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Las oscuras cuevas de Wayra

En el silencioso universo de Tilcara, el valioso patrimonio de costumbres y culturas es resguardado por la memoria oral, que como legado pasa de generación en generación.
En el silencioso universo de Tilcara, el valioso patrimonio de costumbres y culturas es resguardado por la memoria oral, que como legado pasa de generación en generación.

A las 15 Ramón Serapio, guía contactado a través de la Oficina de Turismo de Tilcara, nos esperaba para iniciar otra travesía.

A las 15 Ramón Serapio, guía contactado a través de la Oficina de Turismo de Tilcara, nos esperaba para iniciar otra travesía. Apenas tuvimos tiempo de comer los sándwiches, reponer agua de nuestras botellas y cargar algo de abrigo.

Formamos un grupo de cinco personas y partimos hacia las afueras de la ciudad. Cruzamos el puente de ingreso a Tilcara y la ruta nacional 9 para empezar la aventura.

La primera parada fue en un mojón de piedras que, según nos explicó Ramón, allí yace el diablo del carnaval. Ahí se queman las máscaras, envases de bebidas y chalas de maíz que se utilizaron en los festejos del carnaval.

En el camino a través de los interesantes relatos nos sumergimos en un paisaje hermoso, sustento de costumbres y culturas y comenzó el ascenso.

Quebrada de Huichaira. Nuestro destino: las cuevas de Wayra (en lengua aimara, viento), ubicadas a unos tres kilómetros al oeste de Tilcara y a 2.900 metros sobre el nivel del mar, atraviesan el cerro y desembocan en la quebrada de Huichaira.

Llegamos a la primera cueva, instante que Ramón aprovechó para repartir a cada uno una pequeña vela y distintas recomendaciones para superar el primer tramo.

Para ingresar a la cueva hay que apoyar la cola contra una de las paredes y extender las piernas para fijarlas en la pared del frente. Las manos van colocadas a cada lado de las asentaderas para avanzar de costado.

La marcha es bastante complicada porque más abajo, el paso es muy estrecho aunque más adelante se abre a una sala espaciosa donde ese necesario encender las velas que empotramos en paredes y mesadas.

Finalmente llegamos al final de la cueva donde Ramón sacó la foto perfecta.

Para el regreso hubo que desandar el mismo camino porque esa cueva tiene una sola puerta.

A poco de salir ingresamos a la segunda cueva y permanecimos sentados para contemplar el tallado perfecto de la naturaleza en aquel paisaje. En el lugar compartimos unas deliciosas frutas que aportó Ramón. En marcha nuevamente fue necesario deslizar el cuerpo por el piso porque el techo baja en picada y deja poco más de medio metro libre.

Avanzamos con cuidado con la luz de las velas hasta que comenzó a entrar la luz natural que indica la salida.

A través de una abrupta bajada llena de piedras flojas estuvimos fuera.

Descenso por el pedregoso terreno mientras todavía no se avistaba Tilcara y el sol comenzaba a bajar lo mismo que la temperatura.

A lo lejos, un microscópico Pucará y luego un puente de hierro, que atravesaba el tren camino a La Quiaca.

En ese punto nos esperaba un auto para regresar a la ciudad por ruta nacional 9.

Fueron tres horas y media de travesía y aventuras en las que la asistencia de Ramón fue fundamental.

El costo de $ 70 fue una de las mejores inversiones del viaje.

Descendimos después del puente de ingreso a Tilcara y acompañados de los acordes de la banda de un nuevo carnaval fuimos a descansar.

Quedaron muchos kilómetros por recorrer, muchos paisajes por admirar y partimos en busca de un nuevo atardecer.