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Génova como punto de partida

GÉNOVA.
GÉNOVA.

El punto de partida de este viaje es Génova. Descubrir esta ciudad obliga a subir pendientes. Desde el puerto viejo, convertido en gran atracción turística a partir del Museo del Mare y el acuario (el segundo más grande de Europa), se asciende por alguno de los muchos callejones de la ciudad medieval.

Paso a paso se suceden boticas antiguas (más viejas que muchas ciudades de América), tabernas típicas y tiendas. Entre los centenarios edificios se destaca la Catedral de San Lorenzo, de estilo romántico con fachada de color gris y blanco y con hermosas figuras en mármol de Carrara en su interior. El centro neurálgico de la ciudad es la Piazza Raffaele De Ferrari, rodeada de bellos edificios como el de la Ópera, el Palacio Ducal y hasta la casa donde dicen que nació Colón.

Bordeando esta intrincada ciudad histórica, está la Vía Garibaldi, sobre la que se multiplican los palacios renacentistas y barrocos de los mercaderes genoveses de la época de oro, que muestran el otrora poderío de Génova.

Nápoles. La siguiente escala es la caótica Nápoles. Un pandemónium de autos, motos y transeúntes que se cruzan en un ballet libre e impaciente, entremezclándose de una manera increíble por las calles estrechas que suben y bajan.

Los balcones casi se unen a través de la calle y todos, absolutamente todos, tienen ropas y sábanas tendidas, en pleno centro de la ciudad. Se alternan edificios antiguos en estado deplorable, con otros más modernos pero tampoco demasiado limpios. La basura es dueña y señora de muchas de las calles, pero todo esto marca el estilo inconfundible de la popular ciudad.

El poco tiempo de la escala, apenas alcanza para caminar esas calles, visitar el Duomo (que guarda el tesoro de San Gennaro); pasar por decenas de altares callejeros que idolatran a Maradona, y probar la pizza en la pizzería Port\' Alba (donde nació) o en otros locales tradicionales como Gino Sorbillo, Vesi o Da Michele.

Sicilia. Luego de navegar por la noche, el barco llega al puerto de Messina, en Sicilia. En este caso elegimos tomar un taxi y desplazarnos hasta la cercana Taormina. La ciudad está situada en una terraza natural con vista al mar y cubierta de vegetación, de un verde brillante.

El punto inicial de la visita suele ser el Teatro Antiguo, de la época greco romana, rodeado de olivos, naranjos y almendros y con una vista que, seguramente, competía con los espectáculos que allí se presentaban. Desde las últimas gradas, se puede observar el mar incluso hasta la costa de Calabria y la cumbre del Etna, el único volcán activo que hay en Europa.

El paseo puede completarse recorriendo la calle principal, llena de pequeños comercios que venden de todo, desde la original y vistosa alfarería local, hasta joyas y ropa de las marcas más elegantes.

Túnez. Con las primeras horas de la mañana, nos acercamos al puerto La Goulette, puerta de entrada a Túnez. Luego de un par de años sin recibir cruceros a causa de la revolución que en 2011 derrocó a Ben Alí (24 años de gobierno), el MSC Preziosa es el primer crucero de placer que llega a este puerto.

En Túnez es inevitable elegir alguna de las excursiones: se puede ir hasta el cercano e inolvidable pueblo de Sidi Bou Said, antigua aldea de pescadores con casas blancas de aberturas y techos azules o al Bardo, museo que alberga una enorme colección de mosaicos romanos.

Otra alternativa es visitar la Medina y las ruinas de la antigua Cartago. La Medina es el centro histórico de la ciudad de Túnez, con sus mezquitas, edificios públicos y los diferentes zocos o mercados populares. Un laberinto de callejuelas y pasadizos, inundados de colores y olores, donde conviven negocios de marroquinería, alfombras, esencias de perfume, pequeños talleres de sastres sobre sus máquinas de coser y artesanos que trabajan las piedras, el barro o la plata.

En los zocos la tortura permanente son los vendedores. Tienen la extraña capacidad de identificar inmediatamente la procedencia del visitante y, en el idioma del turista, lo agarran del brazo y sin violencia pero con insistencia sin límite, lo llevan a su negocio para comenzar el regateo.

El regateo es ley y cuanto más se sigue la corriente, más ventajas se obtienen. Se puede llegar a pagar el 50 por ciento del precio inicial, pero si no se entra en el juego es probable que no consiga hacer negocio. Conveniente pero agotador.

Cartago. A pocos kilómetros está Cartago, la capital púnica, la archienemiga de Roma y, particularmente del militar Catón, quien, exaltado, terminaba todos sus discursos con la frase: Delenda est Carthago ("hay que destruir Cartago").

Y vaya si lo hicieron. La destruyeron, la arrasaron, mataron a casi todos sus habitantes y al resto lo convirtieron en esclavos. Se empecinaron en que nada volviera a erigirse allí pero ellos mismos, luego de muchos años, fueron quienes construyeron allí una ciudad, la que se convirtió en la segunda en importancia del imperio.

De esa época son las ruinas, hoy consideradas Patrimonio de la Humanidad, entre ellas las Termas de Antonino Pío.

De regreso al barco, es la oportunidad para aprovechar los últimos momentos de sol y desplomarse en una reposera con la vista fija en el Mediterráneo.