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San Petersburgo, esplendor zarista y mística soviética

La ciudad de Dostoyevski y Lenin enamora con sus ornamentos y sus monoblocks de hormigón. Un recorrido por su majestuosidad imperial y su historia viva.

La ventaja de arribar en barco a San Petersburgo es que desde el mar Báltico se ven los austeros monoblocks de hormigón que son una cachetada soviética a la recargada estética zarista. Desde allí, la mejor manera de llegar al centro histórico es tomar el metro, el más profundo del mundo, que corre por debajo del caudaloso río Nevá y sus canales, con tramos que van a 110 metros bajo tierra. Hay que bajarse en la estación Gostiny Dvor, ubicada en el primer piso de los grandes almacenes homónimos construidos en 1785. Allí puede verse una ciudad entera consagrada a la Belle Époque, con sus edificios cargados de detalles, sus monumentos fastuosos, las cúpulas doradas y todo aquello que los soviéticos quisieron eliminar.

DATOS. Información útil para descubrir San Petersburgo.

Patrimonio de la Humanidad

La estación está sobre la avenida Nevski, arteria principal de 4,5 kilómetros de extensión que atraviesa el centro histórico desde el Almirantazgo hasta el monasterio Nevsky Lavra, una gran área declarada Patrimonio de la Humanidad en 1990. Gran parte de los edificios más imponentes, de estilo barroco, neoclásico y nouveau de los siglos XVIII y XIX, se encuentran sobre Nevski o próximos a la avenida.

Cinco millones de personas viven en esta ciudad, la segunda más poblada de Rusia, pero muy pocos hablan inglés y los carteles están en cirílico, por lo que contar con un buen mapa es esencial para aventurarse solos. Además de calles y veredas anchas, edificios y monumentos, la ciudad está surcada por noventa canales y antiquísimos puentes que le agregan más encanto, si eso fuera posible. Fundada por Pedro I en 1703, San Petersburgo fue la capital del imperio ruso y hogar de los zares de durante poco más de dos siglos. La revolución bolchevique de 1917 trasladó el gobierno a Moscú. Con la muerte de Lenin en 1924, la ciudad que se llamaba Petrogrado desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914 pasó a llamarse Leningrado, nombre que mantuvo hasta 1991.

Arquitectura imperial

La avenida Nevski comienza –o termina– en uno de los conjuntos arquitectónicos más descomunales jamás construidos. A orillas del Nevá se levantan uno junto al otro el edificio del Almirantazgo, el Palacio de Invierno y el fastuoso museo Hermitage. Recorrerlo puede tomar una semana: sólo su colección de obras de arte supera las tres millones de piezas. Frente al palacio pintado en verde y blanco, está la enorme Plaza del Palacio, la misma que vio llegar y partir adornados carruajes de los zares y su corte, y la que fue escenario de la revolución en octubre 1917 que dividiría al mundo en dos.

Entre los edificios de la avenida Nevski se destaca la Casa del Libro, espléndido ejemplo del art nouveau, de 1902. Allí funciona el Café Singer, una cafetería con enormes ventanales desde donde se ve la magnífica Catedral de Nuestra Señora de Kazan. A pocos metros, la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada, donde fue asesinado el zar Alejandro II en 1881, es el ícono de la ciudad y de la arquitectura rusa. Los colores vivos de las cinco cúpulas enchapadas en cobre y esmalte –turquesa, naranja, verde y dorado con incrustaciones como confites– la asemejan a un producto de la imaginación infantil.

Otra manera de ver la ciudad es recorrer sus canales en barco. Así se cruza lo más ancho del río Nevá para llegar a la isla Záyachi (de la liebre), donde Pedro el Grande fundó la Fortaleza de San Pedro y San Pablo en 1703 y donde están enterrados los zares. Como cierre triunfal, el recorrido pasa por debajo del antiguo puente Prachechny (1769) e ingresa en el estrecho río Fontanka, desde donde se pueden ver edificios y monumentos en todo su esplendor.