buscar

¿Por qué sacamos fotos cuando viajamos?

A partir de una imagen, esa ínfima porción de tiempo congelado, se pueden rescatar recuerdos del viaje y descubrir las sensaciones que tuvimos en ese momento. En las fotos está impresa nuestra manera de ver el mundo.

Fotos. Millones y millones de fotos sacadas durante los viajes. Fotos que nunca volvía a ver, fotos hechas sin ninguna intención más que la de un juego momentáneo, un ejercicio automático. Eran simplemente una forma de mirar y de interactuar con lo que estaba conociendo.

Hace un par de años viajamos a Bolivia con amigas y decidimos llevar una sola cámara entre todas. Al regresar, la tragedia: mi compañera nos dijo que no encontraba la tarjeta de memoria por ningún lado. Ese mensaje me descolocó y se volvió un dolor insoportable. ¿Por qué? ¿Eran esas imágenes mis únicas memorias de viaje? De hecho creía poder recordar cada foto que había hecho y toda la situación alrededor. Pero, de alguna manera, sentí que mis recuerdos y vivencias peligraban; ahora sólo dependían de mi frágil y parcial memoria.

Yo nunca volvía a mis fotos, eran montones de nada que no habían sido hechas con la intención de ser contempladas luego. Existían sólo como gigabytes en carpetas de la “compu”; ni siquiera me tomé el trabajo de seleccionarlas o ponerles un nombre a los archivos. De hecho, puede ser desesperante buscar alguna foto ahí. Entonces, ¿por qué me molestaba tanto perderlas?

Cuando comencé a escribir sobre viajes y querer recordarlos, abrí esas carpetas archivadas en la “compu”. A ver –me pregunté– ¿qué registro tengo de este lugar?

Y no hablo del monumento, de mi mamá en la punta del famoso puente o del apetitoso almuerzo, sino de todas las fotos del costado. Intenté pensar en por qué le había sacado fotos a ese cartel, al banco de la plaza, a las piedras desparramadas bajo un árbol. Sabía que ni siquiera en ese momento era consciente del motivo y ahí radicaba su riqueza.

Intenté acercarme a mí misma en esa instancia lúdica y mecánica, jugar a la detective y encontrar toda la información que se ocultaba detrás. Inspeccionar a fondo una foto perdida, tratando de llegar a través de esas imágenes a una visión más subjetiva e íntima ¿Cómo conectar de nuevo con el lugar de manera personal y lo más palpable posible?

A partir de esa ínfima porción de tiempo congelado intentaba rescatar todos los recuerdos del viaje y descubrir las sensaciones que en ese instante podía haber sentido.

Necesitaba darle textura a mis memorias, volver a la escena. Miraba las fotos y buscaba a las personas desconocidas que pasaban junto a mí, los sonidos que se escuchaban, las marcas culturales que habían quedado impresas. En fin, intentaba rescatar los olores, colores, sabores y gestos.

¿Qué nos queda del viaje en las fotos si no son estas cosas?

Este año tuve la oportunidad de volver a Bolivia. Apenas dejé las cosas en el hotel, salí casi corriendo a recorrer la ciudad de La Paz. Me fui relajando a medida que constataba que todo seguía ahí, exactamente como yo lo recordaba: las “trufis”, los vendedores, los jugos en bolsita, los colores de sus carteles, el valle lleno de casas de bloques de ladrillo, millones de caras, la efervescencia mágica. No sólo eso, sino que además había un montón de cosas que ahora veía por primera vez.

Entonces, ¿cómo contar el viaje?

Recorrer estas fotos nuevamente significó hacerme consciente de que en esas imágenes también está impresa mi manera de ver el mundo, de sorprenderme ante lo nuevo (o lo cotidiano). Todo me señala, incluso esa necesidad furiosa de sacar fotos cuando soy feliz. Fotos con la cámara, con el celular, con la analógica, con las cámaras y celulares de otras personas; el impulso de registrarlo.

Es mi forma de preservar el paso latente de la vida ante mis ojos. Mi testimonio de haber estado ahí, de haber sido ahí. Un archivo íntimo y personal de recuerdos que van acompañados de su historia, que es también la mía. Se trata de juegos, a los que ahora se les suman las palabras a las formas de intentar conservar un viaje.

Lo que vemos hacia afuera revela lo que somos hacia dentro y, claro está, son infinitas las posibilidades de lectura e interpretación.

Las fotos que conservo son aquellas que hago para no olvidar, si bien no hay forma de saber qué voy a querer recordar luego. Pero ahí está ese laberinto hacia mí, un recorte posible de un momento y un lugar. Ahí está y ya veré si necesito volver, pero sé que está y me siento mejor así, sabiéndolo mío y perpetuo.