió: se omite la parada en Bonaire y se hace una escala en el puerto La Guaira, Venezuela. Esta modificación fue hecha por pedido de los operadores venezolanos, ante la demanda del mercado.

El viaje implica un vuelo de LAN algo largo, con varias escalas: se inicia en Córdoba con destino a Lima; luego a Bogotá, y finalmente Cartagena. Sin embargo, como el equipaje va directo al último destino, el viaje no es tan incómodo y el arribo a la bella y patrimonial ciudad colombiana bien lo justifica.

Por cuestiones de horarios, el día de arribo se invierte en alojarse en el hotel, en nuestro caso el InterContinental Cartagena, y hacer una primera aproximación en el atardecer a la ciudad amurallada de Cartagena de Indias, durante la cual tomamos nota de los rincones de la ciudad que no se pueden dejar de lado.

Al día siguiente, tras el desayuno y con ropa fresca, calzado cómodo, sombrero y anteojos para sol, un taxi nos deja en la Puerta del Reloj, una de las entradas a la muralla de 11 kilómetros que se comenzó a construir en 1614 y que en su mayor parte se conserva tal cual se levantó. El costo del viaje no supera los 10 dólares.

Una vez que pisamos las callejuelas empedradas de la ciudad vieja, el entorno se empeña en convencernos que estamos en el siglo XVII, aunque sepamos que es el año 2015 y que no hemos bajado de uno de los primeros barcos de esclavos que arribaron en el siglo XVI.

No hay que perder tiempo, porque a las 17 hay que estar en el puerto para embarcar en el Monarch, el crucero de Pullmantur que a las 18 hace sonar su sirena e inicia su periplo caribeño. Pero, como la organización vence al tiempo, la lista que hicimos al atardecer anterior, mientras observábamos la puesta del sol desde el Café del Mar, sobre la muralla, ayuda a aprovechar el recorrido.

Una de las construcciones emblemáticas de Cartagena es el Castillo de San Felipe de Barajas, una fortaleza construida en 1567 para defender el enclave de los ataques de piratas, corsarios y filibusteros. Vale la pena hacer la visita con un guía, para conocer los secretos y maravillas de esa obra de ingeniería militar.

En la plaza ubicada al pie del castillo, pululan los vendedores ambulantes de sombreros, camisetas, collares, anillos y todo artículo que se imagine, la mayor parte artesanal. Dígales que no con una sonrisa, recuerde que para ellos es su medio de vida, o cómpreles algo.

Luego, el recorrido continuó por las históricas y numerosas plazas, como la de la Aduana, la de los Carruajes, la de San Pedro Llaver o la de Santo Domingo, donde en las puertas de la iglesia del mismo nombre hay una estatua de las famosas “gordas” de Botero; el tenebroso palacio de la Inquisición, hoy museo; la Catedral, y nos dejamos perder por esas callecitas de románticos nombres para anotar, como la de las Damas o La Mantilla, y otros tenebrosos, como de la Amargura o Tumbamuertos.

Lo ideal para recorrer y conocer Cartagena son tres o cuatro noches de estadía. A nosotros se nos agotó el tiempo, así que dejamos la ciudad amurallada rumbo al puerto. Tras el trámite de check in, ya estábamos listos a bordo del Monarch para iniciar el viaje hacia CBA (Curazao, Bonaire y Aruba).

La partida de un barco, cuando suelta amarras y se aleja del puerto y las luces de la costa se van empequeñeciendo, tiene una mezcla de nostalgia, por lo que se deja, y ansiedad, por lo que viene.

A navegar

Una vez ubicados cada uno en su camarote, acomodada la ropa que llevamos para todo el viaje (una de las ventajas de los cruceros) y familiarizados con la cabina y las conductas a observar, los altavoces invitan a dirigirse a las distintas cubiertas, según las indicaciones de la tripulación, portando los salvavidas que se guardan en el placard, para el simulacro de desembarco.

Esta es una actividad obligatoria, dispuesta por las autoridades marítimas de todo el mundo, y durante la cual se imparten las instrucciones necesarias a observar en caso de un tan hipotético como lejano desembarco de emergencia.

Sin embargo, se debe cumplir con este requisito que no lleva más de 15/20 minutos y que se asemeja a las indicaciones que se reciben a bordo de un avión mientras se dirige a la pista de carreteo, antes de levantar vuelo.

Luego vendrá el momento de ir preparándose para la cena, que se sirve en el restaurante Borea, según el horario elegido (hay dos turnos, a las 19.30 y 21.30) o en el Bufet Panorama (cena bufet), cubierta 11, a las 19.30 y 22.

Tras la cena, una pasada por algunos de los siete bares disponibles, para tomar una copa y escuchar música en vivo y, si el cuerpo aguanta, una visita a la disco Cyan, que permanece abierta hasta las 3.30.

El programa es tentador, máxime teniendo en cuenta que el día siguiente será todo de navegación y habrá tiempo para recomponer fuerzas, tenderse al sol o disfrutar de la piscina con agua de mar, en la cubierta 11.

Próxima escala: Curazao, una de las tres islas tres.