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Una inmersión en el túnel del tiempo

La estrella marca el lugar donde nació Jesús. Iglesia de la Natividad.
La estrella marca el lugar donde nació Jesús. Iglesia de la Natividad.

Lo ideal para conocer Jerusalén es perderse en los laberintos de la ciudad. La capital israelí es considerada “tres veces santa”, ya que es el centro mundial de las tres religiones monoteístas más antiguas del mundo: cristianismo, judaísmo e islamismo.

Para conocer Jerusalén, el mejor consejo es dejarse llevar por las sensaciones y las emociones. Guiarse por los olores, los colores, los sonidos y los sabores. No hay dudas de que la ciudad, fundada por el rey David hace más de tres mil años, se puede conocer a través de los sentidos. Hay tanto para ver, y para emocionarse, que lo ideal es perderse por los laberintos de la ciudad vieja amurallada. Todo lo que se encuentra es bello y sorprendente.

En esta tierra milenaria se erigió el Templo del rey Salomón; también allí predicó y murió Jesucristo, y Mahoma ascendió a los Cielos. Es una de las ciudades más antiguas del mundo y su importancia religiosa, histórica y cultural es inconmensurable. Es mística y seductora para devotos de todos los credos y, también, quienes no profesan ninguna fe.

Ingresar a la Ciudad Vieja, por alguna de las puertas de la muralla de cuatro kilómetros que la rodea, supone una inmersión en el túnel del tiempo, del que se sale con sólo asomar la cabeza del muro. Afuera se despliega la ciudad nueva, moderna, edificada en perfecta armonía con las construcciones milenarias.

Hay cafés, clubes de jazz, restaurantes, mercados y teatros; además del shopping Mamila, a pocos metros de la muralla, donde se consiguen productos de las marcas más prestigiosas del planeta.

Lo mejor es perderse. La Ciudad Vieja es un mosaico de culturas y costumbres. Hay que caminar para descubrir los barrios armenio, judío, cristiano y árabe. Es fácil perderse y no saber hacia dónde ir. En este caso, lo mejor es guiarse por la intuición y por la curiosidad: cada rincón tiene su encanto.

De todos modos, a poco de andar el turista reconocerá los símbolos de la ciudad: el Muro de los Lamentos, atrás del barrio armenio; el Domo de la Roca (con su enorme cúpula dorada), el tercer lugar del mundo más sagrado para el Islam, y la iglesia del Santo Sepulcro, en el corazón del barrio cristiano, donde Jesucristo fue crucificado.

Cuatro puertas de la muralla desembocan en lugares clave. Por la puerta de Sion se llega al barrio armenio; por la puerta de Jaffa, el visitante se encontrará con la Torre de David; por la puerta de Damasco se ingresa al corazón del barrio árabe, y por la puerta Nueva, al barrio cristiano.

Recorrer el mercado árabe es una experiencia única. Además de artículos y artesanías de exquisita factura (aunque hay que tener cuidado con los productos chinos que también se comercializan) se le suma la agotadora experiencia del regateo.

Lo más sagrado. El Muro de los Lamentos, o Muro Occidental, es el único vestigio del Segundo Templo de Jerusalén, el que conoció Jesús, y que fue destruido por los ro­manos en el siglo I. Es el lugar más espiritual para los judíos, al que acuden hombres y mujeres para orar, de cara al muro, en lugares separados. Es destino de peregrinación de muchos judíos que, desde la destrucción del Templo y tras diversas invasiones y expulsiones, llegaban hasta allí a recordar a sus antepasados.

Los turistas pueden ingresar pero se recomienda no sacar ­fotografías (en especial durante el Shabat –los sábados son días de descanso– cuando está pro­hibido) y acercarse con los papeles con los deseos ya escritos para incrustar entre las piedras del muro.

Los hombres deben cubrirse la cabeza (hay kipás en una caja para quienes no lo llevan), y las mujeres lo hacen sólo si son religiosas. Para ingresar hay que pasar fuertes medidas de seguridad, similares a los de un aeropuerto.

