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Encomendados al Camino de Santiago

Sorginaritzaga, o “robledal de brujas”, bosque por atravesar.
Sorginaritzaga, o “robledal de brujas”, bosque por atravesar.

Antes del amanecer, los haces de luz de las linternas frontales dibujan movimientos en el dormitorio: van partiendo los caminantes, cuando todavía es de noche. Nosotros esperamos hasta la hora límite, las 8, para salir del monasterio cuyas puertas se cierran detrás de nosotros.

Antes del amanecer, los haces de luz de las linternas frontales dibujan movimientos en el dormitorio: van partiendo los caminantes, cuando todavía es de noche. Nosotros esperamos hasta la hora límite, las 8, para salir del monasterio cuyas puertas se cierran detrás de nosotros.

En la iglesia de Santa María, parte del monasterio, se imparte la misa de peregrinos; la mayoría entra en busca de la bendición para iniciar el camino. La fachada es medieval, con un portal ojival tallado en piedra y arriba un rosetón circular, de unos cinco metros de diámetro, que deja entrar la luz a la nave principal. Abajo, sobre la vereda, quedan las mochilas esperando a los peregrinos.

Encomendados a Santiago, comienzan a caminar, todos con el atuendo de peregrino: botas; mochilas; el bordón, o vara de madera, ahora reemplazada por bastones telescópicos, y la vieira colgando, que confiere identidad. Incluso, algunos cuelgan una pequeña calabaza a la vieja usanza, para llevar el agua.

Tras cruzar la ruta, nos dispusimos frente al primer monolito de marcación del camino y al cartel que anuncia “Santiago de Compostela 790 km”; vibrábamos de emoción pues dábamos inicio a la travesía, por la ruta de las estrellas, y este era nuestro punto de partida. Nos pusimos en marcha tal como lo hicieron los peregrinos a lo largo de miles de años, con toda la expectativa de lo que nos esperaba.

Penetramos por una senda de no más de un metro de ancho, que se interna en bosques de robles y abedules con luz muy tenue y el chirrido de las urracas, que generaban una atmósfera especial. Nos poníamos en el lugar de los antiguos peregrinos que transitaban por estas tierras, con las leyendas y mitos de esa época. A ese bosque se le dio el nombre de Sorginaritzaga o robledal de brujas.

A causa de esto, en el siglo XVI la Iglesia llevó a la hoguera a mujeres acusadas de brujas y levantó una cruz para que protegiera a los caminantes, la que se ubica a la vera del camino.

La senda se convierte en la calle principal de varios pueblos, como Burguete y Espinal, entre otros, donde en todos los balcones cuelgan flores y bellísimos paisajes urbanos que se intercalan entre los senderos, fuentes para el viajero y cruceros, que conmemoran hechos religiosos.

Las casas, blasonadas, tienen fachadas blancas con ventanas pintadas de verdes o rojo, balcones de madera y hermosas puertas de ingreso.

Como avanzamos por perfil montañoso, debemos superar algunos puntos de altura que requieren mucho esfuerzo; así, se suceden Alto de Mezkiritz y Alto del Erro, que brindan hermosas vistas de los valles.

Con el transcurrir del tiempo el saludo “buen camino” se convierte en un mantra a cada paso. Seguimos por las costas del río Arga, hasta cruzar por el puente gótico de La Rabia, conocido así debido a que los vecinos llevaban a sus animales a dar tres vueltas al pilón central para sanarlos de ese mal.

Por ese puente entramos en Zubiri, un núcleo urbano un poco mayor que los anteriores; la fuente de agua es lugar de encuentro, donde caminantes y ciclistas buscamos el descanso y la sombra que nos protegiera de los 39º, dando lugar a los intercambios de motivos e impresiones del viaje. Comenzamos a ver a los caminantes revisando sus cansados pies.

Sigue el camino

Seguimos el curso del río por 15 kilómetros, de orilla a orilla, por un paseo fluvial entre arboledas. Encontramos un puente medieval de seis arcos sobre el río Ulzama, que da acceso al complejo románico de Trinidad de Arre.

A la salida del puente, Domingo, un hermano marista, esperaba a los viajeros y los invitaba a pasar al antiguo hospital de peregrinos. Una enorme puerta nos introdujo a otra época: la iglesia, el albergue, las viejas tapias, el silencio, nos trasladaron en el tiempo. Encontramos tan acogedor el lugar que decidimos pasar la noche en el “hospital de peregrinos” del siglo XII.

Con el primer día de la travesía ya podíamos armar un catálogo de arquitectura medieval. Domingo selló nuestras credenciales de peregrinos y nos leyó una oración, con la cual nos encomendó a Santiago como protector de nuestro viaje.

Luego, circulamos por angostas y bellísimas calles en Arre y Burlada, hasta ingresar a Pamplona, donde por primera vez el camino se tornó urbano. Nos sumergimos en la fortaleza construida por los romanos; en la ciudadela del siglo XVI, y en el casco viejo donde se puede observar la simbología que marca el paso del encierro de toros de San Fermín.

Tras pasar por los jardines de la Taconera y el campus universitario, salimos de la ciudad; la vista es atraída por las montañas coronadas de blancos molinos de viento. Por un sendero entre campos de girasoles, comenzamos a subir lentamente pero con continuidad, para superar un camino que no está preparado para bicicletas, con muchas piedras sueltas y muy angosto.

En Zariquiegui, pueblo medieval, visitamos la iglesia y la fuente de la Teja, donde la leyenda cuenta que el demonio tentaba a los caminantes ofreciéndoles agua, a cambio de que renegaran de su fe.

Un sendero coronado de rosas mosqueta nos lleva al tramo final, donde salvamos unos 500 metros de desnivel en pocos kilómetros. Llegamos finalmente al puerto llamado Alto del Perdón, donde nos recibió un curioso monumento al peregrino constituido por siluetas de hierro de jinetes y caminantes, junto a los molinos de viento y su particular sonido.

La altura ofrece vistas a los cuatro puntos cardinales, y se observa todo lo andado, hasta el momento, y una placa en el lugar dice: “Donde se cruza el camino del viento con el de las estrellas”.

La bajada es muy entretenida, debido a las ondulaciones del terreno y los minúsculos pueblos por los que pasamos para acabar en la localidad de Puente de la Reina. Se dice que es una de las localidades emblemáticas del camino Jacobeo, porque nació por y para la ruta.

Desde la entrada hasta la salida circulamos por la calle mayor, rodeados de bella arquitectura civil medieval y desembocamos en el puente románico del que deriva el topónimo de la localidad. Este fue mandado a construir por la reina Doña Mayor en el siglo XI, para facilitar el cruce del río Arga por los peregrinos; el reflejo de los arcos en el agua es de una belleza cautivante.