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Recife y Porto de Galinhas: ciudad y playa en un mismo viaje

La gran ciudad aporte noche, historia, cultura y gastronomía, y el pueblo, playas y más playas. Sólo hay que conocerlos para saber en qué proporción mezclarlos.

Si bien en los viajes de prensa suelo colarme entre los periodistas, esta experiencia, organizada por el operador de turismo FreeWay, fue distinta: mis compañeros venían de agencias de viaje y, como es lógico, estaban más preocupados por las comodidades de los hoteles y los datos duros del destino para ofrecerles a sus clientes. La info colateral –como el color de la arena, el sabor de la caipirinha y la profundidad de las piletas naturales– fue tarea mía.

Entrada

Directamente desde Córdoba, vía la aerolínea brasileña Azul, llegamos a la populosa Recife. Con más de un millón y medio de habitantes, se ubica en la unión de los ríos Beberibe y Capibaribe, que dan origen al océano Atlántico según una humorada nordestina. Como se extiende sobre dos islas, por sus canales y puentes Recife es considerada como “la Venecia de Brasil”. A bordo de un catamarán es posible realizar un paseo nocturno para recorrerla. La ciudad iluminada y las historias acerca de los lugares que relata el guía valen la pena.

La triste fama de este lugar, lejos de esconderse, se recuerda en la abundante cartelería de la costa: “Perigo, área sujeita a ataque de tubarão”. Y, por si no se entiende, refuerza en amarillo sobre fondo rojo: “Danger, shark zone” (Peligro, área de tiburones). Luego, una serie de reglas/consejos invitan a disfrutar las playas sin riesgo. Confieso que estuve en el agua sin alejarme de la costa y vi gente nadando lejos de ella. Como pasa con las brujas, no vi ningún tiburón; pero que los hay, los hay.

Entonces, ¿no hay que pisar Recife? Lejos de eso: es una excelente entrada al nordeste brasileño y sus cálidas noches pueden disfrutarse en algún barcito con música en vivo, precios acomodados y “buena onda”. Para no apartarnos de los menesteres mundanos, la visita a la cachaçaria Carvalheira es una opción diurna que permite conocer el proceso de elaboración de la cachaça y disfrutar de un “tutorial” en vivo sobre cómo preparar la popular caipirinha.

Recife es, además, un importante polo cultural con gran cantidad de museos, galerías de arte y teatros. El Recife antiguo, donde los holandeses fundaron la ciudad en 1637, conserva su atractiva arquitectura. Y Olinda, ah Olinda, mejor te la cuento aparte.

Olinda, una joya

Olinda se ubica a solo seis kilómetros de Recife. Fundada en 1535, es una de las ciudades más antiguas y mejor conservadas de Brasil. En 1982 fue declarada Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad por la Unesco. Sus iglesias, museos y casitas coloridas conviven en medio de una vegetación exuberante. Además, su famoso carnaval es considerado el más popular del país: en él el pueblo es el verdadero protagonista y recupera los ritmos tradicionales de Pernambuco, mixtura de las culturas portuguesa y africana.

Plato principal

Nos trasladamos 70 kilómetros para llegar a Porto de Galinhas. La región es la niña mimada del nordeste brasileño y muestra asistencia perfecta en los típicos listados sobre “Las diez mejores…”, “Las cinco imperdibles…”, etc. Lo cierto es que es un verdadero catálogo de playas, cada una con sus características, y para conocerlas no hay nada mejor que el paseo “ponta a ponta”.

A bordo de buggies iniciamos el recorrido hacia el norte. A unos 10 kilómetros del centro del pueblo llegamos a Muro Alto. Esta playa recibe su nombre por el arrecife de gran altura que genera una inmensa pileta natural de más de dos kilómetros y medio de extensión, con aguas planchadas y cristalinas en donde practicar stand up paddle, kayak o navegar en jangadas.

Comenzamos a bajar por el mapa y, entre los “patios” de los grandes hoteles y las inmensas playas, llegamos a la Praia do Cupe. Aquí, sin arrecifes que lo calmen, el mar es agitado, divertido y apto para deportes náuticos. El recorrido sigue: pasamos por el centro pero esquivamos la famosa playa central de Porto, que merece una visita durante la marea baja. Un poco más al sur está uno de los mejores lugares para surfear en Brasil, la Playa de Maracaípe, donde el viento invita también a practicar kitesurf.

Para el último destino del “ponta a ponta” abordamos las jangadas y recorremos un río entre manglares hasta su encuentro con el mar. En la zona, conocida como Pontal de Maracaípe, es posible observar caballitos de mar, entre otras especies.

Temprano en la mañana, durante la marea baja, visitamos la playa central, el principal atractivo de Porto de Galinhas. Se trata de hoyos o piscinas naturales que se forman en los arrecifes, en donde se puede nadar rodeado de miles de peces. Como están cerca de la costa es posible acceder nadando, pero lo más recomendable es hacerlo a bordo de jangadas debido a que los arrecifes tienen salientes filosas que pueden causar cortes.

Postre

Un poco más de 80 kilómetros y apenas entrando al estado de Alagoas se encuentra en Maragogi. Con menos infraestructura que Porto de Galinhas pero con características similares a nivel paisajístico, ofrece piletas naturales, más de 20 kilómetros de playas anchísimas de arena blanca y mar de colores caribeños. También a bordo de buggies recorrimos sus playas. Elegimos la Praia Antunes para pasar la tarde, pero las opciones son muchas y buenas.

Una tacita de café

Recife, como la gran ciudad que es, tiene los suficientes recursos para la vida en el mar a tiempo completo. De ser así, desde el mismo aeropuerto hay que trasladarse directamente a Porto de Galinhas y dejar Recife para una visita en modo excursión. Sea cual fuere la elección, con su fama bien ganada, esta zona del nordeste brasileño pone la vara bien alta.