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Tierra de horizontes infinitos

Con esta nota se completa la saga referida al viaje de cicloturismo emprendido por dos cordobeses que recorrieron el Camino de Santiago por la llamada ruta francesa.  Esta etapa comprende desde Castilla y León a Galicia y finaliza en Santiago de Compostela.

El horizonte de vides va quedando atrás al dejar La Rioja y penetrar en la provincia de Burgos, dentro de la comunidad autónoma de Castilla y León, la más grande del camino. En nuestro andar dejamos atrás Francia, Navarra y La Rioja quedando a dos provincias de Galicia: Palencia y León.

Siempre en paralelo a la ruta nacional pero por sendero de tierra, seguimos andando; de a ratos, somos parte de la larga fila de peregrinos que con sus mochilas y bastones salvan el extenso llano cultivado.

Vamos cruzando caseríos de traza medieval; el primer pueblo burgalés que nos encontramos es Redecilla del Camino, mínimo, de una sola calle, pero con su iglesia de la Virgen de la Calle, donde se encuentra una pila bautismal del siglo XII y estilo románico, tallada en una sola piedra en cuya copa se representan murallas y torres esculpidas.

Luego se suceden, uno tras otro separados por no más de dos kilómetros, Castildelgado, Viloria de Rioja, Villamayor del Río, donde nos cuentan que el pueblo es conocido por el de las “tres mentiras” porque, según dicen, “ni es villa, ni es mayor, ni tiene río”.

Después de subir los últimos kilómetros, descendemos hacia la villa de Belorado. Los íconos nos van guiando dentro de la ciudad, en cada tapia se observan murales de temática histórica, batallas contra los moros, hazañas del Cid.

Un abuelo se nos acerca y nos pregunta de donde es esa bandera que portamos en la bici. Esto da lugar a que nos cuente historias del pueblo; dice que en el barranco que tenemos al frente, señala con el bastón, ahora se ven murallas un poco destruidas pero era una fortaleza y por debajo, cavadas en la montaña, existían cuevas que eran habitadas por los moros.

Y que en el pueblo habitaban judíos, que tenían un barrio llamado El Corro, pero fueron continuamente hostigados con altos impuestos para luego ser expulsados en la época de los Reyes Católicos.

El pueblo tiene dos iglesias, pero como hay pocos habitantes desarrollan actividades seis meses en cada una, para conservarlas en actividad.

La plaza mayor posee una frondosa arboleda de plátanos, que son podados para que las ramas se extiendan en horizontal y parezca una enredadera. Allí descansamos.

Luego cruzamos, por un bello puente de piedra, el río Tirón conocido como El Canto y la senda nos lleva por Tosantos, Espinosa del Camino, Villafranca y Montes de Oca, tras lo cual comenzamos a subir la sierra conocida como los Montes de Oca, zona de bosques, solitarios caminos y de desnivel muy pronunciado.

Subimos sin descanso por exigentes pendientes hasta el monumento a los caídos en la Guerra Civil, en el Alto de Valbuena, donde fueron fusilados soldados republicanos en 1936.

Luego de tomarnos un respiro, seguimos subiendo hasta el llamado Alto de la Pedraja, punto más alto de este cordón de sierras, con 500 metros de diferencia en altura de la localidad de Belorado.

Ahora viene la compensación al sacrificio, descendemos por pinares hacia San Juan de Ortega. En este sitio Juan de Velázquez, discípulo de Santo Domingo, luego de una peregrinación a Jerusalén, dedicó su vida a ayudar a los peregrinos.

La Catedral de Burgos, uno de los exponentes destacados de la infinita muestra de arquitectura románica y gótica, junto al sepulcro del Cid Campeador.
La Catedral de Burgos, uno de los exponentes destacados de la infinita muestra de arquitectura románica y gótica, junto al sepulcro del Cid Campeador.

Para eso, en el siglo XI comenzó la construcción de una iglesia y un hospital para atender a los viajeros. En 1477, Isabel la Católica peregrinó al lugar atraída por las propiedades milagrosas contra la esterilidad atribuidas al santo y agradecida por los favores, apoyó la construcción de la iglesia.

En cada equinoccio (21 de marzo y 22 de septiembre) el sol penetra por una ventana de la fachada iluminando una talla de la anunciación ubicada en un capitel, fenómeno al que se lo llama “el milagro de la luz”.

