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Iruya, para vivir de otra manera

IRUYA, SALTA.
IRUYA, SALTA.

Distante y escondido en la Salta profunda, el pequeño pueblo de Iruya conserva la magia de lo que se quedó en el tiempo.

Habíamos escuchado bastante la famosa referencia que hablaba de un “pueblito colgado de la montaña” y queríamos dejarnos sorprender. La antesala era prometedora y las ansias de llegar muchas, luego de transitar el agotador preludio ripioso.

La disputa histórica y popular entre jujeños y salteños se hermana simbólicamente en este punto de unión. Curiosamente, se llega a Iruya, en Salta, desde la provincia de Jujuy, luego de pasar Tilcara, Maimará, Huacalera y Humahuaca. A unos 26 kilómetros al norte, sobre la ruta 9, se abre a mano derecha el camino de ripio que conduce al destino.

Hacia allá fuimos, en búsqueda de los misteriosos paisajes que esconden las sierras de Santa Victoria.

A poco de iniciada la travesura se cruza el pueblo de Iturbe, donde la antigua estación del Ferrocarril Belgrano, detenida en el tiempo, se muestra como la primera postal pintoresca.

De allí en más, todavía en tierra jujeña, hay mucho por desandar hasta subir hacia el cielo azul de un paisaje que, poco a poco, va perdiendo el verde para dar paso a los colores que anticipan el inicio de la Puna.

El recorrido se hace monótono hasta los 4.000 metros de altura donde, el Abra del Cóndor es la primera y única parada para estirar las piernas, preparar el mate y sacar alguna foto. Luego comienza el descenso, cuando el valle se abre y parece nunca acabar.

El ripio continúa, parece interminable, y luego de poco más de dos horas de serpenteante camino, con cornisas y barrancos de varios centenares de metros, entre quebradas y montañas de colores increíbles, el alma de Iruya comienza a asomar. Insinuante y protegida por la madre tierra, aparece en la plenitud de una vista panorámica inconmensurable.

A 2.780 metros, este pueblo de arraigadas raíces collas, vive un boom turístico, aunque lucha por preservar su identidad.

Iruya adentro. Hay que trepar sus empinadas calles de piedra, transitar ese singular lugar del Altiplano, enclavado entre altos cerros contra la quebrada del río homónimo que, en quechua, significa "confluencia de ríos".

La iglesia San Roque y Nuestra Señora del Rosario, con su campanario de techo celeste muy fotogénico, es la carta de presentación, ya que es lo primero que se observa. Fundada en 1753, testimonia la fe de los habitantes y llegamos justo cuando la tranquilidad del pueblo se rompe porque comienza la misa.

La convocatoria es masiva y el pueblito muestra mucho movimiento, que se aquieta al tiempo que los fieles retornan a sus hogares. Es el momento en que vuelve la paz extrema, esa que lo caracteriza.

Iruya es única, por su ubicación y por los colores que la rodean. Pero también es apreciable, más sutilmente, por las silenciosas callecitas empinadas y adoquinadas, flanqueadas por casas de adobe, piedra y paja.

Hay que caminar y disfrutar, nada más. Arriba, desde el mirador, se observa en plenitud y se puede entender porqué, en los últimos años, experimentó un crecimiento turístico difícil de procesar. De pronto, los visitantes se multiplicaron a bordo de colectivos, cada vez más frecuentes, por el mismo camino de siempre, con muchos mochileros en busca del paraíso perdido entre los cerros.

En Iruya, el tiempo se detuvo o simplemente se mueve a paso de hombre, mientras que el cielo posa de sombrero sobre las terrazas. Siempre hay chicos a la vista, que juegan libres por las calles, mientras otros en

el playón de la escuela patean una pelota, con los cerros de fondo, entre tonos bordó, violeta, amarillo azafrán, verde y mucho más.

Durante el día, en la altura, el calor es seco y el viento no falla. Es necesario aquietar el ritmo, levantar la cabeza y respirar aire puro. Mirándolo todo. Y aunque todo no es mucho, es suficiente para vivir la vida de otra manera.

Lo que hay que saber. Cómo llegar: por ruta nacional 9, después de Humahuaca (último lugar para cargar combustible), hay un desvío

a 26 kilómetros. Desde allí, los caminos son de cornisa y llegan a los 4.000 metros en el Abra del Cóndor. El camino es de ripio.

Dónde dormir: el hotel boutique Iruya cuenta con 15 habitaciones, bar y restaurante para almuerzos y cenas. La habitación doble estándar cuesta $ 640 y la doble con vista, $ 730. Con desayuno y estacionamiento. En Internet: www.hoteliruya.com

También hay hosterías y casas de familia que ofrecen alojamiento a precios muy accesibles.