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El paraíso está en Turks and Caicos

Los días en este archipiélago transcurren entre kayaks, palmeras, antiparras y un mar con todos los azules posibles.

Siempre me pregunté cómo sería el paraíso. Después de mi último viaje estoy convencida de que, si existe, se debe parecer mucho a Turks and Caicos, un archipiélago ubicado al sudeste de Miami y al norte de República Dominicana.

Desde la ventanilla

Cuando viajo me gusta dormir, escuchar música y, si tengo suerte, ver películas. Casi siempre incluyo también algún libro para entretenerme. En el avión que me lleva a Turks and Caicos, me siento al lado de una familia estadounidense. La madre, muy simpática, intenta hablarme en su español de secundaria, mientras yo trato de contestarle en mi inglés de secundaria.

En medio de una de sus interminables frases, su hijo grita y señala la ventanilla. Desde acá arriba el mar es de un turquesa profundo, y si miro más de cerca puedo distinguir cómo, a partir de una barrera de corales, se vuelve azul oscuro. Por momentos se visualizan también pequeñas porciones de arena blanca.

En el avión lo único que se escucha son suspiros, exclamaciones y niños que gritan. Casi puedo leer el pensamiento de todos los pasajeros: “Si este es el comienzo, qué será lo que nos espera”.

 
 
 
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Una publicación compartida de Club Med Turkoise (@clubmedturkoise) el17 Oct, 2018 a las 5:05 PDT

Encuentro con el mar

El aeropuerto de Providenciales es pequeño. En la trafic que nos lleva al resort, descubro que acá manejan por la izquierda –debo admitir que las rotondas se sufren un poco–. En el camino, el chofer nos recuerda el mal momento que vivieron el año pasado, cuando fueron azotados por el huracán Irma.

Llegamos a Club Med Turkoise, un hotel sólo para adultos. La piscina infinita es lo primero que llama mi atención, junto con el restaurante. Y también las palmeras, altas e imponentes, que contrastan con el cielo celeste y nubes muy blancas.

Quiero correr al mar pero pienso que tengo que parecer profesional, así que desacelero el paso y enfilo hacia el lugar desde donde viene el sonido de las olas. La arena es tan fina como la harina y el agua no es turquesa como pensaba, sino que está formada por una mezcla de colores. Cada ola parece traer uno nuevo: azul, verde, celeste, y sigo contando. El movimiento hipnotiza.

Hacia la aventura

El día comienza con un buen desayuno, en el que desfilan los platos con frutas, huevos y hasta salchichas. Al momento de ir al agua, pedimos un kayak y partimos hacia el mar. No es tan fácil como parece, y mucho menos si tu compañero se empeña en moverlo para cualquier lado. Lejos queda la advertencia de que había que volver a las 17: recién regresamos cuando escuchamos el silbato del chico que nos llama desde la orilla.

Luego de un almuerzo en Sharkie’s, un restaurante sobre la playa con oferta variada que está abierto a todas horas, seguimos con espíritu aventurero y probamos el stand up paddle. Mientras intento mantener el equilibrio en la tabla, recuerdo las indicaciones del profesor: “El remo para un lado, el remo para el otro; siempre cambiando las manos”. Logro pararme tres veces: un golazo. Otros no tienen tanta suerte y vuelven nadando con la tabla en la mano.

Por la noche disfrutamos de un espectáculo en el teatro, que varía cada noche, y después la fiesta sigue al lado de la piscina. Acá, hasta los pataduras se aprenden el baile del resort.

Mundo subacuático

Al otro día llega el momento del buceo. Paco, un instructor español, nos da el equipo necesario. El viaje en barco es impresionante: el agua muestra colores nuevos y a lo lejos se puede ver la variedad de hoteles sobre la playa y, si achino un poco los ojos, hasta algunas parejas caminando en la arena.

Después de una interminable sesión de selfies y de configurar la GoPro, Paco avisa que hay que ajustarse las antiparras y ponerse las patas de rana. Las advertencias: no acercarse mucho a los corales, mantenerse por delante del barco, ir en parejas y, principalmente, estar atentos.

Se escuchan los chapuzones. El coraje que venía juntando se esfuma: prefiero observar la excursión desde el barco. Sin embargo, luego de una serie de amenazas por parte de mis compañeros, estoy en el agua. Hoy se los agradezco: si el mar es bello por fuera, por dentro es mejor. Corales, peces y tiburones (inofensivos) son los protagonistas de la excursión. La transparencia y la calma del agua nos permiten nadar mientras los animales nos rodean. El resultado son grandes videos y fotos y un indisimulable cansancio en las piernas.

Si bien estoy segura de que todos los viajes que hacemos quedan grabados en la mente, también sé que existen pocos destinos que logren generar todo lo que Turks and Caicos me hizo sentir.

 
 
 
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Una publicación compartida de Club Med Turkoise (@clubmedturkoise) el23 Mar, 2018 a las 2:03 PDT

Deportes y confort

Con una gran variedad de resorts distribuidos estratégicamente por todo el mundo, Club Med ha logrado crearse un lugar en la mente de los viajeros. El que está ubicado en Grace Bay Beach (Club Med Turkoise) cuenta con todas las comodidades para quienes buscan vivir una experiencia inolvidable. Su oferta para turistas inquietos incluye desde deportes acuáticos hasta canchas de tenis, vóley y golf.

Datos útiles

CÓMO LLEGAR: hay vuelos desde Córdoba a Turks and Caicos con American Airlines a aproximadamente 1.627 dólares ida y vuelta con conexiones, saliendo en abril. También se puede optar por incluir el vuelo en el paquete de Club Med.

ALOJAMIENTO: Club Med Turkoise es un resort all inclusive que se encuentra en Grace Bay Beach. Es una opción sólo para adultos, y está especialmente orientado a los amantes de los deportes. En abril (del 20 al 27), un paquete de siete noches de estadía (que incluye comida, deportes y escuela de deportes, con inscripción a Club Med y asistencia médica) cuesta desde 55.874 pesos por adulto en una habitación estándar en base doble. En mayo (del 5 al 12), ese mismo paquete vale desde 50.274 pesos.

MÁS DATOS: turksandcaicostourism.com.