En el conjunto existen bares y restaurantes donde se puede degustar el famoso bocadillo de morcilla, cosa que hicimos, antes de partir nuevamente para realizar los 30 kilómetros que nos separaban de Burgos.

Una nueva prueba para las piernas se nos presenta, es el paso por la sierra de la Demanda, tremenda cuesta de piedra de unos cinco kilómetros, que pone a prueba toda nuestra técnica de manejo. Cerca de Alto de Matagrande, una gran cruz de madera corona la cumbre.

Desde este alto hay magníficas vistas y se pueden advertir a lo lejos, entre la bruma, las torres de la catedral de Burgos, donde llegamos después de largo pasaje entre el aeropuerto, zonas industriales abandonadas por la crisis y frías urbanizaciones.

Realmente es uno de los peores ingresos que hemos transitado en el camino de Santiago.

Después de kilómetros de avenidas y cientos de consultas a los vecinos, podemos tomar la ciclovía paralela al río Arlanzón y salimos del tránsito propio de una gran ciudad. Con el atardecer sobre nosotros debimos buscar rápidamente un albergue.

Dimos con uno de la Fundación Emaus. Nos hicieron dejar las bicis en un garaje e ingresamos joviales como siempre; allí recibimos la primera reprimenda, es un lugar de oración las 24 horas por lo que se debe hacer silencio.

A las 22 todos a dormir previa oración. A la mañana temprano, Bach nos despertó suavemente, hicimos un aporte a voluntad, el francés nos saludó y entregó las bicis. Salimos a recorrer la ciudad, que es una muestra infinita de la arquitectura románica y gótica, donde se destaca la catedral y el sepulcro del Cid Campeador.

Junto al río Arlanzón salimos de la gran urbe; pasamos Tardajos, pueblo fundado por los celtas donde existen ruinas romanas, y nos detuvimos en Rabé de las Calzadas. Allí, en el viejo “ospital de peregrinos Santa Marina y Santiago” (así está escrito en la placa), nos recibió un viejo hospitalero que ha realizado el camino más de 20 veces y posee un museo de objetos relacionados. El nos dijo: “Aquí comienza el peregrinar, ahora circularán por la columna vertebral del camino”.

De allí en adelante se abre la meseta castellana, con ascensos y descensos, la tierra se cubre de solitarios trigales, pequeños montes. En estas tierras de Castilla, los poblados son cada vez más pequeños, casi sin habitantes, sólo los administradores de los albergues y un par de ancianos, ya que los jóvenes se marchan a las ciudades grandes a estudiar y se quedan allá.

Monumento en homenaje al peregrino, con su bastón de marcha.
Monumento en homenaje al peregrino, con su bastón de marcha.

La ruta jacobea trae nueva vida a estos poblados y poco a poco comienzan a dotarse de servicios básicos.

Se suceden Hornillos del Camino, asentamiento visigodo; Hontanas, que debe su nombre a las numerosas fuentes de agua (fontanas), y arribamos al atardecer a Castrojeriz, antiguo asentamiento celtibérico, poblado por los romanos, los visigodos, los moros y luego la reconquista. Todos han dejado su huella en el poblado. Hicimos noche en el albergue Cosa Nostra.

Dejando Castrojeriz, seguimos andando por inmensos trigales, un nuevo puente medieval nos permite trasponer el río Pisuerga, y entramos a la provincia de Palencia, donde un cartel advierte al conductor “carretera frecuentada por ciclistas” y fija la distancia que debe mantener con las bicicletas. Comprobamos que no sólo se advierte sino que se cumple.

En Boadilla del Camino, pequeño poblado fundado en el siglo X, en época de la reconquista, un chaparrón que hace más divertido el camino nos encuentra circulando en paralelo al Canal de Castilla, y finalmente, tras atravesar un sector de esclusas usadas para salvar el desnivel de 14 metros del canal, nos da la entrada al casco urbano de Fromista.

Nos protegimos de la lluvia en la iglesia románica de San Martín, del siglo XI, muy sencilla pero de una espacialidad que conmueve. Cada capitel tiene tallada una historia; además, dice el guía, es la iglesia que en mejores condiciones de mantenimiento se encuentra.

Envueltos en capas impermeables, pedaleamos con continuidad hasta que un par de pinchazos nos hizo detener en un pueblo llamado Calzadilla de la Cueza, con sólo una calle principal, en cuya iglesia una anciana esperaba a los peregrinos para sellar la credencial. Cuando le preguntamos por los habitantes contó las familias marcando con los dedos de la mano. No llegan a 10.