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Sol femenino, luna masculina

El idioma lituano honra la belleza de las mujeres. El sol es femenino, se llama saule, y la luna es masculina, su nombre es menulis.
El idioma lituano honra la belleza de las mujeres. El sol es femenino, se llama saule, y la luna es masculina, su nombre es menulis.

La iglesia más antigua de la ciudad, San Casimir, fue construida por los jesuitas en el siglo XVII, convertida por los zares en iglesia ortodoxa y transformada por los soviéticos en un museo del ateísmo.

Los nombres de las calles superponen los idiomas. La iglesia más antigua de la ciudad, San Casimir, fue construida por los jesuitas en el siglo XVII, convertida por los zares en iglesia ortodoxa y transformada por los soviéticos en un museo del ateísmo.

Apodada la Jerusalén del norte, la ciudad fue sede de una prestigiosa comunidad judía, integrada por reputados teólogos, que fue exterminada por los nazis en un mes. En el siglo 20, Vilna detentó un curioso récord: cambió de dueño más de 10 veces.

Desde que Lituania forma parte de la Unión Europea, Vilna, y sobre todo su casco antiguo, vive grandes trabajos de restauración. El riesgo, para muchos locales, radica en que de tan bella, la ciudad venda su alma al turismo y el aumento obsceno de los precios inmobiliarios excluya a la realidad cotidiana.

Mientras, en la calle Pilier, los bares se distinguen entre aquellos que mantienen un look soviético y los que fueron actualizados según el estilo occidental del “disco bar”. En los sótanos, antaño refugios antibombas, palpita Vilna by night.

Hablar con la Presidente. Cerca, el Palacio presidencial es un edificio austero, más pequeño que la Universidad Jesuítica (la más antigua de Europa central). Sin guardias de seguridad ni barreras de protección, es posible golpear la puerta para pedir hablar con la Presidente, Dalia Grybauskaite.

Esta mañana corre un viento frío y somnoliento, se ven esculturas de ángeles sobre las fachadas. La calle principal y comercial, Gedimino prospektas, es escoltada por una doble fila de árboles cuidados bajo la sombra de los edificios barrocos e imperiales del siglo 19.

Las mujeres son bellas, un reflejo que el idioma lituano honra con un cambio de género: el sol, brillante, imponente, es femenino (saule), y la luna (menulis), masculina, retraída, tímida, como el hombre lituano.

La calle Gedimino, que en el pasado se llamo Stalin y luego Lenin, es custodiada en cada extremo por los edificios religiosos más importantes de Lituania. De un lado, la cruz dorada sobre la palidez de la catedral; del otro, las cúpulas en forma de hongos de la principal iglesia ortodoxa rusa. Entre medio, se alinean los negocios de ropa, restaurantes con Wi Fi, bancos, agencias de viajes y el antiguo búnker de la KGB, la policía política soviética.

El sitio es una montaña de cemento gris que podría ser una escuela o un hospital. Era la prisión más temida del país. Los que entraban padecían la muerte o la deportación. Ocurría aquí, en el subsuelo, donde las pequeñas celdas se repiten a lo largo de un corredor siniestro y mal iluminado. Se conservó el escenario original y se abrieron las puertas de las celdas a quien quiera visitarlas.

En 1989, Letonia, Lituania y Estonia formaron una cadena humana a lo largo de la ruta báltica, desde Vilna hasta Tallin, para manifestar a favor de la independencia. Era el comienzo de la revolución cantada, una resistencia de insolente serenidad.

Mientras tanto, el bloque soviético se desgarraba. Mijail Gorbachov, el último presidente del partido comunista supremo, defendía los métodos reformadores de la perestroika (reestructuración) y glasnost (transparencia), pero ya era tarde.

En 1991, después de manifestaciones y algunos muertos, Lituania fue el primer país de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en restaurar su independencia. La homogeneidad del pueblo lituano, cuyas minorías rusas, polacas y bielorrusas estaban bien integradas en el tejido social, explica el sentimiento nacional que sostuvo a la resistencia separatista, célebre por su heroísmo.