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El centro de Río de Janeiro tiene lo suyo

Escadaria de Selarón. Una escalera intervenida a lo largo de años con azulejos y cerámicas de todo el mundo, de más de 100 metros, en el barrio de Santa Teresa. Es obra del chileno Jorge Selarón, quien murió en 2013 en extrañas circunstancias.
Escadaria de Selarón. Una escalera intervenida a lo largo de años con azulejos y cerámicas de todo el mundo, de más de 100 metros, en el barrio de Santa Teresa. Es obra del chileno Jorge Selarón, quien murió en 2013 en extrañas circunstancias.

Hay otros edificios importantes y representativos para la historia de la ciudad: el Teatro Municipal, la Biblioteca Nacional, la iglesia de la Candelaria y el Centro Cultural Banco do Brasil, donde se pueden encontrar excelentes muestras de arte.

El centro de Río de Janeiro también tiene lo suyo y hay allí otros edificios importantes y representativos para la historia de la ciudad: el Teatro Municipal, la Biblioteca Nacional, la iglesia de la Candelaria y el Centro Cultural Banco do Brasil, donde se pueden encontrar excelentes muestras de arte.

Y, además, la bohemia que reina en Santa Teresa y Lapa, bastiones socioculturales que no se pueden pasar por alto. El primero, un barrio lleno de artistas locales, artesanía y color. En tanto, en Lapa es donde se refugia la “movida” nocturna.

Samba, salsa, bossa nova y música callejera caracterizan a una de las zonas más animadas de Río de Janeiro, donde concurre la clase más pudiente, los turistas y algunos hippies dispersos. Mucho de este movimiento transcurre en apenas tres cuadras, sobre la Rua Mem de Sa, muy cerquita de los llamativos e inconfundibles Arcos de Lapa, un antiguo acueducto del siglo 19 formado por 42 arcos de 64 metros de altura.

Arcos de Lapa, barrio donde se desarrolla la “movida” nocturna.
Arcos de Lapa, barrio donde se desarrolla la “movida” nocturna.

Por su parte, al barrio de Santa Teresa algunos se atreven a denominarlo como el Montmartre carioca. Allí está la colorida Escadaria de Selarón, la obra de arte de Jorge Selarón hecha con cerámicas de distintas formas y colores traídas de todas partes del mundo, que sube a lo largo de más de 100 metros y conecta el centro con el comienzo de dicho barrio.

Se puede decir que la escalera fue una obra “adoptada” y puesta en valor por el artista plástico chileno a partir de 1990. Desde entonces y hasta su fallecimiento en dudosas circunstancias (fue encontrado carbonizado en enero de 2013), los 215 escalones y su alrededor fueron decorados con azulejos llamativos y cosmopolitas, donde siempre se destacó una mujer negra embarazada, la protagonista indiscutible de su obra.

Escadaria de Selarón. Una escalera intervenida a lo largo de años con azulejos y cerámicas de todo el mundo, de más de 100 metros, en el barrio de Santa Teresa. Es obra del chileno Jorge Selarón, quien murió en 2013 en extrañas circunstancias.
Escadaria de Selarón. Una escalera intervenida a lo largo de años con azulejos y cerámicas de todo el mundo, de más de 100 metros, en el barrio de Santa Teresa. Es obra del chileno Jorge Selarón, quien murió en 2013 en extrañas circunstancias.

“La escalera sólo quedará lista el día de mi muerte, cuando yo mismo me transforme en la propia escalera, porque así quedaré eternizado para siempre”, dijo alguna vez el propio Selarón sobre su obra “viva, hecha con sacrificio y cariño”, y también con obsesión. Por esas palabras, quizás, quienes conozcan la historia podrán sentir un dejo de tragedia cuando desanden los escalones.

La otra cara

A la ciudad, que transita su aniversario 450, le sentó muy bien la organización del Mundial de Fútbol, que la obligó a una lavada de cara y revirtió su imagen de inseguridad.

Sin embargo, también hay que decirlo: en la cidade maravilhosa existen expresiones como “favela, niños de la calle, comando vermelho o tropa de elite, guerra urbana, ADA (amigos de los amigos)”, que forman parte de la realidad menos promocionada, pero que es posible conocer.

Favela La Rocinha, una de las mayores de Río de Janeiro, hoy uno de los “tours” que se hacen.
Favela La Rocinha, una de las mayores de Río de Janeiro, hoy uno de los “tours” que se hacen.

Para ello, existen tours privados que permiten visitar este costado popular, donde la miseria muchas veces contrasta con lujosas residencias. Puntualmente, esto queda al descubierto en la Rocinha, cuando el recorrido del tour llega a las propias entrañas de la favela y el punto más alto, en la terraza de una guardería de niños. Desde allí, se puede observar una vista muy clara de toda la arquitectura que ha sido plasmada en cientos de cuadros y su contracara, uno de los sectores más pudientes de la ciudad.

“Aquí viven unas 75 mil personas, como un Maracaná lleno”, ejemplifica Patrick, el guía que nos sumerge en la intimidad de la favela pacificada más grande de Río. Él hace un esfuerzo especial para explicar el contexto social y político de lo que ellos conocen y esto es lo que hace que la experiencia sea mucho más enriquecedora.

Esculturas en arena, muy conocidas y populares en las playas de Copacabana.
Esculturas en arena, muy conocidas y populares en las playas de Copacabana.

“El Estado está construyendo escuelas, hospitales y centros deportivos, entre otros” -dice-, y para que los jóvenes puedan usar estos últimos “deben tener un 85% de asistencia a clases”, añade el guía respecto a una de las políticas de gobierno implementadas para sostener el proceso de pacificación.

“En Rio existen aproximadamente unas 950 favelas y su gran mayoría se encuentra en áreas públicas, en la cuesta de los cerros. Actualmente, estos barrios se han transformado en la vivienda del 20% de la población”, agrega.

El recorrido ayuda a entender un poco la vida de las personas que viven en ese “monstruo” de casas encimadas y apiñadas, que siempre se relaciona en el inconsciente colectivo con droga e inseguridad.

Sin embargo, el turismo en las favelas sigue siendo un tema controversial. Paulo Lins, autor de la novela Ciudad de Dios, que inspiró la reconocida película, manifestó con dureza que “ese tipo de turismo exhibe a los habitantes como animales”.

Pero, en las antípodas, Patrick, con simpleza, afirma que puede “ayudar a desestigmatizar a muchas personas que trabajan abajo (Copacabana e Ipanema) y que llevan una vida absolutamente normal”.