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Una Babel a los pies del Licancabur

San Pedro de Atacama aglutina a descendientes de diversas comunidades aborígenes que se dedican a la agricultura y al creciente fenómeno del turismo.

San Pedro de Atacama aglutina a descendientes de diversas comunidades aborígenes que se dedican a la agricultura y al creciente fenómeno del turismo. Esperan que un próximo censo confirme la presunción generalizada de que el pueblo supera  holgadamente los 5.000 habitantes.

Calles de tierra y antiguas construcciones de adobe atraen a turistas europeos, norteamericanos y brasileños, que lo visitan en búsqueda de culturas precolombinas.

La peatonal Caracoles junta a locales y extranjeros en un intenso trajinar que se extiende a la madrugada en pubs, fondas, restaurantes y fiestas clandestinas, tal como en las ciudades grandes. Inevitable  es analizar los efectos de la transculturación y el impacto de la llegada de gente de otras latitudes.

Ajenos a estos análisis globalizadores, la antigua plaza con gigantes aguaribayes es flanqueada por la iglesia, que atestigua registros de construcción de 1774, y por el Museo Arqueológico Gustavo Le Paige, nombre que recuerda al jesuita belga que marcó un antes y un después en la región con investigaciones históricas y arqueológicas.

La iglesia, de adobe, tiene techumbre de madera de cactus, vigas de algarrobo, atadas con cuero y muestra en sus muros exteriores las marcas del adobe dañado por la lluvia.

San Pedro de Atacama, bello pueblo oasis junto a la desembocadura del río San Pedro, atesora un valioso linaje ancestral.

Entre la cordillera de la Sal al poniente y la cordillera de los Andes al oriente, tiene un 60 por ciento de población flotante, conformada por turistas y jóvenes que migraron de otras ciudades de Chile atraídos por empleos bien remunerados, generados por el turismo.

Cuando las luces del día buscan otras latitudes, luminosas estrellas cubren a San Pedro,  sencillo pueblo que entre multitudes foráneas, quiere preservar la cultura atacameña.