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Atacama: viaje a las estrellas

No se trata de un comentario sobre la saga de películas con ese título, sino de una visita al desierto de Atacama y la posibilidad, para un citadino, de volver a ver la Vía Láctea. Y, además, de conocer las termas de Puritama y los Géiseres del Tatio.

De día, me paro sobre una elevación del terreno y tengo la sensación de que, en cualquier momento, un hombrecito verde de grandes ojazos me tocará el hombro. Un marciano, claro, como el de las películas de ciencia ficción, o como el entrañable ET.

Es que el paisaje es como dicen que es el de Marte, a tal punto que ha servido de escenografía para el rodaje de algunas películas sobre el “planeta rojo”.

De noche, en la tranquilidad, el silencio y la oscuridad de la terraza del hotel, miro hacia el cielo y la visión me corta la respiración. Hacía mucho, pero mucho tiempo, que no veía la Vía Láctea, además de miles y miles de estrellas de una luminosidad increíble.

Estoy en el desierto de Atacama, al norte de Chile, entre la cordillera de los Andes y el Pacífico, en un territorio casi irreal de más de 100 mil kilómetros cuadrados, considerado el más seco y árido del mundo.

Ya me contarán los guías que no llueve casi nunca y que, cuando lo hace, caen de cinco a 10 milímetros. Pero también recordarán que hace un par de años llovió como 50 milímetros y hubo inundaciones y avalanchas de barro que dejaron a la gente aislada. Otros dirán que no, que la lluvia caída fue más o menos; siempre hay dos bibliotecas.

Lo concreto es que en ese paisaje lunar, o marciano, la vista se pierde en la inmensidad de una tierra yerma, aleonada, con manchones más claros y otros más oscuros. En una parada en la ruta, desde lo alto, se ven los tres colores: el desierto marrón; la mancha verde, llamada el Oasis, que es donde está San Pedro de Atacama, y una más clara, casi blanca, el Salar de Atacama.

Sólo interrumpen ese horizonte casi infinito, al este del salar, las montañas y los volcanes, como el Licancabur, que custodia omnipresente al poblado de San Pedro; el Acamarachi; el Aguas Calientes, y el Láscar, uno de los más activos en Chile, con su permanente fumata blanca.

Allí cerca, escondido entre los picos y con fuertes medidas de seguridad, se encuentra el más grande proyecto astronómico del mundo, Alma (Atacama Large Millimeter Array), a 5.000 metros de altura.

Es que el desierto de Atacama está considerado por su altura sobre el nivel del mar (arriba de los 3.600 metros); la casi inexistente nubosidad; la escasa humedad, y la falta de contaminación, como uno de sitios más aptos del mundo para la astronomía.

Por esas razones, hay más de 10 observatorios, además del Alma, en la región de Atacama.

Un pueblo de adobe

San Pedro de Atacama, en el llamado Oasis del desierto, es un pueblo casi peatonal, con poco más de 5.000 “sampedrinos” estables, pero cuya población se duplica o triplica, según la época del año, con la llegada de miles de turistas, mayormente europeos (franceses, italianos y españoles), brasileños, argentinos y muy pocos americanos del norte.

Está a 160 kilómetros del Paso de Jama, en la frontera con nuestro país, y tiene un perfil urbano bien definido: las construcciones son de adobe y no pueden ser pintadas de otro color que el terracota propio de ese material o blanco. Tampoco se pueden poner vidrios espejados en los negocios y las puertas y ventanas pueden ser azules o verdes, nada más.

Las calles, de tierra o empedradas; veredas angostas; muchas bicicletas y pocos autos, y gente caminando a ritmo lento, algunos porque son turistas y pasean sin apuros y otros porque es aconsejable, por la altura, no exigir al cuerpo mucho esfuerzo.

Tiempo atrás, la gente vivía de la agricultura y la cría de ganado caprino y ovino; hoy, la principal fuente de ingresos es el turismo y esa incidencia se nota en la presencia de muchos hoteles –varios de ellos de notable arquitectura en adobe, madera y piedra y servicios de alta gama–, hostales y hosterías.

