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Río de Janeiro, la ciudad maravillosa

Dicen que es cautivante y una visita permite ver que no es exagerado. Playas, bares, postos, parques, morros y sus tres “catedrales”: la de San Sebastián, el Sambódromo y el Maracaná.

“Río es una ciudad maravillosa”, sostiene el comandante de a bordo parafraseando a Caetano Veloso, apenas aterriza el vuelo en el aeropuerto internacional Galeao. Y, sin duda, sus palabras no son un simple eslogan promocional, sino una descripción real de un destino que cautiva.

Playas, caipiriña, fútbol, morros, cuerpos cimbreantes y voluptuosos y noches de samba: básicamente, un cóctel irresistible.

Kilómetros y kilómetros de arena y mar, donde los cariocas se dan cita, se enamoran, charlan de todo, hacen negocios, beben cervezas, leen, practican deportes y, sobre todo, le ponen buena onda.

Muchos llegan en su bicicleta, colocan unos montículos de arena sobre las ruedas y ahí quedan, “estacionadas”.

A disfrutar

Son un total de 27 postos, desde Flamengo hasta el final de Barra de Tijuca, donde se alojan diversos mundos sociales. A simple vista, puede apreciarse que Copacabana fue “cedida” a los turistas y que los 12 postos de Ipanema y Leblón esconden, cada uno, sus particularidades.

Por ejemplo, el 8 de Ipanema es zona gay; al 9 van los jóvenes cool; al 10, las familias y, un poco más allá, los cultores de los cuerpos torneados que adoran estar cerca de Arpoador, desde donde todos quieren ver caer el sol detrás del cerro Dos Hermanos. En tanto, Leblón es más familiar. Y en Barra da Tijuca se resguardan artistas y gente de mejor posición socioeconómica.

Uno de los secretos de Río de Janeiro es que no esconde la mezcla de urbanidad y naturaleza, que conviven mano a mano sin necesidad de competir. Los altos edificios dan la cara a la avenida y, al frente, kilómetros de playas ideales para el relax y el ocio, mientras se saborea un queso grillado a las brasas o un pincho de langostinos, acompañado de una cerveza bien fría.

Una constante es ver a lo largo de la costanera, de piso blanco y negro de piedra portuguesa que repite y alterna su diseño geométrico, a mucha gente pedaleando, corriendo -algunos con sus mascotas- en rollers o patinetas. Está claro que los cariocas rinden culto al cuerpo y dedican muchas horas a la actividad física.

Gran parte de ello está relacionado a que la vida playera ocupa un lugar preponderante en el día a día. Ergo, lo común es ver a los cariocas vestidos con poca ropa para poder sacársela y correr por la arena para una zambullida en el mar.

Sobre la avenida costera de Copacabana hay una obra en construcción que llama la atención. Es la del moderno Museo de Imagen y Sonido (MIS), que se erige en el lugar donde estaba Help, el prostíbulo más famoso.

Cerca de allí, el hotel Copacabana Palace sigue siendo el ícono local. Declarado Patrimonio Cultural de Río de Janeiro en 2008, el edificio, que data de 1923, fue diseñado por el arquitecto francés Joseph Gire.

A lo largo y ancho de la kilométrica zona playera, cualquier momento es bueno para patear la pelota. Ya sea jugando un picadito, futvoley o altinho, evitar que la pelota toque el suelo.

En hombres, pero también en muchas mujeres, el fútbol es una necesidad que corre por las venas en constante estado de ebullición. Por eso, es común ver chicas de cuerpos dibujados integrando la ronda de juego y tratando muy bien a “la caprichosa”, como dice un ex futbolista.

Además, hay samba por todas partes; está el Corcovado; el Pan de Azúcar; el estadio Maracaná; el Sambódromo, y también hay parques como el Jardín Botánico, con miles de tipos de plantas, la mayoría adquiridas por Pedro II, el emperador de Brasil en el siglo XIX. En este pulmón verde conviven orquídeas exóticas, árboles frutales y plantas carnívoras, entre tantas otras. Es un paseo que vale la pena, o, al menos, una salida fotográfica.

El Pan de azúcar y el Corcovado son puntos obligados, al menos uno de ellos. Si decide hacer ambas excursiones para poder disfrutar las mejores vistas de la ciudad, debe saber que al primero se llega en teleférico e implica estar casi sobre la playa, mientras que el segundo ofrece una vista de 360 grados.

Quizás lo conveniente sea subir al primero de día y dejar el Cristo Redentor -una de las nuevas Siete Maravillas del Mundo- para cuando atardece. Así, tendrá una de esas postales que no tienen precio, con una panorámica incomparable de todo Rio iluminado.

A 709 metros sobre el nivel del mar se ubica el Cristo Redentor, símbolo por excelencia de todo Brasil al que visitan anualmente dos millones de turistas para sacarse la consabida foto imitando su pose.

Las tres “catedrales”

se alza imponente en las cercanías de Lapa, a escasos metros de los Arcos. Es recomendable adentrarse en este descomunal templo, de impresionantes medidas y sorprendente arquitectura.

No lejos de allí, se encuentra el segundo gran centro ceremonial: el Sambódromo. Allí, cada febrero, las 10 escuelas de samba seleccionadas viven su particular éxtasis al atravesar durante una hora la Rua de Marqués de Sapucaí.

El Carnaval implica un culto a la libertad de buena parte de los brasileños, por eso son días de fiesta “obligatoria”.

El tercero de los grandes templos es el mítico Maracaná. El estadio, que fue escenario de las hazañas de Pelé y que también padeció el hito del silencio más recordado de la historia de los mundiales, allá por 1950, en la final con Uruguay.

Hoy luce plenamente renovado, con una nueva cara gracias a las obras de remodelación y modernización realizadas por el Mundial de 2014.

Durante la visita se puede acceder a los palcos, sectores de prensa y vestuarios, donde se exhiben las camisetas de los jugadores más destacados.

*Especial