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Morro de Sao Paulo: una propuesta abarcadora

En Morro de Sao Paulo, las playas están numeradas, de la primera a la cuarta. Al fondo se observa el faro, un mirador natural.
En Morro de Sao Paulo, las playas están numeradas, de la primera a la cuarta. Al fondo se observa el faro, un mirador natural.

Si se trata de mieleros, romance asegurado; si son jóvenes y libres, fiesta garantizada; y si son familias, tranquilidad y playas los esperan. El Morro de Sao Paulo tiene todo eso para unas vacaciones soñadas. Su vecina Boipeba se asoma como el nuevo destino boom.

Quizá parte de su atractivo sea que no es tan fácil llegar. Es así, pero el trajín tiene su recompensa. Morro de Sao Paulo (tal su nombre oficial) es una propuesta para todos.

Es el lugar ideal si los que viajan son una pareja de enamorados o de recién casados, por sus increíbles puestas de sol o las cenas con velas al borde del mar y bossa nova de fondo. Si los que viajan son jóvenes solteros en busca de aventura y acción, fiestas todas las noches, buena música y tragos son el menú preferido. Y si se trata de familias, también es más que apto, lejos de los automóviles, del ruido, de los peligros, playas con piscinas naturales y poco profundas y mucha tranquilidad.

Al llegar al Morro, lo primero que llama la atención es la fila de jóvenes de musculosa amarilla, esperando con su carretilla en el muelle, la llegada de los turistas. Esos son los taxis de la isla. Pura tracción a sangre, que por una tarifa de 10 reales por maleta, se encargan de llevarlas adonde uno se aloje, sin importar si es en la primera o la cuarta playa. Quizá, por un momento, cruce por nuestros pensamientos, la tentación de no requerir sus servicios, pero sólo ver la pendiente que hay que subir para entrar a la villa, desalienta al más tacaño.

Apenas cruzar el portal de entrada, un magnífico pórtico del siglo XVII que formaba parte de la fortaleza construida por los portugueses para evitar las invasiones holandesas, se sube una barranca que termina junto a la iglesia de Nuestra Señora de la Luz, de arquitectura portuguesa barroca y construida en 1845.

Justo frente a la iglesia, está la larga escalinata que lleva a lo alto del morro. A poco de subir algunos peldaños de la escalinata, se encuentra el boliche más concurrido (culto a la vida y al disfrute), compartiendo medianera con el cementerio del pueblo.

Al final de la escalinata y a casi 80 metros de altura, se encuentra el faro. Ahora no es posible visitarlo, pero vale la pena llegar hasta allí ya que a sus lados hay dos miradores con las vistas más magníficas de toda la isla. El mirador del lado norte, permite divisar el atracadero, el viejo fuerte y los golfinhos (delfines) que aparecen al atardecer.

El del lado sur nos muestra las cuatro playas en todo su esplendor. Es también el punto de partida de la tirolesa, un desafío para que, los que disfrutan de la adrenalina, puedan mostrar su coraje tirándose desde 60 metros de altura y colgados sobre el mar por más de 340 metros.

El Morro es un lugar curioso, tan curioso que las playas, en lugar de nombre, llevan números. De la primera a la cuarta. Claro que, como en casi todo hay excepciones y a la extensa cuarta playa, en un lugar incierto, se la comienza a llamar Praia do Encanto. Y le hace honor a su nombre, es un verdadero encanto de arenas color amarillo claro, palmeras y mar transparente.

Tiendas y bares en la callecita que corre junto al mar.
Tiendas y bares en la callecita que corre junto al mar.

Cada una de las playas tiene características diferentes. La primera es la favorita de las familias. Es pequeña, tiene aguas calmas y es la que está más cerca del centro del pueblo. En la segunda se concentran uno tras otro los locales de gastronomía. Allí es el lugar donde socializar. Es común ver por la tarde gente sentada tomando un helado en la sorvetería Fragola, viendo pasar más gente.

Más tarde, es el lugar elegido para cenar con propuestas variadas y de buen nivel, siempre con música en vivo. Y por la noche, también allí se arman las mejores fiestas con el mar de fondo.

La tercera playa es quizá la más cómoda para nadar, bucear y divertirse con el snorkel. Desde allí, salen los barcos y lanchas que hacen excursiones y visitan las islas próximas. Frente a la playa, aparece la Ilha de Saudade, un islote con una única palmera en el medio, a la que sólo le falta Tom Hanks y Wilson, en plan de náufragos.

La playa más perfecta para caminar, entrenar e incluso andar en bicicleta, es la cuarta, con sus dos kilómetros de arena. Con poca invasión de construcciones, durante la marea baja se forman grandes piletas naturales, donde toda la diversidad de la fauna del mar está al alcance de la mano, o del snorkel, y es un festival de sargentinhos, garopas, salemas y cambunbá, los peces más abundantes.

