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Varadero, idilio revolucionario

El destino turístico de la península de Hicacos se sitúa a unos 140 kilómetros al este de La Habana. Allí, el cóctel entre naturaleza y desarrollo es portentoso.

El Boeing aterriza en el aeropuerto internacional José Martí de La Habana, donde aprovechamos para conocer sobre el Che, Fidel y su vasta cultura revolucionaria; la huella de Hemingway; el Capitolio, el Malecón y otros emblemas.

Después de explorar la capital cubana durante un par de días llega el momento de seguir viaje. La autopista, tranquila, con apenas un puñado de autos por carriles, nos deposita en Varadero luego de dos horas, aproximadamente. Una franja de arenas blancas, finas, suaves, esparcidas en 22 kilómetros de orillas seductoras nos recibe.

Por sus atributos, la capital turística de Cuba se codea con lo idílico. De un lado, la vegetación brillante, plena, frondosa, que enmarca los complejos hoteleros que intentan respetar el alma agreste. Del otro, el Caribe, un cielo despejado hecho agua. Un flechazo a primera vista.

DATOS. Información útil de Varadero.

Mojito, sol y playa

La modalidad all inclusive marca el pulso del lugar entre mojitos, Cuba libre y alguna que otra piña colada. No vale la pena resistirse, por el contrario, lo mejor es dejarse caer en la tentación porque en este punto de la geografía cubana existe una buena combinación entre los atractivos de la naturaleza con el confort de la vida moderna.

Inmersos en las espaciosas extensiones playeras, el sol castiga la piel blanca producto del invierno. Alrededor hay turistas de todos lados, muchos “gringos” y otros tantos europeos. La pileta marina, transparente y cálida, con una temperatura promedio de 26 grados, incita a regocijarnos. A medida que los pies calan en el mar, el colorido gana en matices. Hay todo tipo de peces. Parece una cumbre en la que los erizos sólo prefieren ojear desde la sombra de los corales, entre algas, esponjas y alguna estrella de mar.

Tierra conjugada

El alma caribeña que se respira en Varadero nos envuelve con el sonido de los timbales y maracas que acompañan las sonrisas desbordantes de los lugareños, gentiles y dispuestos, que dejan atrás los enormes contrastes.

Más allá de la infraestructura hotelera, está la otra: la extrahotelera. Hay diversas opciones como pueden ser la visita al delfinario, con la posibilidad de nadar y hasta darse un “piquito” con algún familiar de Flipper. O el Safari Cayo Blanco, una excursión de un día en catamarán a un magnífico paraíso para disfrutar de su entorno natural.

En sus alrededores se esconden algunos secretos. Las cuevas de San Ambrosio, por ejemplo, guardan en pictografías el testimonio de los primeros pobladores de estas costas. También están las cuevas de Saturno, con sus tres mil metros de ramificación y espacios entre formaciones de cristal cárstico, que descienden hasta 48 metros en busca del manto freático. Más allá, aparecen las cuevas de Bellamar, con su conjunto de estalagmitas y estalactitas.

Por su parte, el eco-turismo tiene sus reductos en la cercana península de Zapata, el humedal más grande del Caribe, o en la Reserva Ecológica Varahicacos, donde es posible desandar senderos y observar la colorida variedad de aves exóticas.

En Varadero, los atardeceres se cuelan entre las hojas del bosque tropical y abrazan la playa con sentimientos revolucionarios. Y cuando se diluye la estadía, los latidos del mar comienzan a despedirnos con su sonido monocorde. Siempre un cubano te abraza y desea que repitas el viaje. Es hora de partir, gana paso la nostalgia y sólo podemos pensar en la letra de “Laíto” Sureda: “Y que el idilio perdure siempre al llegar la noche”.

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