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Por amor en Buzios

A 180 kilómetros de Río de Janeiro, Buzios sigue encerrando historias de amor. La de Brigitte Bardot, la de Mick Jagger y la de los argentinos por sus playas más conocidas. Pero hay más. Su pasado de astillero y pueblo de pescadores y su presente de meca turística merecen ser conocidos.

Es difícil imaginar qué es lo que pueden tener en común Brigitte Bardot, el ícono sexual de los ’60, y Mick Jagger, su equivalente en el rock. Sin embargo, hay más coincidencias de lo que se podría suponer.

Por empezar, ambos se enamoraron de brasileños. Camile Javal, tal el verdadero nombre de la diosa BB, tuvo un apasionado romance con el play boy brasileño / marroquí Bob Zagury. Por su parte Mick, con la bella modelo brasileña Luciana Gimenez.

BB (de bebé sólo tenía el rostro, un poco sensual, un poco perversa, pero sobre todo bella, muy bella), tuvo que refugiarse en Buzios cuando no soportó el acoso de la prensa que la persiguió durante su visita a Río de Janeiro a fines de 1964.

“Era la época en que la Rua das Pedras no tenía pedras, era sólo ‘terra batida’”, como cuenta Renata Dechamps, una bellísima mujer de más de 70, actriz, artista, embajadora de los cariocas en el pequeño pueblo de pescadores. Renata, un día conoció este lugar y se enamoró.

Pero sólo le juró amor eterno cuando rompió también su compromiso de amor eterno y matrimonio de 10 años, con su esposo Claude Dechamps. Recién separada, decidió que Buzios era el lugar perfecto para sanar heridas y se instaló allí. No se fue más. Tiene su casa en el Nº 13 de Rua das Pedras, ahí mismo donde comienza la calle.

Y fue ella, Renata, la que alojó en esa casa a Mick Jagger, cuando llegó con su limusina a refugiarse del acoso de la prensa (justamente igual que Brigitte o Camile, otra coincidencia). Su satánica majestad no podía elegir mejor lugar que la casa de Renata, para disfrutar a pleno de su fogoso amor tropical.

Hay hechos fortuitos, circunstanciales, inesperados, que pueden convertirse en fabulosas herramientas de marketing. Y que lo diga Buzios. A partir de las visitas de la Bardot, cimentó su fama del balneario elegido por las estrellas; el Saint Tropez de Sudamérica. Tanto le debe Buzios a la Bardot, que en principio quiso recompensarla con un terreno con la única condición de que se construyera una casa, cosa que nunca hizo.

Más tarde, le hicieron una estatua y luego pusieron su nombre (la Orla Bardot), a la rambla que acompaña el mar en la zona más vistosa del centro de la ciudad. Después de casi 50 años, el paso por Buzios de la Bardot sigue siendo el comentario inevitable. Tan inevitable que es la anécdota que me sirve para comenzar a contarles nuestro viaje.

Llegar a Buzios ahora es bastante sencillo, pero en los ’60 era una auténtica aventura. Un precario camino de tierra, que las más de las veces se tornaba intransitable. Ahora, con sólo cruzar el puente de Niteroi, se ingresa a una autopista que en menos de tres horas de bus (y 180 kilómetros), nos acerca hasta la península.

“Buzios es un resort natural”, dice el secretario de turismo, Cristiano Marques: “Tiene bellezas naturales, playas y muchas atracciones, en una pequeña ciudad de menos de 30 mil habitantes”.

Y algo de eso hay. A lo largo de unos 10 kilómetros encontramos de todo: museos; tiendas con ofertas o con las marcas más sofisticadas; gastronomía variada y ecléctica; discos, como Pachá o Privilège, o lugares como el Pátio Havana donde se baila, se come o simplemente se toma algo con el telón fondo de los barcos anclados en el puerto.

