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Una ópera en el océano

El MSC Opera anclado en Río de Janeiro. Una mole de 13 pisos, con capacidad para 2.100 pasajeros y más de 700 tripulantes.
El MSC Opera anclado en Río de Janeiro. Una mole de 13 pisos, con capacidad para 2.100 pasajeros y más de 700 tripulantes.

Partió de Venecia y luego de visitar Malta, Barcelona, Casablanca, Tenerife, Recife y Salvador de Bahía, el MSC Opera pasó por Río de Janeiro.

“Con te partiró, / paesi che non ho mai veduto e vissuto, / con te adesso si li vivrò con te / partirò su navi per mari che, / io lo so” (contigo partiré, / países que nunca he visto ni vivido, / contigo ahora sí los viviré. / Contigo partiré, en naves por mares que, / yo lo sé).

La voz de Andrea Bocelli suena fuerte en los parlantes, mientras vemos alejarse la silueta del puerto de Río de Janeiro y logra conmover, en todos los que estamos en la cubierta del MSC Opera.

Una salida majestuosa y emocionante, con un paisaje que se presenta lluvioso y gris, pero de todos modos bello. El enorme barco se desplaza elegantemente sobre las aguas, mientras nos sobrevuela rasante un avión a punto de aterrizar en el aeropuerto Santos Dumont. Pasamos tan cerca del Pan de Azúcar que dan ganas de acariciar sus paredes de granito. A lo lejos, entre los densos nubarrones, adivinamos la silueta del Cristo Redentor en lo alto del Corcovado vigilando que, en la bahía de Guanabara, la belleza no se altere.

“¿Hora de decir adiós?, contigo partiré”, traducimos las palabras del tenor y eso es lo que hacemos, nos dejamos llevar. Claro que dejar que nos lleve este barco, es todo un privilegio y nos inspira  tranquilidad. El Opera es una mole de 13 pisos, de los cuales nueve están enteramente dedicados al reposo y al placer. Los 756 tripulantes de 38 nacionalidades diferentes atienden a los 2.100 pasajeros. Todos ellos son amables, gentiles y serviciales. Siempre  sonríen, lo que nos lleva a reflexionar sobre lo grato que sería el mundo si todos practicáramos esta costumbre.

Una voz potente me devuelve a la realidad: ¡Truco!, escucho mientras dormito tirado en una reposera en el puente 11 llamado Turandot, como la ópera de Puccini. Cada uno de los puentes lleva el nombre de una famosa obra musical. Junto a las piscinas y los hidromasajes, un grupo de argentinos deja pasar el tiempo despuntando un bravo pica pica, por supuesto acompañado por una ronda de mate.

Son muchas las parejas que después de recorrer Europa, abordaron el barco en Venecia y emprendieron el cruce del Atlántico relajados y sin apuro.

Como Julia, una joven alemana de 27 años, que estudió en el año 2000 literatura e historia latinoamericana y se enamoró de Cortázar y Borges. Quiso conocer más y en 2009 viajó a Argentina. Tanto disfrutó, que ahora convenció a su novio de venir: “Vamos a conocer las Cataratas y a vivir Buenos Aires y su bohemia. Estoy feliz de volver”.

Subo al puente 12 que también sirve de pista de jogging. Son casi 700 metros de recorrido que Ingrid, una saludable alemana cercana a los 90 años de edad, recorre sin cesar una y otra vez. Pierdo la cuenta de las veces que la veo pasar incansablemente, pequeña de estatura pero plena de vitalidad. Hay quienes prefieren ejercitarse en el gimnasio, un recinto con amplio ventanal al mar, equipado con máquinas de musculatura, bicicletas y cintas para caminar, todo supervisado por personal especializado.

Tanto ejercicio (mirando a los otros), no hace más que abrirme el apetito. Y si hay algo que se satisface en este crucero, es el placer de comer. Más de 100 personas trabajan en la elaboración de los miles de menús que se sirven diariamente, bajo condiciones de higiene impecables. Cuatro restaurantes, dos formales más uno bufet y otro al aire libre, brindan la posibilidad de alimentarse casi durante las 24 horas. En La Caravella y L\'Approdo se sirven menús de siete pasos que varían todos los días.

Por suerte, en el Opera hay fiesta todos los días y uno puede recurrir al baile para compensar tanta comida. A lo largo de las diferentes travesías, se desarrollan: la fiesta de blanco, la fiesta latina, la de gala, la noche del capitán y muchas otras más. En los diferentes bares y luego en la discoteca, se puede bailar hasta bien entrada la madrugada.

Los que apenas pueden arrastrar los pies, pueden tener gran ayuda si se animan a las clases de baile. Las hay de diferentes ritmos y para todas las edades. Rubia es el nombre de la profesora. Argentina, rubia (por supuesto) y súper simpática, es capaz de hacer articular a un robot enyesado. Sin duda en el Opera (y en los cruceros en general), el entretenimiento es una de las áreas clave.

Son 52 personas las que integran el equipo y que se multiplican para divertir a los pasajeros. Los shows se presentan en el Teatro dell´Opera, con capacidad para 713 personas, y alternan gimnastas, equilibristas, lanza cuchillos, bailarines y cantantes virtuosos.

Pero, sin dudas, el que siempre se roba todos los aplausos es Guillermo Guido. El famoso cantante es un showman carismático. Dueño de una gran voz, alterna canciones y humor, haciendo gala de oficio y simpatía.

"Hace cuatro años que repito la rutina de estar seis meses embarcado. Acá me siento como en los '80", dice recordando la época en que atraía multitudes y ganaba el OTI, con El hombre del piano. Hoy con la voz madura e intacta, alcanza tonos increíbles en contrapunto con la soprano, o entona un tango o su festejado repertorio. Logra que los pasajeros le den muestras de afecto a cada paso y él accede feliz.

“El crucero ya es parte de mi vida. Si hasta conocí a mi actual mujer, Mirna, a bordo”, asegura.