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El Izalco, postal de leyenda

Imponente, el volcán Izalco ya no ofrece el espectáculo de lavas y fuegos que alimentó las ilusiones de algunos, pero mantiene un colosal protagonismo.
Imponente, el volcán Izalco ya no ofrece el espectáculo de lavas y fuegos que alimentó las ilusiones de algunos, pero mantiene un colosal protagonismo.

Presa de los vaivenes del destino, la historia del volcán Izalco parece arrancada de una novela.

Presa de los vaivenes del destino, la historia del volcán Izalco parece arrancada de una novela. Hasta los comienzos de 1770, el sitio en donde hoy se levanta el volcán era sólo un hoyo oscuro del que se levantaba humo sulfuroso y negro.

Sin embargo, sin mayores prólogos, el hoyo comenzó a crecer rápidamente, emergiendo desde el suelo, hasta formar un alto cono de casi 700 metros, coronado por un cráter de 250 metros de diámetro.

Desde ese entonces, el Izalco  fue un emblema de la geografía centroamericana.

En actividad casi permanente, el volcán ofrecía un espectáculo magnífico de lavas y rocas incandescentes escupidas al cielo, cuyos destellos rojizos podían ser vistos desde alta mar por los barcos, hecho por el que se lo llamó el Faro del Pacífico.

Los años pasaron y el Izalco se transformó en un atractivo para todo los visitantes de El Salvador, especialmente porque ese inquietante juego de lava y rocas no causaba peligros en las aldeas vecinas y nunca se extendía más allá de los pies del volcán.

Atento a ello, en los años ‘50, un grupo de empresarios decidió construir un hotel de lujo sobre las laderas del cerro Verde, de cara al emblemático cono vecino, con amplios ventanales orientados para ver desde cerca las erupciones del Izalco. Juntaron los dólares necesarios, bautizaron el proyecto como Hotel de la Montaña y empezaron a sumar ladrillos, mientras sacaban cuentas de lo que suponían un negocio inmejorable.

Sin embargo, un día de 1957 que hoy muchos prefieren no recordar, cuando el hotel estaba ya a punto de ser terminado, el Izalco dejó de entrar en erupción. La geografía se encaprichó y el volcán puso fin a su espectáculo permanente de lavas y fuegos, y dejó incumplidos los sueños de fortuna labrados por los empresarios.

Durante muchos años las obras del hotel quedaron interrumpidas y el edificio entró en un estado de casi total abandono. Recién en los años ‘90, alguien le encontró la vuelta al proyecto, lo resucitó y decidió finalizar las obras.

Hoy, el Hotel de la Montaña está terminado y desde él se puede ver la imponente imagen de un Izalco dormido, apagado, que aún inquieta con su cono negro y perfecto, casi dibujado, rodeado de laderas huérfanas de toda vegetación, pedregosas y estériles.

Ya no hay humo, ya no hay senderos rojos de lava, ya no hay avisos de erupciones ni preludios de rocas incandescentes que vuelan al cielo, pero la postal sigue allí, con su cráter dormido, inmortal, como sucede siempre.