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Por qué son buenas las segundas vueltas

Hay quienes van todos los años de vacaciones al mismo lugar y quienes nunca repiten destino. Nuestro lector, ¿de qué lado está? ¿Vale la pena volver?

Una vez un amigo me preguntó si volvía a los lugares que me habían gustado y yo le dije a modo de broma que, como dice la canción, “al lugar donde has sido feliz nunca debes tratar de volver”. Segundos después volví sobre mis palabras porque me di cuenta de que los destinos que me habían marcado como viajera tuvieron siempre una segunda vuelta.

El primer viaje que repetí fue la clásica travesía por tierra entre Bolivia y Perú. La primera vez fue también mi primer viaje de mochilera y recuerdo que tenía fecha de partida, pero no de regreso. Reiteré la magia justo cinco años después, lo que me permitió ver los avances de las políticas de Evo Morales en Bolivia. Recuerdo que antes de su primer mandato en 2006 había dudas y prejuicios en las clases acomodadas. En mi segunda visita las carreteras se habían asfaltado, los viajes se hacían más cómodos y cortos y el humor social era más parejo.

Esa misma aventura me llevó por tierra hasta Machu Picchu, lugar que cambió considerablemente en cinco años tras su coronamiento como una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno. Los precios habían subido, ya no era sencillo encontrar tickets para el Camino del Inca y al interior del parque incluso había reglas que antes eran impensadas. La primera impresión fue negativa, pero con el correr de las horas descubrí que podía completar aquel primer viaje gracias a que recordaba las cosas que me había quedado con ganas de hacer. ¿Para qué volver si no es para sumar experiencias?

 
 
 
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oydeviajeok) el8 Feb, 2019 a las 11:00 PST

Algo similar me pasó con Camboya cuando repetí el viaje por el sudeste asiático. La cantidad de templos que tiene Siem Reap no resiste una sola visita y para mi grata sorpresa, cuatro años después, el lugar no había aumentado estrepitosamente su cantidad de visitantes, por lo que pude marcar en mi listado de sitios arqueológicos varios casilleros más y aun así me quedaron muchos sin completar. ¿Hay destinos que valen una tercera chance?

Ante esta pregunta, debo decir que las playas del sur de Tailandia son el claro ejemplo de que no todos los lugares se pueden repetir sin notar su desgaste y decadencia. Es ahí cuando uno desearía quedarse con aquella idílica primera impresión de cuando esos sitios recién se estaban descubriendo.

 
 
 
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2019 a las 1:36 PDT

Ciudades interminables

Siempre digo que las grandes ciudades son tan inabarcables que uno necesitaría al menos diez días –o varias visitas– para entrar en el ritmo local. Barcelona es un claro ejemplo de ciudad a la que uno puede volver una y otra vez para encontrarle algo nuevo. ¿Cuántos lugares así habrá en el mundo?

Algo parecido me ocurre con La Habana. La primera vez pasé ahí un mes y descubrí que, a pesar del número de días, todavía no había entendido nada acerca de su magia. O, mejor dicho, me había quedado con ganas de más. Un lustro después volví con la idea de tomarme revancha. Cambié moneda nacional y comencé mi experiencia como una cubana más.

 
 
 
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Jul, 2019 a las 12:24 PDT

Las cosas habían cambiado mucho en el país caribeño, aunque no tanto como para decir que estaba irreconocible. Una tarde decidí tomarme un colectivo hacia una zona donde años atrás me había perdido. Después de volver a perderme, llegué a aquel muelle de piedra y me senté a contemplar el atardecer. Traté de recordar cómo se veía el cielo antes y de compararlo con cómo lo veía ahora. No sé describir las diferencias exactas porque no se encontraban en el color ni en la forma de las nubes. Estaban en quien las miraba varios años después, tratando de encontrar una respuesta. ¿Cuántos intentos merecen las buenas preguntas?