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Unas vacaciones en la selva ecuatoriana

Es un destino imperdible para quienes quieran (re) descubrir la inmensidad de la naturaleza. Hay tours de cuatro días en lodges ecológicos con todas las comodidades.

La primera recomendación para vivir una experiencia en la selva amazónica ecuatoriana es dejarse llevar por el ritmo de la naturaleza y animarse a las nuevas sensaciones. No se va a arrepentir.

Es que unas vacaciones de cuatro días y tres noches en un lodge ecológico con todas las comodidades en el corazón de la jungla tropical, en una reserva natural protegida, pueden convertirse en una excelente oportunidad para (re) descubrir el ciclo de la vida, la inmensidad, los sonidos, los colores, los animales exóticos y el silencio. Hay que experimentar.

Lo más complicado es llegar desde Quito hasta el embarcadero de canoas a motor, la puerta de entrada a la reserva de Cuyabeno. Son siete horas en ómnibus o una hora en avión hasta la localidad de Lago Agrio. Desde allí hay que recorrer otras dos horas en una combi.

Desde el mismo momento en el que el turista se acomoda en la lancha y comienza a navegar rumbo al lodge entiende que la cosa va en serio: atrás queda la civilización y, con ella, la señal para comunicarse por teléfono o por internet.

Lo interesante es que enseguida uno descubre que la selva no es lo que uno cree que es. No, al menos, en los términos de pensar que transitará sus vacaciones en una especie de campamento improvisado. Todo lo contrario.

Los lodges son hoteles ecológicos apostados en las islas ubicadas a lo largo del río Cuyabeno que cuentan con todo lo necesario. Y más. Hay 14 alojamientos que están comunicados con el continente para emergencias y para garantizar la logística.

Las cabañas tienen luz desde las 18 hasta las 22, tiempo suficiente para recargar las baterías de celulares y máquinas de fotos y para cenar. En verdad, no hace falta más. Durante el día se utiliza la luz natural y, por la noche, el turista sólo desea descansar. En medio de la jungla, con los sonidos de la selva como canción de cuna, se duerme de maravillas.

Lo ideal es iniciar la aventura en el verano ecuatoriano, entre mayo y octubre. Los inviernos son lluviosos, lo que dificulta las excursiones, las caminatas y los paseos.

Aventura con poco equipaje

En el embarcadero comienza la aventura. Arriba de la canoa, a la que se sube con poco equipaje y abundante repelente y protector solar, empieza el viaje de una hora y media por el río Cuyabeno, de aguas marrones que arrastran troncos y árboles secos. Al costado, explota la vegetación exuberante y el canto de los pájaros. Un espectáculo único, digno de un documental de la National Geographic.

Después de instalarse en alguno de los lodges ecológicos all inclusive, de cabañas tropicales, pintorescas y bien equipadas, comienza la primera excursión, con guías nativos experimentados.

La mayoría de los turistas son jóvenes europeos o norteamericanos que dan sus primeros pasos en el descubrimiento de Sudamérica. Pocos latinos, casi ningún argentino. Pero la edad no es excluyente.

Los tours son en grupo. Después de la llegada, la primera salida suele ser a las 16.30, tras el almuerzo y un descanso. El objetivo es recorrer el río, que termina en una gigantesca laguna, en la búsqueda de animales.

Los hay de todo tipo, pero el mayor desafío es encontrar las gigantescas anacondas de cuatro metros, que se dejan ver colgadas de los árboles o en las orillas del río. Están por ahí, camufladas, y no todos los turistas tienen la suerte de mirarlas a la cara y llevarse la foto.

Como consuelo, el simple hecho de salir en la lancha en búsqueda de las boas constrictoras ya justifica el paseo.

Pirañas, monos y caimanes

En agosto, a las 18.15 se pone el sol y es posible bañarse en la laguna, de aguas oscuras pero cálidas. El ocaso es bellísimo, mientras se escuchan los sonidos de la selva que apaga los del día y enciende los de la noche.

Después del chapuzón, se regresa al hotel a recoger las linternas para buscar caimanes a la luz de la luna. Los ojos asoman entre las aguas. Ahí están. Son decenas. Hay caimanes negros y de los otros. Y caimanes bebé. Uno no se cansa de mirar.

A la mañana siguiente, a las 6, es momento de estar nuevamente en la laguna para avistar aves: las hay de todo tipo, tamaño y color.

De regreso al lodge, y tras el desayuno (en el que el turista se sentirá observado por decenas de monos colgados de los árboles que refrigeran el comedor), se visita una comunidad originaria: la siona, en Puerto Bolívar.

Allí se puede seguir el proceso de la yuca, desde que se cosecha hasta que termina en una tortilla. Luego, un chamán espanta los malos espíritus y, después, se somete a las preguntas de la gente.

El tercer día se realiza una caminata de más de dos kilómetros por la selva, con botas y capa para la lluvia que provee el hotel. La travesía arranca en un pantano, igual a los que se ven en las películas yanquis. Y continúa durante varias horas muy entretenidas, en las que el turista encontrará las hormigas más enormes y las arañas más pequeñas, lianas, monos pigmeos de seis centímetros y huellas que revelan el paso de animales de gran porte.

Por las tardes, se disfruta del último paseo en canoa por aguas plagadas de pirañas. Y, después, si no llueve, el epílogo es la caminata nocturna por la selva, ese ecosistema inabarcable, abrumador y hermoso.

Datos útiles

CÓMO LLEGAR: para ir desde Quito a Lago Agrio se puede tomar un colectivo en la terminal de la capital ecuatoriana. Son siete horas de viaje por camino sinuoso y cuesta alrededor de 225 pesos. Lo ideal es tomar el de las 23. También hay ómnibus privados, a unos 350 pesos. En avión es una hora de viaje y también sale aproximadamente 350 pesos.

CUÁNTO CUESTA: un tour de tres días y cuatro noches en la selva cuesta unos 4.900 pesos con traslado en canoa, alojamiento, comidas y excursiones incluidas.