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Cuenca y Trujillo: el encanto de los mercados populares

Los parques y mercados son lugares públicos de la vida ciudadana de grandes ciudades o pequeños poblados. Si bien perdieron protagonismo ante los modernos centros comerciales, en algunos países muestran su principal atractivo en ambientes descontracturados.

Los viejos mercados populares, en muchas ciudades de Latinoamérica, vuelven a tener impulso como lugar de atractivo turístico, desde las extensas superficies que ocupan en los cascos históricos. Hacia ellos se encamina el viajero que busca conocer el alma del pueblo en cuestión.

En el interior de los mercados se distribuyen muchos y diversos puestos, que aglutinan en sectores la venta de carnes; frutas y verduras; lácteos; legumbres; pescados, y textiles, entre otros.

En el exterior, se desarrolla el mercado informal, bajo toldos e improvisados exhibidores, donde cientos de vendedores ambulantes ofrecen la oportunidad del día a los potenciales compradores.

En estos grandes y antiguos comercios, se puede observar todavía la práctica de viejos oficios que se resisten a desaparecer. Así, sus cultores se convierten en leyenda, dejan de tener nombre propio y pasan a ser la “florista del mercado central de Trujillo” o los “chamanes del mercado 9 de Octubre”, en Cuenca (Ecuador).

Estos tradicionales mercaderes están llenos de historias y muchas veces, perdidos en rincones a los que pocos llegan, mantienen viva la tradición que recibieron como herencia de generaciones pasadas.

En distintas ciudades de Ecuador y de Perú abundan este tipo de típicos comercios, que junto a parques públicos acogen a figuras como la del fotógrafo, con viejas cámaras; vendedores de espumilla; bordadoras; floristas, y chamanes y curanderas, sanadores en base a hierbas, entre otros.

El fotógrafo del parque. En la plaza de Trujillo, don Quique, con 84 años, saca fotografías con la cámara de fuelle con cajón de madera, según le enseñó en su adolescencia un alemán.

Quique compartió penurias y aventuras por todo el territorio peruano, en viajes junto a Martín Chambi, afamado fotógrafo de esa nacionalidad. “A las fotos carné las hacíamos en la calle, contra las paredes de las casas, porque no teníamos oficina”, dice mientras se acomoda un viejo sombrero con la cinta y el paño desgastado. Todos los días está en la plaza con su cámara y trípode, aunque ya casi nadie contrata sus servicios.

Bordadora de encajes. Aparece detrás de una montaña de encajes, que hacen las veces de mostrador en un puesto del Mercado Central de Trujillo. Tiene 87 años y parece un duende, entre los finos tejidos en los que se destacan vestidos para bailarinas de marinera (baile típico del Perú). Dulce y amable, conversa siempre sonriendo mientras sigue tejiendo, como si la aguja de crochet fuera parte indisoluble de su mano.

Trujillo organiza anualmente el Festival Internacional de Marinera y es allí donde sus trabajos se lucen.

Refrescos con hielo glacial. Los hieleros mantienen un oficio ligado a los glaciares. Trepan hasta los 5.000 metros de altura, donde está el hielo. Allí cortan a pico y pala los bloques, de unos 30 kilos, a los que envuelven con paja para luego bajarlos a la ciudad a lomo de mula.

Hasta hace un tiempo, este hielo reemplazaba al refrigerador, pero ahora se vende en los mercados para producir la raspadilla de hielo milenario, una especie de refresco.

Mari se pasea con un carro donde lleva una barra de hielo cubierta con trapos y unas botellas con saborizantes. Cuando un cliente solicita un refresco, raspa el hielo en cascarillas, las coloca en un vaso y las endulza con los saborizantes a pedido.

Terminada la jornada, en su casa, coloca la barra en un cajón con aserrín para que se con¬serve. De esta manera, le dura una semana.

En Ecuador Baltasar Ushca de 70 años continúa, como lo hizo toda su vida trepando al glaciar del volcán Chimborazo, para venderlo en el mercado de Riobamba, y en Perú, en el Callejón del Huaylas, de la cordillera Blanca, otra familia sigue con esta tradición.