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Palma de Mallorca, una perla en el Mediterráneo

(Fotomontaje de Javier Candellero).
(Fotomontaje de Javier Candellero).

Es la capital de las Islas Baleares y, por donde se la mire, el mar Mediterráneo la abraza. A lo largo de su historia, sufrió distintas dominaciones y, en la segunda mitad del siglo 20, fue descubierta por el turismo, que la transformó en un destino muy codiciado.

La perla brilla, brilla en el mar. Y cuesta definir el impacto que provoca esa luz, hasta que el avión aterriza en Palma de Mallorca y el reflejo del Mediterráneo encandila los ojos del turista que eligió este destino para disfrutar más allá de lo esperado.

El tono arcilloso de la tierra sorprende y contrasta en una ciudad que de por sí ya es contraste con los molinos de viento y las anchas carreteras; los callejones de arquitectura mora y los modernos edificios; los cordones montañosos y las playas de arena.

Y sobre un mar turquesa que rodea los 15 kilómetros de la franja en la cual se extiende la ciudad paralela al mar, se presentan majestuosos yates y barcos de pescadores.

Aterrizar en una isla es aventurarse a la experiencia de perder contacto con un continente. Descender en la más grande de las Islas Baleares, es hacer realidad la fantasía de encontrarse en medio del mar Mediterráneo sobre un recorte de tierra paradisíaco.

La realidad hecha magia y viceversa.

Playas. Mallorca tiene infinidad de playas, pequeñas calas de aguas transparentes y arenas blancas en las cuales se puede practicar el buceo y observar especies de peces de múltiples colores en rocas que forman cuevas submarinas.

El mar es tan calmo que propicia la práctica de la natación, incluso en las noches cálidas de verano cuando el mar invita a flotar en sus aguas mientras se sigue con la vista la ruta de las estrellas.

Existen playas vírgenes como la de Formentor, que impacta desde lo alto del acantilado por el color de sus aguas. Los distintos niveles de profundidad lo marcan las tonalidades que regalan una postal irrepetible. O la playa nudista de Es Trenc, en Colonia Sant Jordi, con kilómetros para recorrer mientras con una zambullida reconfortante uno puede mirarse los pies y descubrir entre ellos alguna estrella de mar.

Las puestas de sol en las playas de Mallorca - muchas de ellas en medio de bosques de pinos con senderos de arena que conducen al mar- tiñen el cielo y el agua de ocasos intensos que probablemente, no se borrarán jamás de las retinas. Ni qué decir cuando desde la línea que marca el límite con el horizonte, comienza a aparecer la luna llena, inmensa e imponente, que enamora hasta el más desolado corazón.

Encontrar una perla en el Mediterráneo probablemente sea el tesoro más preciado y no por ello, imposible de conseguir. Ser el espectador “pirata” de aquel Puerto Pollensa que durante años sonó con la canción de Marilina Ross, será como tener el tesoro ante los propios ojos.