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Qué hacer en dos días en Bangkok

La capital tailandesa tiene mucho para ofrecer, pero sus imperdibles se pueden conocer en 48 horas. Cómo optimizar tiempos y distancias.

Ya sea porque forma parte de un paquete o porque la falta de tiempo y la lejanía del destino llevan a que uno quiera hacer mil cosas en pocos días, muchos viajeros llegan a Bangkok (Tailandia), “la capital del sudeste asiático”, con escaso margen.

Pero no hay que apenarse: 48 horas son suficientes como para probar las mieles de esta metrópoli demoledora y decidir si se está del lado de los que la aman o de los que la odian. La ciudad es como su comida: tan exótica que, para dar una opinión, primero hay que probarla casi con los ojos cerrados.

Entre los “imperdibles” para una primera visita están los templos del Palacio Real, el Wat Arun y el Wat Pho. Pero no sólo de templos vive Bangkok, porque también hay mucha noche, compras y paseos en barco. Estos últimos son clave para ver la vida local alrededor del río Chaophraya y, sobre todo, para trasladarse y esquivar el incesante tráfico de la ciudad.

CUADERNO DE VIAJE. Todos los caminos conducen a Bangkok

DATOS ÚTILES. Información útil para visitar Bangkok.

¿Por dónde arrancar? Sin duda, el Palacio Real le dará esa foto que tanto espera del país. Enormes construcciones de estilo tailandés albergan lo que antiguamente fue la sede la monarquía. Todo es muy exagerado en estos recintos: la cantidad de gente, de colores, de edificios y de budas. En el interior de uno de sus templos más importantes –Wat Phra Kaew– se encuentra la imagen más venerada del país, el famoso Buda esmeralda (que en realidad es de jade). El precio de la entrada es de unos 650 pesos y el paseo demanda un par de horas.

El segundo lugar al que se puede ir en la misma mañana, caminando unas cuadras, es la sede del buda recostado más conocida del mundo: Wat Pho. Es el templo más antiguo de la ciudad y data del siglo XVI. Su conocido buda reclinado mide unos 46 metros y se encuentra apretado en un recinto que es apenas un poco más grande. En sus pies tiene unas inscripciones en nácar imperdibles. No hay muchos ángulos para apreciarlo completo o para tomarle fotos, pero la visita vale la pena porque sale apenas unos 160 pesos.

Siguiendo la línea del río –y cruzando con el ferry al sentido opuesto– puede llegar al Wat Arun, otro punto importante para los budistas locales. Es llamado el templo del amanecer y su estilo es mucho más discreto. Tiene una enorme estupa de 79 metros de altura, cuyas paredes –según dicen– están decoradas con platos de porcelana china rotos que dejaron los barcos mercantes de Oriente. Desde hace varios años no se permite subir por sus escaleras y, si bien la entrada es económica, el edificio se aprecia mejor desde afuera, por lo que no es necesario pagar el ticket: se puede observar desde el pequeño parque que está enfrente. Luego podrá ir en ferry hasta donde quiera terminar el día: la Khao San Road o el bullicioso China Town.

Ambas son recomendables para comer comida local a precios muy accesibles. El China Town es más caótico y la gastronomía revive recién al anochecer (por la tarde podrá comprar suvenires), mientras que sobre la afamada Khao la parranda arranca más temprano en sus cientos de bares. La calle nunca duerme y los vendedores parece que tampoco.

Segundo día

La segunda jornada puede empezar en alguno de los conocidos mercados flotantes. El más recomendable queda en las afueras de la ciudad y se llama “Damnown Saduak”. Para llegar hay que levantarse muy temprano, porque la venta se hace a primera hora. En Bangkok hay otros similares aunque no tan autóctonos; un ejemplo es el Klong Bang Khu Viang. Hay agencias que ofrecen el servicio de traslado hacia el primero y lo combinan con alguna otra actividad. Es una buena opción, ya que es difícil llegar por medios propios.

La tarde quedará libre para visitar otros templos, como el Wat Traimi, que tiene el buda de oro más importante del mundo, o el Museo Nacional, con interesantes objetos de la historia del país y la región. Para la última cena puede elegir alguno de los restaurantes que bordean al río o bien contratar un crucero que ofrezca un bufet. Así sentirá que no le quedó nada –o casi nada– por ver en Bangkok.