Bares y restaurantes; negocios de artesanías regionales; telecentros; casas de cambio; agencias de excursiones, y comercios en general, completan la oferta.

Se mencionó antes la espectacularidad del cielo estrellado en San Pedro de Atacama. Un cartel, en el pueblo, llama la atención: “Si ya contemplaste las estrellas, ahora podrás tocarlas”.

El llamativo y creativo eslogan pertenece al Museo del Meteorito, aconsejable visitar. Abre todos los días de 11 a 13 y de 18 a 22 y la entrada cuesta 3.500 pesos chilenos (7 dólares).

El salar

A poco más de 60 kilómetros de San Pedro, está el Salar de Atacama, otro paisaje casi irreal, y la Reserva Nacional Los Flamencos, con una serie de lagunas donde viven esas grandes aves zancudas.

Hay que abonar una entrada de 2.500 pesos chilenos, unos cinco dólares, y siempre hay que ir acompañado por un guía, ya sea el que lo lleva o de los que hay en la reserva, que son oriundos del lugar. Se pide hablar en voz baja para no espantar ni molestar a los flamencos y nunca salirse del sendero demarcado. La caminata tiene que ser hecha con cuidado, pues una caída sobre los filosos terrones de piedra y sal puede provocar heridas.

Valle de la luna

Otra excursión recomendable para hacer es al Valle de la Luna, a 10 kilómetros del pueblo, por la antigua ruta a Calama. El desierto de Atacama no condice mucho con la imagen que se tiene de, por ejemplo, el Sahara con sus grandes extensiones de arena, es en el Valle de la Luna donde sí aparece ese tipo de desierto.

En una depresión con grandes dunas de arena, rodeada de cerros de filosas cumbres. Es la imagen que se ha visto de los autos, motos y camiones del Rally Dakar surcando esas dunas. Se encuentra en la llamada Cordillera de la Sal y es parte de la Reserva Nacional Los Flamencos.

Si hace la excursión, una sugerencia: si lo invitan a caminar por las dunas y su estado físico no es de los mejores, absténgase. Mover un pie detrás del otro para caminar, cuando los tiene enterrados hasta la rodilla en la arena y, para colmo, en subida, es una dura exigencia. Si a eso le suma la altura y su consecuente falta de oxígeno, ya pasa a ser una odisea.

Y ya que se mencionan la altura y la falta de oxígeno, conviene conocer algunos secretos para combatir sus efectos. Algunos de ellos son consumir té de hojas de coca, tomar mucha agua y desplazarse despacio. También, por el clima muy seco, usar cremas hidratantes sobre todo en los labios y por la incidencia de los rayos solares, gorra, anteojos para sol y protector.

Danza de aguas calientes

En la página anterior se habló de piedras, arena, salares y desierto. Ahora, llegó el momento de hablar de aguas calientes, el elemento predominante en otras dos excursiones realizadas en Atacama y que conforman dos fenómenos naturales imperdibles.

Comenzamos por el más cercano, las Termas de Puritama, ubicadas a 28 kilómetros de San Pedro de Atacama en el fondo de una quebrada por la que discurren a 34º de temperatura.

Su nombre proviene de la lengua nativa kunza: puri, agua, y tama, caliente. El complejo, con ocho piletas naturales de agua termal, conectadas por una pasarela de madera, permanece abierto desde 9 a 17.30 y hay que pagar una entrada de 15.000 pesos chilenos (30 dólares) por persona (desde las 14, la tarifa baja a 9.000 pesos chilenos, o sea 18 dólares).

El sitio, en un bello entorno natural, ha sido mínimamente intervenido para brindar algún confort a los visitantes, como baños, vestuarios y un deck para comer o descansar. Los piletones están rodeados de cortaderas y piedras y, teniendo en cuenta la temperatura exterior, hacerse una zambullida resulta gratificante. Eso sí, al salir del agua hay que secarse rápido y vestirse, porque el viento frío puede hacer estragos en la salud.

