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Reggae y rebeldía: la presencia de Bob Marley en Jamaica

En Kingston y Nine Miles están el museo, la casa natal y el mausoleo de Robert Nesta Marley.

"Sonríe en Jamaica”, cantó Bob Marley. Y la melodía no fue sólo para su tierra y su gente, sino también para el mundo. Ahora, sus playas de arena blanquísima, sus aguas turquesas y sus cascadas selváticas están indisolublemente hermanadas al cálido sonido del reggae.

Como si se trata de una misma cosa, cualquier viajero que llegue a “la isla del sol” –como la supo describir el cantante– no podrá ser indiferente al legado de Robert Nesta Marley (1945-1981).

DATOS. Información útil para conocer Jamaica.

Profeta en su tierra

Entre cañaverales, palmeras, montañas y chozas caribeñas, la ruta zigzaguea camino a Nine Miles. Allí, la casa mausoleo es un punto de peregrinación para miles de fanáticos que aspiran a conocer dónde nació y creó varias de sus grandes obras.

Fruto de una pareja interracial, Marley tuvo que padecer la discriminación por su apariencia “café con leche”; sin embargo, se las ingenió para marcar a varias generaciones con sus expresiones.

En este lugar, cada 6 de febrero se le rinde homenaje con un gran recital. Dentro del predio que conserva una buena porción de la leyenda, el paseo por sus dos pequeñas casas, habitaciones, las tumbas en mármol de su madre y él –enterrado con su guitarra Gibson, una Biblia y un fútbol–, y el patio con la piedra (The pillow), se hace obligatoriamente con guía.

“No sólo fue un artista que llevó el reggae a la cima del éxito, fue mucho más: carismático y desafiante. Despertó en su pueblo sentimientos de rebeldía ante la situación en la que vivían”, dice el guía, el histriónico Curtis.

“Si bien vivió exiliado, siempre volvió a crear y reconectarse con sus raíces”, agrega el rasta, con anteojos de sol y el típico gorro tejido en amarillo, rojo y verde, los tres colores reinantes que remiten a la bandera de Etiopía.

Refugio capitalino

Teniendo en cuenta que a los 12 años el cantante se mudó a Kingston, en la 56 Hope Road, lugar del Bob Marley Museum, el aire es una auténtica pócima mágica que también insta a recordar al jamaiquino.

En los espacios circundantes, como en muchos puntos de la isla, cuando los rastafaris detectan a los turistas, salen de su estado de trance y juntan el dedo índice con el pulgar para ofrecer el producto estrella sin que nadie se asuste. Aunque sobrevuela mucho prejuicio en torno a la marihuana, este se diluye a medida que uno se sumerge en la cara natural y socio-económica de la porción caribeña que los placenteros hoteles all inclusive no alientan demasiado a conocer.

En la propiedad adquirida en 1975 y transformada en museo por su esposa Rita cinco años después de su muerte, dos fotos se replican en los perfiles de Instagram de los fanáticos: junto a la estatua y en los escalones de la entrada, donde el artista posó para quedar inmortalizado infinidad de veces.

Adentro, la primera sala va directo al grano: es el estudio donde todo sucedía. Ahí ensayaba su banda The Wailers y funcionaba el sello Tuff Gong. Arriba, la planta alta conduce a la memoria de su vida diaria: la cocina conserva la vajilla y artefactos originales, y en la habitación, desde las dos guitarras de ensayo salen los acordes mientras una voz del más allá canta “is this love that i´m feelin”.

Por todas las paredes de la casa relucen cuantiosas piezas de colección, como por ejemplo el dashiki (una prenda de vestir) y el short con el que jugaba al fútbol. También está The shot room, la habitación que conserva los agujeros de balas y los recortes de diarios que relatan el atentado del 3 de diciembre de 1976.

Música y mensajes

Con la misma garganta que conquistó a miles de fieles y difundió vastos mensajes, el león del reggae también expresó: “Dirán que soy un iluso, pero mi música es para siempre”. Así sembró letras de amor y armonía, simientes de un recuerdo imborrable.