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Un “Panamá Paper” para aprovechar la ciudad por unas horas

Si hay que superar una larga espera en el aeropuerto, lo mejor es hacer migraciones y recorrer la ciudad. El Canal de Panamá está bueno, pero el mercado de mariscos es mejor.

Si en Panamá tenés al menos seis horas entre un vuelo y otro, hay varias opciones: aburrirte en las incómodas sillas del aeropuerto Tacumen, recorrer hasta el hartazgo los tentadores negocios del free shop o hacer migraciones y darte una vuelta por la ciudad.

Salir sin valijas –seguramente embarcadas al destino final– es un trámite de no más de 20 minutos, así que no supone un problema. Atención al golpe de calor, porque del frío aire acondicionado a la humedad y el sol caribeños hay todo un salto: adentro, 20 grados; afuera, como 100.

Lo primero que sorprende es cómo pueden cinco empleadas sin ninguna sonrisa entrar en un cubículo de dos por dos de la mini oficina de Turismo. Lo segundo que sorprende es cómo los empleados públicos se parecen tanto en Latinoamérica.

¿Qué se puede hacer en seis horas? Una de las cinco levanta la vista pero no contesta; otra contesta pero no mira; la tercera señala con el índice a una especie de "arbolito" que ofrece tours por la ciudad a 30 dólares (unos 500 pesos) y las otras dos no quitan los ojos de su smartphone.

El arbolito dice que no hace falta cambiar dinero: “Aquí todo es en dólares”, aclara. En realidad, la plata local es el Balboa pero nadie por allí ha visto un billete propio en mucho tiempo.

La espera se puede hacer larga porque tienen que llenar la combi para hacer el recorrido que llega al Canal de Panamá y vuelve al aeropuerto. Uno se pasa un tiempo esperando la señal de partida, mientras la señal de wi fi no se da por aludida. Los aeropuertos se convirtieron en un infierno para los fumadores, pero también para los que quieren buena Internet.

En los alrededores se está construyendo toda un ala nueva a la que le faltan tres años, pero que, una vez terminada, alcanzará para cumplir con la demanda. Panamá es un punto clave en muchos viajes internacionales.

Por la nueva ruta que lleva al centro se tardan pocos minutos para empezar a ver esa ciudad monstruosa que tuvo su década ganada y de la que no quedan casi rastros de aquella que fue destruida por el pirata Morgan. “Muchos dicen que se parece al viejo Manhattan”, asegura la guía Melissa, que señala los edificios más curiosos: uno en forma de velero que “es de Donald Trump”, otro como un tirabuzón; todos monumentales.

Hay panameños que se ríen y confiesan que muchos están vacíos, que todo es pura cáscara, pero no hay dudas de que se ven impactantes. En marcha por la cinta costera desde el centro hasta el casco antiguo, se pasa por el hotel Intercontinental. Allí vive el presidente Juan Carlos Varela, un empresario multimillonario que compró un departamento en los últimos pisos.

A pocas cuadras están los “multis”, conventillos del barrio San Miguel donde nació, por ejemplo, el gran boxeador “Manos de Piedra” Durán.

La llegada al Canal permite disfrutar de la magnífica obra de infraestructura que tiene más de 100 años, pero no es ni por cerca lo más placentero del recorrido. Lo mejor es la visita al casco histórico, repleto de contrastes y con casas coloridas, calles empedradas, muchísimas iglesias destrozadas y otras en pie (incluso la de San José, que el Pirata Drake pensaba llena de oro) y problemas de tránsito por planes para revalorizar la zona, repleta de obreros que ni sudan al rayo del sol.

Por las noches, dicen que el centro histórico se llena de fiesta, pero eso quedará para una visita de al menos 24 horas. El paseo termina en el aeropuerto pero, si las horas lo permiten, lo mejor es bajarse antes en el mercado de mariscos, de olores fuertes y sabores deliciosos.

Si bien el sancocho de arroz con pollo es el plato típico de los panameños, lo mejor allí son los mariscos recién sacados del mar. En el restaurante La Bendición Mayor, la bendición mayor es el Cebiche Combinación, con pulpo, calamar y camarón a un precio ridículo. Dos porciones suculentas, más una cerveza Panamá Light (helada dura un minuto, así que hay que tomarla rápido), cuestan sólo cinco dólares (unos 80 pesos).

Después, un taxi o un colectivo local nos regresan fácilmente al Tacumen, aunque los lugareños no parecen demasiado buenos explicando cómo llegar a alguna parte.