Detrás del Muro se encuentra la Explanada de las Mezquitas, en el Monte Moriah. Allí se erige la mezquita de Al Aksa y el Domo de la Roca, cuya gigantesca cúpula dorada es el símbolo más característicos de Jerusalén. La explanada tiene una vista pri­vilegiada: toda la ciudad está a sus pies. El lugar es también considerado sagrado. El Islam afirma que desde allí Mahoma ascendió al cielo. Los cristianos y judíos, en tanto, creen que Abraham intentó sacrificar allí a su hijo Isaac.

La visita es imperdible, aunque sólo se puede ingresar algunos días a la semana (de lunes a jueves, entre las 6 y las 9). En general hay largas colas y un férreo control de seguridad. Pero vale la pena intentarlo.

Por las calles de Cristo. Para los cristianos, naturalmente, Jerusalén es un lugar de gran significado. Es posible recorrer a pie los lugares que marcaron la vida de Jesús. El Camino del Mesías parte desde el Monte de los Olivos hasta la colina del Gólgota, donde fue crucificado.

Desde el Monte de los Olivos se obtiene una panorámica excepcional de la ciudad. De allí se toman las fotografías más emblemáticas. Es en ese lugar donde oraba Jesús. Para los judíos el sitio es sagrado porque se cree que, desde allí, Dios redimirá a los muertos al final de los tiempos. A los pies del monte se encuentra el cementerio judío más antiguo y grande del mundo.

El trayecto es emocionante a cada paso y es recomendable transitarlo con un guía en español, que se apoye en los textos bíblicos, para reconocer cada lugar y comprender acabadamente la historia. Después de recorrer el Huerto de Getsemaní (donde Jesús fue traicionado y apresado), el lugar de la Última Cena –el Cenáculo– y la iglesia donde se cree que la Virgen María ascendió a los Cielos, se puede realizar el Vía Crucis.

Se parte desde el Pretorio, donde Poncio Pilatos condenó a muerte a Jesús y donde se cree que le impuso la cruz. Desde allí empieza la Vía Dolorosa, que muestra el recorrido hasta la crucifixión. Nueve de las 14 estaciones del Vía Crucis se encuentran en la Vía Dolorosa, el resto se encuentran en la iglesia del Santo Sepulcro, donde Jesús fue crucificado y sepultado.

En la parte superior de la enorme iglesia, donde conviven y realizan su culto las distintas ramas de los cristianos (coptos, armenios, católicos, griegos, ortodoxos rusos), se encuentra el Gólgota, el lugar donde Jesús fue crucificado. El lugar está señalado con una estrella de­bajo de un altar en medio de una sala en penumbras de estilo bizantino.

Es posible arrodillarse a orar o bendecir algunos recuerdos, pero hay que tener paciencia porque miles de personas pasan por allí cada día.

En la planta baja se encuentra la Piedra de la Unción, donde se limpió el cuerpo de Jesús, y el Sepulcro, en el centro de la nave. También allí hay que hacer largas colas para visitar esta especie de caverna, a la que

se ingresa –y se permanece– agachado.

El pesebre, en Palestina. A 10 kilómetros de Jerusalén se encuentra Belén, ya en territorio palestino. Se puede tomar una excursión desde Jerusalén o, más económico, contratar un taxista árabe con permiso para circular a ambos lados de la frontera.

Otra opción es tomarse un taxi israelí o un ómnibus hasta el puesto fronterizo y luego, otro vehículo palestino que lo lleve a conocer los principales atractivos de la ciudad. Además de Jesús, allí nació el rey David.

A poco de andar, el turista se encuentra con la Gruta y la Basílica de la Natividad, el lugar donde, según la tradición, nació Jesús. La iglesia de cinco naves, que se edificó sobre la gruta, es imponente. Se destaca por la pequeña y casi insignificante entrada que obliga al visitante a ingresar agachado.

Allí está el lugar del pesebre, señalizado con la misma estrella que marca el lugar de la crucifixión en el Santo Sepulcro, y el altar de los Reyes Magos.

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