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Pamukkale, terrazas de algodón y cielo

Estas piletas de aguas termales son uno de los destinos más solicitados de Turquía. El paseo se completa con la visita a las ruinas de Hierápolis.

Como si fuesen cascadas de nieve congeladas en el tiempo, estas terrazas de color cielo son el pretexto perfecto para viajar a Turquía y poner un pie en la puerta que abre un continente exótico y fascinante: Asia.

Traducido al español, Pamukkale significa “castillo de algodón”, y su nombre no exagera. Se trata de curiosas formaciones naturales que se moldearon hace miles de años, luego del movimiento de las placas tectónicas que dio lugar al nacimiento de fuentes de aguas termales. Estas aguas, que surgían de lo profundo de la Tierra, eran ricas en bicarbonato de calcio y muy abundantes en creta, una roca que cuando solidifica genera capas hasta crear estas piscinas naturales de travertinos con forma de medialuna, rodeadas de un mágico color blanco con textura de algodón.

El lugar tiene un tamaño aproximado de 200 metros de altura por algo más de dos kilómetros de largo, y continúa creciendo. Se calcula que unos 250 litros de agua termal brotan por segundo de las fuentes y que alrededor de medio kilo de mineral creta es expulsado por segundo para terminar decantando y aportando más material a estas hermosas cascadas.

A sus aguas termales se les atribuyen propiedades terapéuticas y curativas que responden a la gran concentración de minerales. De hecho, ya en la antigüedad eran utilizadas por los helenos y los romanos. En este sentido, la oferta de Pamukkale no se reduce a esta increíble manifestación de la naturaleza, sino que también ofrece la posibilidad de visitar las ruinas de una ciudad helenística llamada Hierápolis, que data del año 180 a.C.

DATOS. Información útil para disfrutar de Pamukkale.

Ruinas milenarias

En la cima de la montaña, casi coronando las sublimes terrazas, se encuentra la antigua ciudad de Hierápolis, que terminó por colapsar tras un terremoto en el año 17 d.C. Sin embargo, luego fue reconstruida y transformada por los romanos según los gustos de la época. Rápidamente se convirtió en el centro de veraneo de nobles y por ende en una ciudad próspera, a la que también acudían enfermos en busca de la salud que le devolverían las milagrosas aguas de Pamukkale.

Entre las imponentes masas de piedra, columnas y arcos que nos susurran el paso del tiempo, también se pueden observar cientos de tumbas de aquellos enfermos que finalmente no pudieron sanar.

Actualmente, el teatro romano es la edificación que mejor se conserva a pesar de sus miles de años. Construido en el siglo II, mantiene la típica forma de los teatros de la época, y se cree que tenía capacidad para unas 20 mil personas.

Por otro lado, la Puerta de Plutón, un supuesto acceso al inframundo según griegos y romanos, fue finalmente descubierta en el 2012, luego de ser derrumbada por otro terremoto cientos de años atrás. Esa gruta, que fue un centro de peregrinación en aquellos tiempos, era conocida por sus poderes oscuros: ningún ser podía salir vivo de ella y era también el lugar elegido para realizar sacrificios animales. Hoy se sabe que los gases tóxicos que emana la cueva son letales y que incluso los pájaros que se acercan a la abertura terminan muriendo.

Si bien las piscinas naturales no están abiertas al público actualmente, en las ruinas de la antigua ciudad de Hierápolis se puede acceder a la Piscina Sagrada, que está formada por estanques termales naturales que en el fondo ostentan impresionantes restos de columnas romanas.

El templo de Apolo, el monumento a uno de los doce Apóstoles –San Felipe–, los baños romanos y la necrópolis también forman parte de estas ruinas que terminan de componer un perfecto pretexto para volar y visitar Turquía.