Más de 10.500 camas para alojar turistas, convierten a Búzios en el segundo parque hotelero del estado, después de la capital, Río de Janeiro. En los últimos años se han construido infinidad de posadas y casas particulares. Cuanto más alto en el morro está situado un terreno, mayor es su valor. Los más valiosos ya tienen dueño y en ellos se construyeron importantes inmuebles.

En general, la arquitectura buziana respeta un estilo que evoca a las primeras casas de los pescadores. Madera, ladrillo y tejas musleras de influencia portuguesa, predominan en el paisaje y la prohibición de construir más arriba que dos pisos, contribuyen a preservar el paisaje.

Buzios está lleno de curiosidades. Así como cuando la Rua das Pedras recibió su nombre, no tenía “pedras”, Buzios se llama Armação dos Búzios; armação es astillero, aunque ya no hay ninguno allí. En realidad lo había hace mucho, en tiempos en que armaban los barcos para ir a cazar ballenas, hasta que éstas desaparecieron.

Otra curiosidad es que siendo una ciudad tan pequeña, sea el quinto destino más visitado del país, inmediatamente después de las grandes ciudades capitales. Seguramente, todos van atraídos por la promesa de “calor y playa todo el año”, fácil de cumplir si vemos las estadísticas, que hablan de 254 días soleados al año.

También es curioso que nadie pueda afirmar a ciencia cierta cuántas son las playas del lugar; para simplificar, dicen que son más de 20. Eso sí, en lo que todos están de acuerdo es que cada una es muy diferente a las otras. Y sin duda es así. La mejor manera de conocerlas a todas es a bordo de un buggy. Los hay de todos los colores y tenerlos por un día completo no cuesta más de 80 reales.

Otra opción de conocerlas es embarcándose en alguno de los barcos que salen del puerto, ahí donde termina la Rua das Pedras. Por unos pocos reales, se pueden ver las playas desde el mar, acercarse a la isla Feia (que no sabemos si merece semejante nombre), nadar y hacer snorkel. La travesía es con caipiriña libre y se pueden probar unos brochettes de camarones, vendidos por dos simpáticos garotos que se acercan en su gomón y abordan cual piratas el barco, llevándose como botín unos reales y algunas sonrisas.

Las mismas sonrisas que despiertan dos enamorados que hacen el ridículo posando para la fotógrafa quien, aburrida de hacer todos los días lo mismo, los incita a besarse enmarcados en un corazón de flota-flota y perversa, inmortaliza el momento.

Para los que prefieren tener los pies en tierra firme, caminar por la Orla Bardot al atardecer, representa una experiencia única. Los barcos anclados y las esculturas de Christina Motta, la artista local que inmortalizó a los pescadores con sus pies metidos en el agua y tirando de las redes, nos dan la mejor imagen fotográfica para la puesta del sol en el mar.

Unos metros más allá, una pareja disfruta ese mismo instante y nos recuerda el poema de Vinicius: “Esta jovem pensativa, / de olhos cor de mel / e de longas pestanas penumbrosas / Que está sentada junto àquele jovem triste / de largos ombros e rosto magro / É ela a amada dele e / é ele o amado dela...”.

La caminata termina indefectiblemente en la Rua das Pedras que, con el atardecer, comienza a tomar ritmo. Son sólo 600 metros, en una interminable pasarela por la que desfilan todos los paseantes y donde están los lugares tradicionales, como Chez Michou, cita obligada para probar los crepes más famosos.

Hay un nuevo lugar que pinta como lo que se viene en gastronomía: el Porto da Barra. El lugar donde llegan los barcos de pescadores fue acondicionado y en varios de sus locales se pueden probar moquecas, casquinhas de siri, lulas o langostas, e infinidad de pescados, todo fresco, muy fresco.

Aunque, la mayor parte de los turistas sigue prefiriendo la zona del centro, donde se suceden un sinnúmero de bares, cafés, posadas, galerías de arte, casas de artesanías y hasta un cine, que por supuesto, se llama Bardot.

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