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Síndromes viajeros

El de Stendhal, el de París, el de Jerusalén y hasta el de Villa Carlos Paz: cuando viajamos podemos experimentarlos.

Existen dos hipótesis sobre por qué Henry-Marie Beyle adoptó el seudónimo de Stendhal. Una va en dirección a la ciudad alemana de Stendal, cuna de Johann Joachim Winckelman, un antropólogo al que admiraba. La segunda dice que jugó con el nombre de las islas Shetland, un paisaje que lo impresionó. Stendhal fue un humanista impresionante y un hombre impresionable. Lógico. Los humanos de piel fina están mejor capacitados para detectar las pequeñas vibraciones del espíritu. Aniko Villalba es mitad argentina y medio eslava. A sus veintidós agarró la mochila y se dedicó a ir por el mundo durante diez años. Ahora vive en Francia, escribe un blog de viajes y tiene una editorial y tres libros de entrenamiento y entretenimiento para viajeros. Aniko es su nombre real. Suena a heroína de animé japonés, pero es un nombre húngaro. A Stendhal se lo celebra por cartografías del alma como Rojo y negro pero una línea de su bitácora Nápoles y Florencia. Un viaje de Milán a Reggio inspiró en 1979 a la psiquiatra italiana Grazziella Magherini para bautizar un comportamiento poco estudiado. Un día, Aniko compartió departamento con una japonesa recién llegada a París, práctica habitual entre viajeros confesionales o profesionales, raza que desarrolla un sentido de la camaradería y la solidaridad más fuerte que el de los oficinistas, por poner sólo un ejemplo. Esa noche despertó y la japonesa la miraba desde la puerta de su habitación. Aquí el lector puede poner violines estridentes o algo similar. “…me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme…”, fueron las palabras de Stendhal al salir de la basílica de la Santa Croce en Florencia. El síndrome de Stendhal es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones ante la exposición a obras de arte particularmente bellas o en gran número en un mismo lugar.

También se da en campos de batalla, palacios o ruinas. La embajada japonesa en la capital de Francia cuenta con una guardia telefónica para atender casos de Síndrome de París. Se producían alrededor de doscientos por año antes del estreno de la película Amélie, vector que potenció el brote. Ocurre principalmente en mujeres cercanas a los treinta años y es el lado oscuro del Síndrome de Stendhal. Desilusión, frustración, ahogos, necesidad de abandonar rápidamente el lugar o de recluirse; incluso hubo intentos de suicidio. Villalba escribió un libro llamado El síndrome de París, donde cuenta la anécdota completa de la japonesa, entre otras cosas, y lo vende en su página viajandoporahi.com. Para un turista, la compra de libros de viajes debería ser un acto de fe. Uno de los últimos casos del Síndrome de Jerusalén podría ser el del británico Oliver McAfee. Abandonó su bicicleta y su mochila en enero de este año y todavía lo buscan. Se estima que hay cien casos al año. Algunos predican por las calles, otros vagan por el desierto o se presentan en los medios de comunicación y dicen ir de parte de algunos citados en el Viejo o en el Nuevo Testamento, según sean judíos o cristianos. Repetimos como un mantra el dogma de que los viajes ofrecen distancia y perspectiva, pero nunca nos alejamos demasiado. Divorcios, mudanzas y viajes son las tres causas más poderosas de estrés después de la guerra y los desastres naturales. Eso que a veces llamamos adrenalina con la ilusión de que, al cambiar el signo, la ecuación arroje un resultado diferente con los mismos factores. En los atardeceres de domingo durante los fines de semana extendidos se puede observar el Síndrome de Villa Carlos Paz en la autopista Córdoba-Rosario. Conductores enrojecidos por el sol y por un calor interno en el que se mezclan pocas horas de sueño, comilonas y apuro por regresar. Apenas pueden ver hacia atrás por los abrigos, los bolsos, los niños, las bicicletas adosadas a los paragolpes y otros bártulos. Puede oírse el rechinar de dientes. Un buen ejercicio antes de planificar un viaje o elegir un destino consiste en preguntarse por qué y para qué. Si uno está preparado para partir, para sostener el paso y no perder el rumbo. Parece fácil pero no lo es. “Lenta bruma cansada de dar al muelle / no veo paisajes más que este mar / que su viento devuelva la vida y la calma / que vea sus barcas volver de luz”. La herida de París. Luis Alberto Spinetta. Letra y música.