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San Andrés y el mar de los siete colores

Colombia tiene su propia porción de Caribe turquesa y transparente. Una gran isla rodeada de otras más pequeñas, que conforman un acuario natural y un paraíso del buen vivir.

San Andrés es colombiana, pero está mucho más cerca de las costas de Nicaragua, país con el que Colombia mantuvo una larga disputa por el control de este territorio insular. San Andrés habla castellano, pero los sanandresanos de pura cepa hablan kriol, esa fusión de idiomas caribeños que incluye desde lenguas nativas hasta inglés y francés. San Andrés tiene isleños, pero especialmente tiene raizales, es decir pobladores oriundos desde hace generaciones, a quienes hoy se busca privilegiar en razón de un crecimiento de población que excede demasiado a la isla, frágil y carente de agua dulce.

Con sólo 26 kilómetros cuadrados, San Andrés es todo un mundo, que el visitante empieza a conocer en su belleza pero también en su complejidad apenas pone un pie en este archipiélago descubierto en el primer viaje de Cristóbal Colón, aquel de 1492 que hizo historia.

“Island tour”

San Andrés se visita de muchas maneras, y aunque no salir del all inclusive es una opción, la más interesante es empezar por una vuelta a la isla que permita descubrir algo de su verdadera cara. Lo llaman “city tour” aunque mejor sería “island tour”, y recorre kilómetro tras kilómetro este lugar que fue declarado Reserva de la Biósfera (y, por lo tanto, tiene un 70% de territorio no construible).

Enseguida se ve que hay zonas de playa de aguas transparentes pero también muchas zonas de roca coralina, áspera y de color oscuro, lo mismo que el mar: es la primera indicación de que nos encontramos frente a una zona profunda, de mar abierto. Durante el paseo, algunos de los altos habituales son la Cueva de Morgan, donde aún se dice que perdura un tesoro escondido por el pirata, y el Museo del Coco, que sorprende por la historia y usos de este fruto típico del Caribe… y de las vacaciones.

Aquí y allá asoma la vida diaria: las numerosas iglesias evangélicas que convocan a la población raizal, los libaneses musulmanes muy activos en el comercio, las familias que se concentran en la Playa de los Charquitos, las cabañas tradicionales de madera de manglar y palma de coco.

Pero, sobre todo, basta encontrarse aquí y allá frente a frente con el Caribe para descubrir por qué el mar de San Andrés se conoce como “el de los siete colores”. Según la hora del día, la orientación de la playa y los reflejos del sol, el agua se vuelve un arcoíris declinado sólo del celeste pastel al azul marino, pasando por todas las gamas del turquesa y el añil. Un paraíso insular al alcance de la mano.

Los cayos imprescindibles

Las playas céntricas son bonitas y típicas del Caribe: franjas de arena blanca, palmeras en fila, el mar que rompe suavemente apenas muerde la orilla. Pero la San Andrés más sorprendente está en sus cayos, pequeñas islas cercanas a la principal, tan chicas que se pueden recorrer íntegramente a pie… y hasta ir a pie de una a otra, con el agua al nivel de la cintura.

Hoteles y agencias proponen distintos tipos de excursiones para visitarlas, pero cualquiera sea la opción hay que conocer Johnny Cay (Islote Sucre, el más grande y con más servicios), Rose Cay, apodado “el Acuario”, y Haines Cay.

El paseo típico va de 9 a 17: empieza en el embarcadero para tomar la lancha que lleva a Johnny Cay en 10 minutos, y sigue con una primera aproximación a este islote que también es reserva y donde, más allá de las playas, atrae la vida natural que se ve en la forma de decenas de colibríes y grandes iguanas libres por los alrededores. Por supuesto, no faltará el trago de bienvenida servido en un coco, el baño de mar ni la sombra de las palmeras.

Después de un rato, la excursión puede seguir en Rose Cay, donde se sirve el típico almuerzo de pargo rojo y arroz con coco, pero lo mejor aún está por venir: son las inmersiones en los sectores coralinos de este pequeño islote, conocido como “el Acuario” por la impresionante cantidad de peces tropicales que se observan a simple vista.

Y además, desde aquí es posible caminar paso a paso hacia el minicayo Haynes Cay, casi una roca virgen en medio del Caribe, donde apenas si brotan un barcito y unas decenas de palmeras. Paraíso terrenal, para sentirse como solos en el mundo, a merced del ritmo del Caribe hasta que el reloj marque que el sol quiere irse a dormir y se haga la hora de regresar a San Andrés.