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La espléndida Bonaire

BONAIRE.
BONAIRE.

Llámela como usted quiera: Bonaire o en lengua papiamento, Boneiru.

El nombre holandés de su atractiva capital es Kralendijk, porque esta, como algunas otras islas caribeñas, son territorios dependientes de su majestad, el rey Guillermo y su reina consorte, la argentina Máxima Zorreguieta.

La vida de todas las islas caribeñas gira, mayormente, en torno al mar y al turismo que se renueva permanentemente, año tras año. Sobre todo el proveniente de los Estados Unidos, cuyos jubilados las eligen para escapar del invierno del norte o los millonarios que tienen propiedades allí.

Bonaire es pequeña (apenas 282 kilómetros cuadrados y unos 17.000 habitantes, aproximadamente) y tiene dos caras: la de sus atractivos naturales y Kralendijk, ciudad con casas de estilo holandés, pintadas de colores vivos, y un centro comercial al que no le falta nada. Lujosos shoppings, hoteles muy “estrellados”, tiendas, comercios de  marcas famosas y un sector popular de negocios, desbordado por el turismo. El hormiguero humano camina por la avenida Kaya Grandi.

Lujo caribeño: el Bonaire Shopping tiene un servicio de lanchas que sale a la avenida costanera por un canal y lleva navegando a los clientes hasta el centro de la galería.

Bonaire es famosa por su Parque Nacional Marítimo, cuyos 86 puntos para practicar buceo son uno de sus mayores atractivos. Nosotros embarcamos en el Samur, un velero siamés, con el que navegamos parte de la costa hasta la diminuta isla Klein, de playas de arena blanca con arrecifes y corales tropicales, para bucear entre grandes cardúmenes de peces de colores.

Dejamos Bonaire luego de conocer el lago Goto y su colonia de 20 mil flamencos rosas. La isla se pierde en el horizonte del mar mientras navegamos hacia Curazao y Aruba.