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Último bastión del paraíso europeo

Vista aérea de la multitud de aves que se concentran en una de las marismas (tierras pantanosas inundadas por el agua de mar) en Doñana.
Vista aérea de la multitud de aves que se concentran en una de las marismas (tierras pantanosas inundadas por el agua de mar) en Doñana.

En el estuario del río Guadalquivir, que se abre en meandros antes de unirse a las aguas del mar, se emplaza Doñana / Mitad parque natural, mitad parque nacional, sirve de residencia permanente a mamíferos, peces y reptiles, y, de paso, a centenares de aves.

El amanecer va transformando en perlas diminutas el rocío que la noche ha dejado posar sobre las riberas del Guadalquivir.

Los felinos concluyen su ronda de caza y los caballos libres se adentran en la pradera, en procura de las hierbas tiernas.

Nuestras pupilas cumplen la rutina de graduar la entrada de luz del día que crece, pero esta vez, intensamente estimuladas por el estallido de la naturaleza que la marisma devuelve por duplicado al reflejarse en sus aguas tranquilas. Primero fue una veloz silueta, luego dos o tres, y en pocos segundos, pasaron cientos de aves en todas direcciones, en busca de sus sustentos y el de sus pichones. Acomodamos nuestras cámaras y catalejos, procuramos mimetizarnos con el entorno y guardar silencio para no romper la armonía vital de este paisaje maravilloso.

Estamos en Doñana, el parque natural más importante de Europa, un entrelazado de tierra y agua que da lugar a lagunas, marismas, playas, dunas, bosques y praderas que cobijan a la flora y la fauna de mayor diversidad que se pueda encontrar por estas latitudes. Es el estuario del Guadalquivir, el río símbolo de Andalucía, musa de poetas y cantaores, que en su tramo final se dispersa como desorientado en meandros y recovecos, como si quisiera retrasar su encuentro con el mar, y eterniza la lucha entre el agua dulce y la salada para dirimir el dominio de estos humedales. Podríamos hablar de una zona neutral donde las aguas parecen quedar absortas ante tanta belleza: los 40 kilómetros de playas casi salvajes, sin construcciones a la vista, que forman parte del litoral del parque.

Las provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva comparten este territorio de más de 100 mil hectáreas, que por esos caprichos administrativos son mitad parque nacional, mitad parque natural.

El origen del nombre Doñana también divide opiniones: algunos dicen que fue impuesto en honor a doña Ana Silva y Mendoza, esposa de duque de Medina-Sidonia y otros aseguran que fue en recuerdo de Ana Mallarte, mujer de un terrateniente de la zona allá por el siglo XVI.

Más allá de estos matices, Doñana es un juego de vértices geográficos que refuerzan su exclusividad: un punto de encuentro entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo, entre Europa y África, un muro — cada vez más endeble, entre el ritmo natural y el voraz progreso humano.

Residencia permanente de mamíferos, peces y pequeños reptiles y estación de paso de centenares de especies de aves, Doñana les ofrece un clima suave, con inviernos relativamente húmedos y veranos secos, lluvias en primavera y otoño y una temperatura media de 18º.

Desde siempre se conoce la presencia humana en el parque, pero sin representar una amenaza para el ecosistema del lugar. Hasta hoy...

Los naturalistas británicos Chapman y Buck, consignaban en su diario, allá por 1910, que “la escasa población de Doñana incluye unos cuantos vaqueros que vigilan el ganado vacuno que vaga en estado semisalvaje por la zona de monte bajo y en la marisma abierta. Algunos nómadas recogen leña para hacer carbón y otros buscan piñas para subsistir. Finalmente, los guardas del bosque, de ojos perspicaces, vestidos de cuero y tan bronceados por el sol que parecen los indios piel roja”.

Burrito ecológico

El variado ecosistema de Doñana crea las condiciones apropiadas para el asentamiento de una fauna residente y otra de paso, que ofrece características cambiantes según la estación del año en que se visite el lugar.

Es un hotel-spa para unas 300 especies de aves, acuáticas y terrestres, europeas y africanas que procrean y crían sus pichones o que hacen una parada reparadora en el trayecto migratorio anual, que a veces abarca miles de kilómetros y diferentes continentes. En ciertos momentos del año, se estima que unas 200 mil aves cohabitan en este Patrimonio Mundial de la Humanidad.

Algunos de los grupos alados que conviven en algunas estaciones en Doñana son flamencos, garzas, grullas, águilas, cigüeñas, ánsares, ánades, patos, gansos, buitres, halcones y multitud de pequeños pájaros (golondrinas, milanos, jilgueros, abejarucos, zorzales, alondras, mirlos y vencejos). Entre los mamíferos más representativos hay ciervos, gamos, jabalíes, ginetas, conejos de campo, turones, zorros, jabalíes, nutrias, musarañas y diversos tipos de murciélagos.

Es todo un desafío para el hombre intervenir en el mantenimiento de esta joya natural y por ello que se ensayan novedosas maneras de prevenir problemas, como es el caso de los llamados “burros bomberos” que de manera controlada y por rutas preestablecidas, avanzan sobre el terreno desbrozando la maleza, creando cortafuegos naturales que ayudarían a delimitar la zona de fuego en eventuales incendios forestales.

Según la zona del parque la vista se recrea con la vegetación. En las marismas dominan el carrizo, la enea y el bayunco, en las llanuras de sedimento reinan el alcornoque y el madroño, y en los cauces fluviales se asientan sauces, fresnos, álamos blancos, palmitos, zarzaparrillas, madreselvas y helechos.

Pero, no sólo se mueven los seres vivos porque la interacción entre el suelo sin consolidar, las aguas bravas del Atlántico y los vientos marinos llevan y traen a las gigantescas dunas, que se desplazan implacables sobre los bosques de pinos piñoneros, a los que logran cubrir por completo. Un espectáculo conmovedor es llegar a lo más alto de una duna y observar abajo la rama más alta de un pino que emerge, ahogado junto a decenas de sus compañeros bajo toneladas de arena fina.

Esa muestra de vegetación hundida se la conoce como pino testigo, que avisa que allí abajo quedó un pinar que otrora se mecía libre bajo la brisa atlántica.