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Región Toscana: una pequeña isla, un gran tesoro

La playa de Sansón, en Portoferraio, con los increíbles colores del Mediterráneo que baña las costas de la isla de Elba.
La playa de Sansón, en Portoferraio, con los increíbles colores del Mediterráneo que baña las costas de la isla de Elba.

La isla de Elba, con 223 kilómetros cuadrados de superficie, es un mosaico de paisajes paradisíacos de playas, calas y caletas, junto a un inimaginable Mediterráneo. Su pasado etrusco y luego romano le dejaron un rico patrimonio histórico, así como el exilio de Napoleón.

Después de Sicilia y Cerdeña, Elba es la más grande de las islas italianas menores: 223 kilómetros cuadrados de superficie y 147 kilómetros de costa. Elba se sitúa a unos 10 kilómetros de la costa y se accede a ella en una hora con un transbordador, más rápidamente con el aliscafo o con las modernas y veloces lanchas.

Territorio de una rica y profusa historia, no es sólo eso lo que atrae a los visitantes, sino también la extraordinaria diversidad de paisajes, ya que es sede del Parque Nacional del Archipiélago Toscano y santuario de cetáceos.

Pero también es un destino de playas, ya que son cerca de 190 y todas distintas entre ellas: largas, de arena dorada; pequeñas caletas de pedregullo; de arena negra; de blancos guijarros, y acantilados de granito, todas ellas unidas a un mar cristalino de increíbles colores.

También los amantes del turismo activo tienen su menú: tierra privilegiada para los ciclistas; paraíso del buceo, y largos senderos para los apasionados del trekking.

Pero no sólo de actividad física vive el hombre. En Elba, los sabores de la tierra se diversifican en más de 200 especies de hongos, entre los cuales los más importantes son il porcino y el ovulo; castañas, ya sea frescas o la harina elaborada con ellas, que eran consideradas básicas para la alimentación de la población hasta los años ’50 y hoy se encuentran frecuentemente en las pastas y hasta el pan; la carne de jabalí, presente en muchos platos típicos, como le pappardelle a la salsa de jabalí; jabalí estofado, a las brasas, con aceitunas, a la etrusca o con hongos, a la cazadora.

Otros sabores de Elba son la miel y el aceite virgen de oliva, pero la cereza del postre son los vinos. La cultura de los viñedos es antiquísima, algo que queda patentizado en que los muros que delimitan los viñedos datan de más de tres mil años.

La mansión de Volterraio, una de las fortalezas de la isla.
La mansión de Volterraio, una de las fortalezas de la isla.

Plinio il Vecchio definió a la isla como insula vini ferax o “la isla que produce tanto vino” y en el fondo del mar existen aún vestigios de ello: numerosos restos de naves llenas de ánforas que iban a los principales puertos de Europa. Los Medici y los Lorena defendieron la cultura de los viñedos y el mismo Napoleón Bonaparte ordenó la plantación de nuevos viñedos.

Y si de historia se trata, la isla está llena de referencias relativas a su rico y vasto pasado: desde las fortificaciones de la familia Medici hasta las españolas, pasando por los recuerdos de etruscos y romanos y la presencia de Napoleón, que dejaron vestigios arqueológicos, arquitectura militar y la residencia de Napoleón.

La tercera isla italiana ofrece, asimismo, interesantes puntos históricos y arqueológicos para todos aquellos que aman curiosear testimonios de tiempos pasados. Es difícil encontrar otro pañuelo de tierra en medio del mar que pueda tener tanta historia. La isla de Elba puede narrar historias de habitantes prehistóricos, de minas de hierro, de etruscos, romanos, piratas y sangrientas batallas para dominar el pequeño pero importante territorio.

Etruscos y romanos

El destino de Elba estuvo siempre determinado por dos factores: su posición estratégica y la riqueza de su tierra, con abundantes minerales subterráneos. Por estas características fue, a menudo, conquistada por las civilizaciones que se asomaron al Mediterráneo y constituyó una inagotable fuente de riqueza.

El hierro elbano contribuyó a la prosperidad de su civilización y los restos de bronce descubiertos testimonian la prosperidad de la isla entre la edad del hierro y la edad etrusca más antigua.

Cuando tocó el turno de los romanos, los nobles patricios amaban descubrir lugares encantadores, donde construir magníficas villas con vista al mar, pero más concretamente apreciaban la isla por el hierro y sus barros curativos.

Testimonio de ello son los restos de las dos ricas villas patricias: la Villa della Linguella, cuyos restos datan del siglo I antes de Cristo, sobre la estrecha franja de tierra que marca el ingreso al golfo de Portoferraio, y la Villa delle Grotte, sobre el lado opuesto. Los romanos la llamaron Ilva, del cual deriva su actual nombre.

Etruscos y romanos abandonaron gradualmente la actividad extractiva después del siglo XI. Más tarde, fue revalorizada por varios gobiernos y el auge industrial comenzó recién en 1897, cuando Italia adoptó el modelo de siderurgia moderna y, desde 1950, con el boom económico y turístico, comenzó el cierre de las minas en Elba.

Las fortalezas

Desde el Medievo, bajo dominación Pisana; bajo control de los Appiani; durante el protectorado de los Medici, y hasta la llegada de los españoles, en el siglo XVI, la isla de Elba se pobló de imponentes construcciones a modo de fortalezas, para defenderla de los continuos ataques.

El Fuerte de San Giacomo y el Fuerte Focardo aún hoy dominan el territorio y el golfo de Mola. La isla también les interesó a ingleses, alemanes y franceses, que se desafiaron con la diplomacia y con las armas para apoderarse de ella y luego llegó Napoleón, pero esa historia es un capítulo aparte.