Con los años el Morro se ha convertido en un destino hippie-chic. Nutrido por turistas de todo el mundo, con evidente predominio de italianos, israelíes, argentinos y recientemente (pero en gran cantidad), de franceses. Sus tiendas fueron adquiriendo un perfil más refinado y conviven con la feria artesanal que se arma en un sector donde la calle principal se hace muy angosta.

Precisamente ahí, donde tiene su pequeño bar Dona Duce, quizá el lugar con más onda de la isla. Allí, por las tardes, para seguir camino por la calle angosta, hay que abrirse paso entre la gente que danza con la copa en la mano.

Archipiélago

El Morro de Sao Paulo pertenece al municipio de Cairu, el único de Brasil integrado por un archipiélago de 26 islas, de las cuales sólo tres están habitadas: la de Tinharé (donde está el poblado del Morro), la de Cairu y la de Boipeba, separadas entre sí por ríos de agua dulce.

Unas 15.000 personas habitan el municipio, 5.000 de ellas en Tinharé y de las cuales 300 son argentinos. Entre ellos, María Pía Rodríguez, originaria de Villa Mercedes, San Luis, que estudió la licenciatura en turismo en la Montes Pacheco de Córdoba. Desde hace dos años está viviendo en el Morro. Trabaja como encargada de reservas de la Pousada Natureza y se declara amante de la playa Gamboa.

El Morro se nutre de turistas de todo el mundo, incluso de argentinos.
El Morro se nutre de turistas de todo el mundo, incluso de argentinos.

Se trata de una playa de rara belleza, que se encuentra a media hora de caminata desde el centro de la Villa del Morro. Lo más recomendable es ir por la playa, pero sólo con marea baja. Cerca de Gamboa, aparece una pared de arcilla. Dicen que esta arcilla tiene propiedades exfoliantes, ideales para la piel; todos aprovechan para cubrirse el cuerpo con ella y esperan el milagro. La manera de librarse del barro milagroso, es sumergirse en el mar tibio de Gamboa, uno de los preferidos de los buceadores.

Después de visitar algunas de las barracas de la isla, es hora de regresar. Si la marea está alta, lo más aconsejable es tomar una lancha, que por 3 reales lo deposita en la tercera playa.

Boipeba, destino secreto

Uno de los paseos más interesantes es una vuelta a la isla, en especial, la visita a la isla de Boipeba. Está separada de la isla de Tinharé por el río del Infierno. Nada más lejos del infierno; más bien, muy cerca del paraíso.

Tiene playas semidesérticas, con palmeras, arenas blancas y mar verde turquesa, es decir, una foto como las que se ven en los folletos de las agencias de viajes, pero con el raro encanto de conservar una atmósfera de aislamiento, de lejanía de la civilización; la sensación de estar sumergidos en la naturaleza en estado puro.

Un pueblo donde todo es calma, donde no circula ningún auto, apenas algunos tractores que cumplen servicios de recolección de residuos y cada tanto, llevan de paseo a los visitantes. Y en realidad, no hace falta: toda la isla puede ser recorrida a pie, con un poco de tiempo y espíritu de aventura. Tiene seis playas principales: Boca da Barra, Cueira, Tassimirim, Moreré, Bainema y Ponta de Castelhanos.

Si se llega en lancha, durante la marea baja, es posible hacer una pasada por las piletas naturales de Moreré y hacer snorkel, para luego desembarcar en la playa de Cueira a comer las famosas langostas de Guido.

Boca da Barra, la playa que registra la mayor convocatoria de gente. Hay otras casi vírgenes.
Boca da Barra, la playa que registra la mayor convocatoria de gente. Hay otras casi vírgenes.

La barraca de Guido es un capítulo aparte: él es todo un personaje, con un marketing envidiable. Lo conocen todos. Por supuesto que desata amores y odios, ya que hay quienes lo acusan de pescar y vender langostas aún en épocas de veda. Pero hay quienes lo justifican, ya que fue su actividad de toda la vida, aún antes de que existieran las prohibiciones.

“Ahora pesco menos, porque mi mujer no me deja, dice que ya estoy grande, pero tengo quien lo haga para mí. Siempre lo hice por la noche, con una vara de unos tres metros, con un pulpo amarrado en la punta. Me sumergía mar adentro, a la altura de Moreré, y volvía nadando con la lanza apuntando en  dirección a la playa. Las langostas, al ver el pulpo, se asustan y salen disparadas hacia la costa. Las iluminaba con una linterna y las juntaba una por una”, relata Guido sonriendo con su dentadura blanca y los ojos chispeantes.

Las sirve ahí mismo, en la playa, frente al mar y bajo la sombra de unos chapéus-de-sol (sombrillas), asadas a las brasas o salteadas con manteca y abacaxi (ananá). Mientras sus comensales se deleitan, Guido no pierde oportunidad de enumerar los artistas y famosos que pasaron por ese lugar y refuerza sus dichos con carpetas donde guarda artículos de diarios y revistas en los que él es protagonista.

