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Por los fértiles valles de la vid

Camino de Santiago. En esta segunda etapa, los viajeros dejan Logroño, en la comunidad autónoma de La Rioja, y finalizan en Santo Domingo de la Calzada, en la comunidad autónoma de Castilla y León. Es un tramo de hermosos valles y mucho patrimonio cultural. 

Ya en Logroño y pasado el chubasco, fuimos a conocer el centro histórico, deteniéndonos en un hermoso parque llamado del Espolón, en el centro de la ciudad, donde todos caminan, descansan y conversan a la vista de una enorme estatua ecuestre del general Baldomero Espartero, regente de Isabel II.

Allí también se ubica la catedral Santa María la Redonda, comenzada en 1250 y ampliada en los siglos XVI y XVIII, donde se encuentra la sepultura de César Borgia.

Seguimos nuestro itinerario por calles repletas de bares, con un ambiente urbano propicio para el descanso. En la pared de un edificio, un mural nos dice: “La felicidad es una mariposa que no se deja atrapar, si te sientas tranquilamente puede que se pose en tu mano”, un lindo mensaje para nosotros que andamos de travesía pero a la vez en búsqueda interior.

En una plazoleta cercana a la fuente de peregrinos, de 1665, se encuentra dibujado en el suelo el juego de la oca, que muchos relacionan con el camino de Santiago y los hermanos templarios.

Pasando la puerta de Carlos V, último vestigio de la muralla medieval estamos saliendo de Logroño y tras andar algunos kilómetros urbanos, recuperamos el paisaje natural en el pantano del parque La Grajera, con cómodas instalaciones para la recreación.

Una tremenda subida que recupera la vieja traza del camino, nos pone en el puerto de altura Alto de la Grajera; siempre entre vides, descendemos hacia Navarrete, localidad famosa por sus vinos y talleres de cerámica. Esta localidad es conocida porque fue escenario de varias batallas entre castellanos y navarros.

Por la calle mayor encontramos una plaza con una fuente en bronce, con cinco picos en formas de animales muy extraños, típicas de la imaginación medieval, donde se mezcla un lobo y un vampiro, pero de todas maneras muy hermosa.

Frente a ella, con solo cruzar la calle, se ubica la iglesia de la Asunción. Por lo angosto de la calle, se dificulta ver la fachada de piedra, pero basta entrar para quedar extasiado por el impresionante retablo barroco, dorado en su totalidad.

A lo largo del camino de salida, se ven las alfarerías con sus puertas abiertas que reciben amablemente al viajero. Se pueden visitar y descubrir los secretos de la tradicional cerámica esmaltada riojana y observamos el proceso de fabricación.

El portal de entrada al cementerio nos convoca: es una obra gótica, del 1100, de fino trabajo geométrico en piedra, donde la gente del pueblo se saca fotos sociales en bodas, cumpleaños, etcétera.

Circulamos por un andén pegado a la carretera, inmerso entre plantaciones de vides, con ordenadas líneas todas de la misma altura que se desprenden hasta el horizonte, siguiendo la ondulación de la tierra.

Divisamos una torre sobre la colina, con un entorno de casas, y hacia allí subimos unos 100 metros de desnivel, para ingresar a Ventosa, donde sellamos una vez más la credencial.

En este poblado era común la cría de lechones, por lo que a sus habitantes se les llamaba “los lechoneros”, quienes trasladaban en carros sus porcinos para venderlos en las aldeas cercanas. Hoy la costumbre está extinguida, pero no la leyenda.

Trabamos conversación con otros ciclistas, algunos conocidos, una pareja compuesta de un austríaco y una marine norteamericana que portaban toda la tecnología disponible en el mercado, y otra de alemanes, que venía con problemas mecánicos, así que decidimos ayudarlos y seguir en grupo.