El guía Gustavo y el chofer Vladimir, del hotel Tierra Atacama, prepararon un almuerzo con quesos y fiambres varios, salmón rosado, vinos, cerveza y café, como para encarar el regreso. Una excursión cinco estrellas.

La cereza del postre

Al día siguiente nos esperaba la cereza del postre: los Géiseres del Tatio. Levantarse a las 4.30 de la mañana; tomar un rápido desayuno liviano; viajar 98 kilómetros por caminos de montaña; ascender hasta los 4.300 metros sobre el nivel del mar, y soportar 12º C bajo cero, bien vale la pena con tal de visitar esta maravilla natural.

Al descender del vehículo, a unos 200 metros de distancia, la primera impresión es que se está asistiendo a una danza de etéreos fantasmas blancos. Son las columnas de vapor que emergen del suelo y se levantan en la semipenumbra del amanecer.

Dicen los conocedores que hay que llegar al lugar cuando está por salir el sol, por dos motivos principales: es el momento de temperaturas más bajas y de mejor visibilidad de los géiseres. Se trata de una cuenca geotérmica, la tercera del mundo en importancia, conformada por ríos subterráneos de agua que circulan a presión entre rocas volcánicas, debajo de capas impermeables. Al encontrar una fisura en esas napas, el agua sube hacia la superficie. Por la altura, el agua hierve a los 85º y, al entrar en contacto con el frío del suelo, se convierte en vapor.

Son alrededor de 80 fumarolas, cuya altura alcanza de ocho a 10 metros, distribuidas en unos 10 kilómetros cuadrados y son los géiseres más altos del mundo. Si bien se puede caminar entre las columnas de vapor, hay que tener algunas precauciones por la temperatura del agua.

Uno de los pozos es llamado “el asesino” o “del alemán”. De esa nacionalidad era un turista que no se sabe si cayó o se tiró al pozo y falleció después cuando era trasladado a Calama.

De regreso hacia San Pedro de Atacama, se puede observar el volcán Láscar, en actividad, con su permanente fumarola en la cumbre y, ya más cerca del pueblo, un caserío llamado Machuca, donde los transportes de las excursiones hacen una parada.

La capilla de adobe con techo de paja, en medio de una loma, es una postal en sí misma. En ese lugar se pueden conseguir prendas de lana de vicuña o alpaca tejidas con ancestrales técnicas en telar.

Con el corral de toros

En San Pedro de Atacama la familia Purcell, dueña también de Ski Portillo, construyó el hotel boutique Tierra Atacama, detrás de un antiguo corral de toros. En ese lugar en el pasado, los arrieros que llevaban ganado desde Argentina al puerto de Antofagasta, se detenían para alimentar y dar un descanso a sus animales después de la dura travesía de los Andes y antes de seguir viaje.

Los arquitectos decidieron mantener esos antiguos muros de adobe e incorporarlos al acceso del hotel, como un homenaje a la historia de la zona. El hotel está construido siguiendo los lineamientos del lugar, con materiales de la zona y muebles hechos a mano.

El spa Uma, cuenta con piscina y jacuzzi y la gastronomía ofrecida es de nivel internacional, con carnes, pescados, mariscos, frutas y verduras frescas, estas últimas de la huerta propia. Hay Wi-Fi en todo el hotel con acceso gratuito y excursiones, y transfer al aeropuerto de Calama, como parte de los servicios.

El hotel tiene una planta depuradora de agua y una batería de pantallas solares, con las que se provee del 50 por ciento de la energía eléctrica que consume.

Lo que hay que saber

Transporte: Córdoba / Calama, con LAN, dos frecuencias diarias, tarifa desde U 306.

Ventas y consultas: 0810-9999-526 www.lan.com

Alojamiento: Tierra Atacama Hotel & Spa; habitación superior doble; programa todo incluido (traslado desde y hacia el aeropuerto de Calama; desayuno, almuerzo y cena; bar abierto con agua mineral, bebidas, jugos, vinos y tragos de la casa, con costo adicional; dos excursiones de medio día o una excursión de día completo en compañía de otros huéspedes y uso del spa): dos noches, U 1.350; tres noches, U 1.900, y cuatro noches, U 2.400.