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Río de Janeiro fuera de lo convencional

Un viaje fuera de temporada estival resulta ideal para conocer historia, arte y arquitectura de la ciudad carioca, en una atractiva propuesta lejos del mar y las playas.

ARío de Janeiro se la reconoce por íconos como el Pan de Azúcar o el Cristo Redentor, las emblemáticas postales instaladas en muchas retinas, incluso en aquellas que nunca viajaron hacia allí. Aunque el mar y las playas son sus principales atractivos, la ciudad maravillosa cuenta también con un interesante circuito de museos y espacios culturales de imágenes representativas, ideales para recorrerlos en los meses en los que el sol y el calor no paralizan.

En 2012 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) consideró al paisaje cultural y urbano de Río de Janeiro para integrarlo a la lista de bienes del patrimonio mundial. Semejante distinción contribuyó desde entonces para que la ciudad carioca no se identifique únicamente como el principal centro de veraneo de todo Brasil.

Clásica y vanguardista

Desde lo alto, Río de Janeiro se ve dominada por el azul del océano y el verde omnipresente de la selva tropical que se trepa por infinitos morros que parecen custodiar el paisaje. La misma impresión de opulencia generan sus calles, donde la arquitectura colonial y clásica convive con modernas estructuras de diseño futurista. Como en la plaza Floriano, más conocida como Cinelândia, antigua zona de cines emblemáticos que hoy le da nombre a la estación de metro que allí se encuentra. El punto de partida es Bar Amarelinho, contorneado por un imponente alero color amarillo donde disfrutamos de un chop tirado mientras apreciamos los frentes de los edificios históricos como la Biblioteca Nacional, la Legislatura y la impactante fachada del Teatro Municipal, con su magnífica cúpula azulada dominada por una gigantesca águila dorada.

DATOS. Información útil para conocer Río de Janeiro.

En ese sector se encuentra también el Museo Nacional de Bellas Artes, que alberga la mayor colección de arte brasilero del siglo XIX entre sus 70 mil valiosas obras, de las cuales apenas mil se exhiben al público. Sobre Río Branco, una de las calles laterales a la plaza, la ciudad deja ver cómo se respetó la arquitectura con el paso del tiempo. Por esta arteria, que desde Cinelândia la recorremos a pie o en tren ligero (VLT, veículo leve sobre trilhos), se llega hasta Plaza Mauá, en la antigua zona portuaria revalorizada completamente con magníficas construcciones destinadas al arte y al esparcimiento. El Museo de Arte de Rio (MAR) es una de ellas, un complejo que reúne aulas y salones para muestras, que fue proyectado tomando como base el edificio de la primera terminal de ómnibus de la ciudad y un palacete de estilo inglés que funcionó como hospital. Ambos edificios están conectados por una cubierta superior en forma de ola, con amplia terraza de impactantes vistas hacia la costa. La otra obra que domina este espacio es el Museo del Mañana, de diseño futurista creado por el arquitecto Santiago Calatrava (quien hizo el Puente de la Mujer de Puerto Madero). Consiste en un espacio destinado a la toma de conciencia sobre el cuidado del medioambiente, con pantallas gigantes interactivas que muestran el origen y la evolución de la Tierra hacia los próximos 50 años.

Esplendor carioca

En un circuito que comprende tres emblemáticos sitios muy diferentes uno de otro, podemos ver el esplendor que tuvo Río de Janeiro como ciudad cabecera de Brasil en el extenso período que va desde la época del reinado portugués (1807-1822) hasta el año 1960, cuando se traslada la capital a Brasilia.

En el Museo Histórico Nacional, donde funcionó el antiguo Fuerte de Santiago, se conserva una colección de gran valor de objetos y obras de la época imperial y la revolución. Más al sur se encuentra el Museo de la República, conocido también como Palacio Catete, que fue la residencia oficial de los primeros 18 presidentes de la república brasilera. Un antiguo palacete de más de 150 años de estilo neoclásico cuyos pisos, escaleras, vitrales, muebles y objetos de decoración se conservan tal cual fueron instalados para imitar los palacios del viejo mundo.

Los amantes de la buena repostería no pueden dejar de visitar Confitería Colombo, con diseño y arquitectura que representa la memoria viva de la Belle Époque carioca. Fundada en 1894, se convirtió en el centro de encuentro de políticos, periodistas, poetas y artistas. En la actualidad el visitante puede disfrutar de las especialidades que a lo largo de un siglo de existencia mantienen su vigencia, en salones imponentes revestidos con espejos belgas y molduras de jacarandá. Un recuerdo vivo de los grandes banquetes que allí se sirvieron en homenaje a reyes de Europa y personalidades de la escena continental.