Playas de encanto

Cerca de Cueira está Morereré quizá una de las playas más bonitas de Brasil. Una ensenada de aguas calmas y cristalinas, con arrecifes de coral y las piletas llenas de peces de colores, enmarcada por un pueblito de pescadores, salpicado de pequeñas posadas con encanto.

El mayor movimiento de gente se concentra en la playa de Boca da Barra. Ubicada cerca de la Vila Velha, está justo en el encuentro entre el mar y el río del Infierno. Es la que tiene más bares y posadas sobre el mar.

En tanto, la playa de Ponta de Castelhanos, es prácticamente desértica. Las tierras que la circundan fueron compradas hace muy poco por la cantante Ivete Sangalo. Antes de Ivete, el millonario industrial textil italiano Fabio Perini, se enamoró también de estas tierras. Fue así que invirtió en ellas y hoy es dueño de casi la mitad de la isla. Dicen que su intención es preservar la belleza natural y no ceder a la especulación inmobiliaria, aunque muchos se quejan de la reciente construcción de un shopping de su propiedad, que muestra una arquitectura contraria al espíritu del lugar.

Cae el sol en Boipeba. Hora de aprestarse para disfrutar la noche.
Cae el sol en Boipeba. Hora de aprestarse para disfrutar la noche.

En la isla hay cuatro poblados: Vila Velha de Boipeba, Moreré, Vila de Ponte Alegre y Vila do Sebastiao. La primera es la más concurrida y visitada, pero en la de Moreré, frente a la fantástica playa, están las posadas más elegantes, algunos campings y las casitas de los pescadores frente al mar. Sin dudas, en cualquiera de estos lugares, la actividad elegida es “curtir una boa preguiça”, que podríamos traducir como “hacer toda la fiaca”.

El regreso a Morro de Sao Paulo se hace navegando los ríos internos y bordeando las restingas y los manglares. Hay dos escalas ineludibles: la ciudad cabecera del municipio, Cairú (la segunda más antigua de Brasil), con el convento histórico de Santo Antonio y los criaderos de ostras en Canavieira. Los criaderos están ubicados en barcazas que flotan en medio del río. La lancha se amarra en una de ellas, Posto de Ostras, y como piratas desaforados los turistas la abordan en busca del preciado manjar.

Una docena de ostras fresquísimas, sólo aderezadas con un poco de jugo de limón y acompañadas por una caipirinha, seguramente sería el manjar elegido por los dioses para ver la magnífica puesta del sol en el río.

Lo que hay que saber

Cómo llegar. Hay tres opciones:

Opción 1: la más rápida, en catamarán o lancha rápida desde la Terminal Marítima de Salvador de Bahía. Se llega en 2,30 horas. Está condicionada a la situación climática. Conviene tomar precauciones ante posibles mareos. Tarifa: U 146.

Opción 2: combina viaje terrestre y marítimo. En ferry desde la terminal de Salvador hasta Itaparica (50 minutos);        traslado terrestre en combis entre Itaparica y Valença (una hora y media) y luego lancha rápida entre Valença y el Morro (otros 30 minutos). En total, con esperas, se hacen unas 3,30 horas. Como no sale a mar abierto, es mucho más confortable, aunque un poco más largo. Tarifa: U 76.

Opción 3: por vía aérea, saliendo desde el aeropuerto de Salvador. Duración, menos de 30 minutos. Tarifa: U 600. Alojamiento. En Morro de Sao Paulo. Fazenda Caeira, U 138 www.fazendacaeira.com.br Pousada Aymores, U 126 www.pousadaaymores.com.br Villa Dos Corais, U 220 www.villadoscorais.com.br Pousada o Casarao, U 64 www.ocasarao.net Pousada Perola do Morro, U 90 www.pousadaperoladomorro.com.br

Paquete turístico. El programa incluye: pasaje aéreo con TAM; traslados y city tour en Salvador; traslado marítimo a Morro (ida y vuelta); dos noches en Salvador; cinco noches en Morro de Sao Paulo: en baja temporada, desde U 1.304; en alta temporada, desde U 1.812.

Precios por persona, en base a habitación doble, incluye todos los impuestos.

Otros precios.
Plato con 12 ostras, en Posto de Ostras, 20 reales.

Al ingresar al Morro, se abona una tasa de preservación ambiental de 15 reales por persona.

Tirolesa del faro, 35 reales.

Plato de pescado, para dos, en un restaurante del centro de Morro, 87 reales, y pollo grillado, 20 reales.

Una cerveza de 500 cc, 8 reales.

Una caipirinha, entre 6 y 8 reales.

Informes. Comité Visite Brasil, Embajada de Brasil en Buenos Aires, Cerrito 1350, entrepiso CP C1010AAB, Buenos Aires, teléfono (011) 4515-2422.

E-mail: turismo@brasil.org.ar

Website: www.visitbrasil.com