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El imperio nunca conquistado

iudad; fortaleza; “laboratorio” de dirigentes y gobernantes; “academia” de elite, o santuario histórico, como la designó la Unesco, Machu Picchu sigue atrayendo a miles de turistas del mundo entero.

Si hay un lugar en el mundo donde se puede entender y sentir en su máxima expresión el significado de la palabra mística, seguro que es el Machu Picchu.

Mística, por definición, es la relación del hombre con Dios. Ningunos sonsos los incas a la hora de elegir ese valle, en el corazón de la cordillera central de los Andes peruanos.

Allí construyeron una ciudadela, jamás hollada por el conquistador español, que fue inexpugnable hasta hace exactamente 100 años, cuando un profesor norteamericano, Hiram Bingham, se convirtió en el “primer turista”. Cuidado con decirle a un cuzqueño que fue el “descubridor”. Para ellos, y la verdad histórica, fueron primero Agustín Lizárraga,  hacendado y agricultor, y posteriormente dos familias de campesinos (Echarte y Álvarez), los primeros en saber de la existencia de las ruinas.

El paso previo para llegar al Machu Picchu es Ollantaytambo, un reducto muy especial que tenían los incas para proteger “su lugar” en el mundo. Como la palabra tambo (tampus) lo dice etimológicamente, es una ciudad alojamiento.

El “juego de los vientos” de la cordillera servía para “refrigerar” por años las cosechas. Se ven intactos, como pegados a las montañas, los almacenes en el cerro Pinkuylluna, donde los granos se conservaban hasta 12 años.

Los incas dominaron su mundo con un principio muy simple: el que tiene alimento, tiene poder. El hambre hace arrodillar más que las armas. Así, los descendientes de las culturas Moche, Chancay y Chimú lograron constituir el imperio de los cuatro puntos cardinales: el Tahuantinsuyo, con casi dos millones de kilómetros cuadrados y una población, hacia el 1500 después de Cristo, de 14 millones de habitantes.

Era el último descanso antes de emprender la parte final del todavía hoy vigente Camino del Inca. Hasta allí llegan aún hoy las carreteras y solamente en  tren, caminando o a lomo de burro o caballo, se puede acceder a Aguas Calientes (que ya en Perú se insiste en denominar como Pueblo Machu Picchu).

Ollantay. Una de las leyendas del increíble sitio arqueológico –para algunos conocedores, tan impactantes como el mismísimo Machu Picchu– refiere a su nombre. Ollantay era un general que tenía intenciones de casarse con la hija del inca Pachacutec. Algo "blasfemo" e imposible para quien no pertenecía a la elite, no obstante sus victorias y su linaje guerrero.

Decidió raptar a Cusi Coyllor y la llevó a su reducto. Lo sitiaron durante años las tropas del ofendido padre inca, que después terminó por reconocer el amor y permitió su casamiento.

Cuando uno llega al lugar hay dos cosas que parecen imponer respeto: el ruido del río Urubamba –tan caudaloso como de deslumbrante belleza– y la estatua de Pachacutec, en el centro de la pequeña plazoleta.

Un pueblito desordenado, que hoy ya está viendo la construcción de hoteles cinco estrellas, mezclados con residenciales que ni categoría de hostel tienen, pero sí precios “bien internacionales”. Comerciantes, habitantes, hoteleros, todos, construyen hasta donde les parece prudente, cerca del curso de agua.

Cabe recordar que en 2004, una creciente y un huaico (aluvión) dejaron muchos destrozos y más de 10 muertos.
Para acceder al Santuario Histórico de Machu Picchu (nombre oficial que le otorgó la Unesco cuando lo designó Patrimonio de la Humanidad), existe un servicio de ómnibus muy confortable que lleva y trae a los visitantes desde el centro del poblado, cada 10 minutos. Claro, por casi 25 dólares.

Entre 1.500 y 2.000 turistas suelen llegar en temporada alta y todas las lenguas se mezclan, al igual que los aromas de la tradicional comida peruana, por las callejuelas.

La trepada de los colectivos y el paisaje "hacia abajo", son un aperitivo adecuado al gran manjar para la vista y el espíritu que es la ciudadela.
Los historiadores no se ponen de acuerdo. Algunos dicen que era una ciudad más; otros hablan de fortaleza, pero las últimas investigaciones revelarían que tal vez el Machu Picchu haya sido "un laboratorio" de dirigentes y gobernantes y una "academia" de elite, para quienes se preparaban a ejercer el poder de ese vasto imperio.

Mucho más liviano que subir las terrazas de Ollantaytambo, que son un buen ejercicio previo, es el recorrido por las ruinas. Además su altitud es "apenas" de 2.300 sobre el nivel del mar, contra los casi 4.000 de Cuzco, donde el aire falta y la cabeza duele (soroche, que le dicen).
Los audaces y resistentes pueden subir al Huayna Picchu, que es el pico que corona al lugar. La famosa foto del Machu Picchu se puede sacar desde esa cumbre.

Suele ocurrir que temprano a la mañana, la niebla cubra las ruinas y que a medida que avanza el día Inti (el sol) “permita” disfrutar no sólo de la historia que uno pisa en el lugar, sino también de la belleza de un paisaje que en pocos lugares del mundo se repite.

No cuesta nada si uno cree en Dios (ese Dios católico de nuestra cultura occidental) decir respetuosamente “gracias Pachamama”. Haremos realidad una vez el sincretismo que se respira en todo Perú.